Es necesario reflexionar muy seriamente acerca de por qué, cuando aparecen movimientos masivos, las organizaciones de izquierda están tan al margen.
Rolando Astarita
La irrupción del movimiento de los indignados en España y otros países plantea una cuestión importante para las organizaciones de izquierda. Es que éstas elaboran sus programas, tácticas y campañas políticas en la idea de que expresan las aspiraciones de los trabajadores y de los oprimidos, y con la esperanza de que cuando las contradicciones del sistema capitalista estallen y las masas se movilicen, éstas tomarán en cuenta a la izquierda. La aspiración de “máxima” es que llegado el momento crítico, los trabajadores asuman como propias las consignas de los partidos revolucionarios y confíen en sus tácticas y estrategias. Sin embargo sucede que cuando surgen movimientos masivos, como el de los indignados en España o antes los cacerolazos en Argentina, los mismos transcurren por canales independientes de las organizaciones. Lo ocurrido en Argentina es ilustrativo. En 2001 los partidos de la izquierda radical eran conocidos, tenían una larga tradición (en algunos casos más de medio siglo) de actividad, y agrupaban algunos miles de militantes. Pero la gente movilizada no tuvo ningún acercamiento espontáneo hacia las organizaciones de izquierda. Destaco que según el análisis de muchos grupos de izquierda, o marxistas, en 2001 se produjo una “ruptura revolucionaria” (todavía en diciembre de 2002 el dirigente de un partido trotskista me aseguraba, en una discusión pública, que la situación en Argentina era similar a la de Rusia en 1917). Era de esperar entonces que las consignas de la izquieda “prendieran” en ese terreno fértil. Pero esto no ocurrió. Los militantes de izquierda intervinieron en las asambleas barriales -que agruparon a un pequeño sector de la población de la Capital Federal- y lograron que votaran sus programas, pero esas resoluciones no trascendieron de los pequeños círculos. Además, en varias asambleas los vecinos dejaban de asistir cuando advertían que eran “copadas” por los militantes. Lo más importante es que la población trabajadora no adoptó esas consignas, en una coyuntura crítica y de enorme desprestigio de la dirigencia política burguesa (aunque personalmente estoy convencido de que se estaba lejos de una revolución). El único dirigente de izquierda que capitalizó algo del descontento fue Luis Zamora, pero a partir de un discurso centrado en la “autonomía” y la “autodeterminación”. Y con el tiempo su grupo también se debilitó y disgregó. Ahora en España, y en capitales europeas en las que se manifiestan los indignados, se repite algo de esto. El movimiento estalla, pero la izquierda organizada tiene poco que ver en el asunto. Cabe entonces preguntarse por qué la actividad de agitación de años da tan pocos frutos. Aclaro que en lo que sigue tengo presente a las organizaciones que continúan siendo críticas del sistema capitalista, y procuran superarlo. Esto es, no entran en esta consideración casos como el Partido Comunista argentino, que defiende al gobierno capitalista.
Relación partido – movimiento a través de consignas
La cuestión que planteo entronca con una problemática que se ha debatido largamente en el movimiento socialista, que es el vínculo que se busca establecer entre las organizaciones marxistas y las masas trabajadoras y oprimidas. Es que el marxismo no es solo una teoría, ya que por su propia naturaleza está destinado a interpelar a la clase obrera con su crítica de la explotación y su llamado a acabar con la sociedad de clases. Por este motivo la forma en que se concibe la relación entre el partido y el movimiento es determinante de las tácticas, de las demandas que se agitan, y también de las formas organizativas que se disponen en función de esa actividad política. Inevitablemente, en esta temática está implicada la conexión que el partido establece con la sociedad en que está inmerso y actúa.
El tema es que muchas organizaciones y partidos de izquierda aplican una política que ha sido establecida, en lo esencial, por León Trotsky (véase sus discusiones sobre la forma de utilizar el Programa de Transición, a fines de los años 30), que se ordena en torno de la agitación de consignas. El fundador de la Cuarta Internacional pensaba que si un pequeño grupo se concentraba en agitar una o dos consignas claves, podía terminar movilizando a millones, y asumir la dirección del movimiento de masas, hacia la revolución. Para eso el partido debía detectar los problemas que padecían los trabajadores, y elaborar las demandas correspondientes, que serían presentadas bajo la forma de soluciones sencillas (aunque fueran en realidad inaplicables bajo el sistema capitalista), de manera que cualquiera las entendiera y pudiera asumirlas como lógicas y necesarias. De hecho, ésta es la línea que han seguido hasta hoy muchas organizaciones. Por ejemplo, frente a la desocupación se puede agitar la consigna “reducción de las horas de trabajo con igual salario, hasta dar trabajo a todos”; o “plan de obras públicas bajo control obrero”. El secreto, se piensa, está en agitar “como un solo puño”, algunas demandas de este tipo. Esto se hace aun cuando el partido es consciente de que para lograr esas soluciones hay que acabar con el capitalismo; pero esto último no se explicita, porque lo importante es que la gente las asuma. Así se busca impactar con la demanda y movilizar. Por eso las consignas son “bajadas” como directivas (“hay que luchar por tal cosa, hay que organizarse ya de tal manera”, etc.) al movimiento de masas. De todo esto deriva una concepción “campañística” de la actividad política, donde la relación del partido con el movimiento de masas está mediada, en lo fundamental, por esas consignas y su agitación. El “arte de la agitación” (para utilizar la expresión de Lenin) consiste en encontrar los eslóganes apropiados, que la militancia llevará al pueblo trabajador.
