En estos periodos pre-electorales y de crisis mayor del capitalismo mundial y local, evidente la decadencia neoliberal, se escucha a candidatos de distintos colores y a algunos voceros del gran empresariado hablar de la necesidad de “sustituir el modelo económico imperante, de “cambiar el rumbo del país”, de “distribuir el crecimiento de la economía” y “hacerle frente a la corrupción y la delincuencia.”
El neoliberalismo, bajo la égida del capital transnacional, no es simplemente un modelo económico, mucho menos algo reducido al destino y a las modalidades de los impuestos, a las características de las inversiones y a los énfasis en determinadas vertientes de la economía.
Es un sistema dominación integral: económico, político, social, cultural, ideológico, militar…; que privatiza la economía, los servicios, la seguridad, el poder y la política; que finenciariza el sistema, fomenta el egoísmo y clienteliza la ciudadanía; que fragmenta y disgrega las estructuras sociales y las redes de movilización; que aupa la delincuencia mayor y la reproduce.
Lineamientos y propuestas:
Comparto con el vice-presidente de Bolivia, Álvaro García Lineras, que para derrotar el neoliberalismo y desmontar su sistema de dominación es imprescindible asumir los siguientes lineamientos y propósitos:
1 –Reconstruir y rearticular los movimientos sociales y las redes populares y ciudadanas autónomas, imprimiéndole capacidad de movilización, organización y poder. Esto es: crear contrapoder.
2 -Construir un nuevo Estado con vocación transformadora lo suficientemente fuerte y eficaz, pero cruzado por los movimientos sociales y controlado por un poder popular y ciudadano de gran diversidad y amplitud; capaz de asumir los reclamos de la sociedad, de revertir la contrarrevolución interna e imperialista y de de desmontar los sistemas mafiosos.
3 - Desprivatizar. Recuperar la riqueza colectiva, traspasar a la sociedad lo que es de todos/as (agua, tierra, bosques, minerales, playas, costas, empresas públicas, sistema de salud y seguridad educativo y agua potable, infraestructuras
4 –Crear democracia participativa e integral, de género y generaciones, cultural, multiétnica… Desplegar lo participativo, lo innovador en materia de protagonismo de los sujetos transformadores, la capacidad de decisión del pueblo, la combinación de democracia directa y representación controlada y revocable. Organizar la Asamblea Constituyente para definir las nuevas instituciones, sus normativas y sus características.
5 –Revocar los procesos de integración subordinados a Estados Unidos y Europa y reemplazarlos por la unidad en soberanía de los pueblos de nuestra América y del llamado Tercer Mundo, y por la integración multinacional no subordinada de nuestros países.
6 – Poner en el centro de la gestión gubernamental el bienestar del ser humano y la sanidad del entorno en que vive.
7 - Combatir el egoísmo y promover la cultura de la solidaridad, la honestidad y el amor por los demás y por la madre naturaleza.
Retórica inconsistente frente a oposición transformadora
Desde esa concepción es válido y obligatorio defender esos propósitos en cualquier escenario (electoral, no electoral, institucional o extrainstitucional…) y desde cualquier posición alcanzada o alcanzable fuera o dentro de las instituciones a reemplazar. Incluido, claro está, la presidencia de la república.
Otro posicionamiento equivale a palabrería sin asidero, a generalidades, a fuegos artificiales, a un progresismo vacuo o –en el mejor de los casos- a un reformismo limitado.
El crecimiento siempre se ha distribuido, pero se ha distribuido mal.
Esto se relaciona con la actitud respeto a la propiedad, a la acumulación y posesión de riquezas y al poder de decisión pésimamente distribuidos; al posicionamiento en torno a la apropiación de recursos y territorios por minorías insaciables, siempre desde una dinámica destinada a crear y concentrar riqueza en su favor, empobreciendo al resto de los seres humanos y a la naturaleza.
Lo mal distribuido, como lo injustamente y abusivamente apropiado, los mecanismos de distribución y apropiación existentes (legales e ilegales), el sistema político-institucional y la modalidad de inserción de nuestro país en el mundo, tienen que ser revertidos para poder construir un modelo alternativo al neoliberal y un orden realmente democrático adverso a la partidocracia, a la burocratización y gansterización del Estado.
