Por: Ramón Lobo
Del blog Aguas internacionales
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Cuando George W. Bush dijo: “Vivo muerto”, cuando lo repitió Barack Obama, nadie entendió que los presidentes de EEUU manejaban dos opciones. Nunca fue vivo o muerto; eso era literatura, un guiño con el viejo Oeste, marketing. Con Osama bin Laden solo había una posibilidad: muerto, porque vivo era un problema mayor.
Arrojar el cuerpo del jefe de Al Qaeda al mar puede ser una torpeza, pero llevarlo a tierra firme tenía demasiados efectos secundarios. ¿Qué país podría quererlo? Como en el caso de la muerte de los hijos de Sadam Husein, Qusay y Uday, en julio de 2003, en Irak, habrá foto oficial. Cuando crece el rumor y la incredulidad aparecen las imágenes. Sucedió también con el primer jefe de Al Qaeda en Mesopotabia Abu Musab Al Zarqaui. En el caso de Bin Laden puede que haya un vídeo de la operación. Sería lo lógico. Dejar su muerte abierta representaría un grave error.
Las operaciones especiales recaen en personas sometidas a durísimos entrenamientos de resistencia física y psicológica, en los que deben superar simulacros (y no tan simulacros) de tortura y malos tratos para comprobar quienes son los resistentes a las presiones del enemigo. De su fortaleza pende la supervivencia de todo el grupo. Solo los más duros entre los duros tienen acceso a cuerpos de élite como los Navy Seals de la Marina de EE UU, que llevaron el peso de la operación que acabó conla vida de Osama Bin Laden, según informó el presidente Barck Oabama; o los Delta Force del Ejército de Tierra. El equivalentebritánico con los SAS: personas sin rostro, sin nombre, sin castigo legal incluso en acciones como aquella en Gibraltar que acabó con la vida en 1988 de tres miembros del IRA que iban desarmados.
Los soldados pelean en el campo de batalla. Desde Irak, y sobre todo en Afganistán, no luchan contra un Ejército uniformado y definido, con sus banderas y trincheras. La nueva guerra es contra invisibles: civiles de día, talibanes de noche.
Las fuerzas especiales pelean detrás del campo de batalla, en tierra hostil, en territorio comanche. No están sometidos a las mismas normas: su trabajo es clandestino, matan, no dejan huellas, se van, y si todo ha salido bien nunca han estado allí. La agencia Reuters informa de que los comandos asaltantes tenían la orden de matar a Bin Laden. Hay gente que se escandaliza. En una acción de este tipo no se leen los derechos.
Cuando entran en acción las fuerzas especiales significa que han caducado los derechos. Solo se manejan dos opciones: matar o morir. Hay objetivos que deben ser capturados vivos porque poseen información relevante. Nadie inteligente mataría al contable de Al Capone. A otros se les captura vivos porque son un símbolo y permite esgrimir la frase “se ha hecho justicia”, son los que carecen de poder real, purgan por el pasado: Radovan Karadzic podría ser uno de ellos.
Un tercer grupo, los muy peligrosos, los que siguen en activo. solo tienen una opción: morir. Su valor publicitario es independiente de su salud. Vivos son un problema; muertos, una solución. Hay una escena en la película ‘Sin Perdón’ que resuelve algunas de las cuestiones morales: “Debió haberse armado cuando decidió decorar este salón con el cuerpo de mi amigo”.
Una frase de George Orwell, citada en varios libros; el último en ‘Guerra’ (Crítica) de Sebastian Junger, podría servir para cerrar el debate: “Allí fuera hay hombres duros que ejercen la violencia en nuestro nombre para que podamos dormir en paz”. Hay líneas rojas que no se pueden cruzar, pero los preceptos morales no se ven igual en una cálida oficina en Nueva York, París o Madrid, que en el frente de batalla. Allí prima una única norma: sobrevivir.
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