Pues bien, el problema con esta práctica es que los trabajadores no asumen las consignas que les envían los partidos de izquierda, aun cuando parezcan sencillas y lógicas, y aun cuando se insista en su carácter “urgente e impostergable”. Y para colmo, cuando estallan las movilizaciones, éstas van por otro camino del previsto.
Otra forma de conectar al marxismo
Mucha gente piensa que no existe otra forma en que los marxistas puedan vincularse al movimiento de masas, pero lo curioso es que el marxismo llegó a ser una doctrina de masas -millones de trabajadores en el mundo asumieron su programa en las primeras décadas del siglo XX- sin aplicar la política que acabamos de describir. Marx y Engels estuvieron aislados durante años -en algunas cartas se refieren a “nuestro partido” y se trataba solo de ellos- y jamás se les ocurrió que podían superar esa situación agitando insistentemente algunas consignas. Menos todavía se les ocurrió hacerlo bajo la forma de agitar “soluciones sencillas” (pero inaplicables en el capitalismo), por las que debiera movilizarse la gente. Tampoco lo hizo la Primera Internacional, ni lo hacían las organizaciones socialistas de la Segunda Internacional. En otras palabras, el marxismo no se presentaba bajo la forma de “recetas-consignas”, a ser introducidas en la población explotada mediante campañas de agitación, sino intentaba establecer una relación que podríamos llamar “interna” al movimiento. Esto porque lo fundamental, en esta visión, es “participar del movimiento y ejercer la crítica de lo existente”. En una carta a Ruge, de septiembre de 1843, Marx explicaba: “No comparecemos, pues, ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡He aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! … No le diremos: desiste de tus luchas, son cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarle la verdadera consigna de lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilarse, aunque no quiera”. Aunque no estoy seguro de que la conciencia “necesariamente” tendrá que asimilarse, rescato que el enfoque es muy distinto del que prevalece actualmente entre las organizaciones de la izquierda radical. La idea en Marx es que la crítica libere, promueva la acción e impulse a la gente a pensar y decidir por su cuenta. No se trata de bajar “recetas”. En la Introducción a laCrítica de la filosofía del derecho de Hegel, escribía: “La crítica no arranca de las cadenas las flores ilusorias para que el hombre soporte las sombrías y desnudas cadenas, sino para que se desembarece de ellas y broten flores vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para moverlo a pensar, actuar y moldear su realidad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para que sepa girar en torno a sí mismo como a su verdadero sol”. Por supuesto, se puede ser minoritario en el movimiento, pero lo importante es que el marxismo no se ubica en la posición de “bajar línea” e instruir acerca de lo que hay que hacer. Es un abordaje muy distinto del que anima a los que elaboran soluciones, y piensan que el mundo, deslumbrado, va a girar hacia ellos. Este último es el camino que conduce a la secta.
Algo de aquel espíritu que animaba a Marx se recoge luego en la concepción de Lenin del partido, incluso en los períodos en que fue más centralista en materia de organización. En 1903, bajo la represión del zarismo, sostuvo que las diferencias entre los socialistas debían hacerse públicas, para que los obreros no pertenecientes al partido conocieran y opinaran. “Ya es hora de romper resueltamente con la tradición del sectarismo en círculos y de lanzar -en un partido que se apoya en las masas- la consigna de ¡más luz!”. También rechazaba la idea de que los marxistas debían indicar al movimiento de masas las demandas y las formas de lucha apropiadas. En el folleto ¿Qué hacer?, de aquella época, afirmaba que los mismos obreros y campesinos “sabrán organizar hoy un tumulto, mañana una manifestación…” y que las masas desplegarían iniciativas que superarían en mucho todas las predicciones de los intelectuales. Agregaba que las medidas de lucha y organización surgirían del movimiento de masas. Muchos años después, en “La enfermedad infantil del izquierdismo, el comunismo”, señalaba que los comunistas no podían saber “cuál será el motivo principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a las grandes masas, aún adormecidas”. Y la Internacional Comunista calificaba de “sueños visionarios” la pretensión de conducir al movimiento de masas con una o dos consignas. Con esto no estoy diciendo que todo lo planteado por Lenin en el ¿Qué hacer?, o por la Tercera Internacional, en materia de organización fuera correcto. Simplemente estoy apuntando que hubo otra manera de encarar la relación de las organizaciones marxistas con el movimiento de masas. Anoto también que esta postura era adoptada por organizaciones que gozaban de una influencia entre la población mucho mayor que la que tiene hoy cualquier grupo marxista.
Otro rol para la lucha de ideas
Del enfoque alternativo que estoy presentando se deduce que la lucha de ideas juega un rol clave. Lucha de ideas quiere decir que la actividad principal de los marxistas no pasa por repetir eslóganes, sino que el esfuerzo debe estar puesto en el argumentar y demostrar. Esto significa revalorizar el rol subversivo de la teoría, y del arma de la crítica. En carta a Kugelmann (11 de julio de 1868) Marx escribía, refiriéndose al trabajo científico: “Cuando se comprende la conexión de las cosas, toda creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes se derrumba antes de su colapso práctico.” Por esta razón también es que la actividad de la agitación no puede reducirse a repetir consignas. La agitación, en la tradición del marxismo, consistía en explicar una o dos ideas, de manera accesible, a círculos muy amplios de personas. Por esta razón de decía que era un “arte”, que exigía preparación y estudio. En términos más generales, esta lucha de ideas se traducía en prácticas que se han perdido. Por ejemplo, en el viejo socialismo se seguía un consejo del gran dirigente alemán Wilhem Liebknecht, quien decía que la tarea del militante se resumía en “estudiar, propagandizar y organizar”. Lenin repetía este consejo, y de joven lo escuché de boca de un viejo militante obrero, socialista e internacionalista, (al que debo no poco de mi formación política inicial). Con este criterio los militantes participaban en las actividades sindicales y en las luchas reivindicativas, y acompañaban estas actividades con la explicación de las cuestiones fundamentales (del “porqué” se lucha). De ahí la importancia que se daba en esta tradición a los cursos de preparación para trabajadores, a las bibliotecas y las casas de cultura socialistas, así como a los debates teóricos, y a los argumentos y razones. Algunos puristas dirán que en muchos casos se llegó a un marxismo “vulgarizado” (y efectivamente, hubo algo de esto en el marxismo de fines de siglo XIX y principios del siglo XX), pero también hay que reconocer que se generó una cultura y conciencia crítica de la ideología dominante, que fue de masas, y constituyó el trasfondo sobre el que se erigió el mayor intento de cambiar la historia por parte de una clase explotada. Subrayo, todo esto hubiera sido inconcebible si la relación entre el marxismo y el movimiento de masas se hubiera tratado de establecer a partir de la agitación de eslóganes.
Diferentes formas de organizaciones
Como no podía ser de otra manera, las distintas concepciones que estoy presentando determinan distintas formas de organización. Si se pone el acento en la necesidad de “agitar como un solo hombre una o dos consignas”, las discusiones teóricas, los disensos, la reelaboración y retroalimentación a partir del contacto vivo con la sociedad, son consideradas no solo innecesarias, sino estorbos. En esta concepción domina la necesidad de “salir” al movimiento de manera homogénea, con las consignas. Por eso este tipo de organización termina siendo inmune a la crítica del exterior, especialmente de los activistas y de los elementos más avanzados de la clase trabajadora o la juventud. Dado además que sus mensajes son externos a la gente, y caen en saco roto, en tanto se persiste en esa dinámica, el proceso se retroalimenta, y la organización adquiere características de secta. Ese carácter de secta no está dado exclusivamente por el número de militantes o la amplitud de la audiencia a la que le llega el mensaje. Hubo partidos de izquierda que pudieron llenar un estadio de fútbol (por ejemplo en Argentina en los 80), pero se mantuvieron inmunes a los desarrollos de la lucha de clases, sostuvieron contra viento y marea análisis que no tenían asidero en la realidad, y siguieron estableciendo hasta su crisis una relación “monólogo- agitativista” con la población. En definitiva, fueron sectas grandes. En los casos extremos los comportamientos de sectas incluyeron el culto a dirigentes; la elaboración de códigos internos solo entendibles para los iniciados, y formas de debate basadas en los principios de autoridad, sustentados en prácticas brutales. Por el contrario, si una organización es consciente de la importancia de la elaboración teórica, del argumento razonado, de la necesidad de demostrar sus puntos de vista, valorará entonces el aporte del disenso y la crítica interna, el diálogo con los trabajadores y los jóvenes que están por fuera del partido, los métodos democráticos de resolución de diferencias, y la unidad basada en el convencimiento profundo, y no en las coincidencias tácticas coyunturales, o en las “razones de partido”.
Es muy posible que el aislamiento de las organizaciones marxistas con respecto al movimiento de masas no se solucionen solo corrigiendo el “agitativismo”. Indudablemente hay otros factores -por ejemplo, los efectos del fracaso de los llamados “socialismos reales” seguramente se harán sentir por mucho tiempo; o el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas- pero puede ayudar a comprender algunas de las dificultades que enfrentamos los marxistas hoy. En cualquier caso, estoy convencido de que es necesario reflexionar muy seriamente acerca de por qué, cuando aparecen movimientos masivos, las organizaciones de izquierda están tan al margen.
0 comentarios:
Publicar un comentario