Esto nos remite a la desprivatización, a las expropiaciones, a las nacionalizaciones, a la redistribución de propiedad, ingresos y riquezas; a la combinación de formas diversas de propiedad y gestión, a la nueva institucionalidad, a la disolución del Congreso actual, a la Constituyente, a la nueva Constitución…
Por eso entendemos que actuar en los escenarios legales y electorales del orden establecido para transformarlo, no equivale aceptarlo ni a respetarlo; menos aun a renunciar a los escenarios que lo desborden desde la democracia de calle y la insubordinación generalizada.
La relación entre la Constitución de 1963 y la insurrección de abril de 1965 nos ofrece un ejemplo insuperable de escenarios y métodos combinados en cuanto a creación de democracia desde abajo. Igual –invertido los términos- las rebeliones sociales que precedieron procesos como el venezolano, el ecuatoriano y el boliviano de estos tiempos, el hundimiento de viejos, falsos e irrespetados “órdenes democráticos” para crear otros nuevos.
Los avances logrados en El Salvador en el presente siglo son inseparables de los 11 años de guerra revolucionaria, cuyo impacto en la correlación de fuerzas se plasmó en importantes reformas institucionales, constitucionales políticas y sociales consignadas en el Acuerdo de Paz. Como también es preciso señalar que la brega en el FMLN y en la sociedad salvadoreña entre reformismo y posición transformadora no ha tocado fondo, al punto que la posición ultra-moderada del gobierno de Funes afecta, retrasa y/o pospone las expectativas y exigencias de cambios más profundos y acelerados en cuanto al desmonte de los resultados del neoliberalismo, nuevos cambios institucionales y soberanía nacional y popular.
En el caso dominicano quienes aspiramos a cambiar esta sociedad injusta e institucionalmente degradada, optando por construir lo nuevo, no podemos temerle a plantear las confrontaciones extra-institucionales, la desobediencia civil, la insumisión popular, los programas transformadores, las luchas por la desprivatización, por los cambios estructurales y por una nueva institucionalidad.
Pretender los cambios “respetando la institucionalidad vigente” y obviando el impacto estructural del neoliberalismo, renunciando por tanto de antemano a su desmonte y a su reemplazo, equivale –sin decirlo- a aceptar una continuidad maquillada o con modificaciones muy limitadas.
Prometer “otro rumbo” sin proponernos esa necesaria ruptura, es pura babita endulzada o gelatina más o menos condensada, mejor envuelta. La simple continuidad institucional con ciertos remiendos, es una manera de volver a más de lo mismo en cierta medida oxigenado. Ya esa experiencia la sufrimos en el pasado con el PLD y el PRD cuando desde su virginidad prometieron cambios “dentro del orden institucional”.
Si hablar de “distribuir el crecimiento”, obviando que hay muchas formas de crecer y descrecer, renunciando a tocar el poder de los que han crecido, respetando las esencias de un sistema que ha creado riquezas para minorías empobreciendo mayorías y que en el futuro próximo habrá de estancarse y descender, es rendirle culto a la “ple-pla”…definirse “centro-progresista” encubre la renuncia a una radicalidad necesaria, en tanto se trata de ir a la raíz y a las causas de los problemas para superarlos.
“Distribuir el crecimiento” y “centro-progresista”: nuevas retóricas ilusionistas
Históricamente el llamado “centro-progresista” o “centro”, que incluso rehúye ser llamado“centro izquierda” (no por lo de centro sino por lo de izquierda), procura salirse de la dialéctica reforma-revolución y revolución-contrarrevolución para quedarse en un reformismo infecundo que acepta como situación de hecho el producto neoliberal, al cual –sin revertirlo- le pretende superponer un “keynesianismo” atenuado e inviable dentro de ese duro contexto.
El capitalismo, sus fuerzas hegemónicas, en medio del despliegue de su actual mega crisis, no ha dado señales de propiciar, poder o querer apelar al viejo estado keynessiano distribuidor de ingresos, regulador del mercado, la propiedad privada y las ganancias, impulsos de políticas sociales de largo aliento. La era neoliberal ha creado formas de existencia, estructuras, intereses materiales y dinámicas expoliadoras sumamente resistente. Sus reformas son cada vez más contrarreformas y sus recetas frente a la crisis cada vez más antipopulares. En los hechos las lealtades al neoliberalismo, al militarismo, a la financierización se reproducen.
La transición hacia una sociedad post-neoliberal en estos tiempos -además de un reconocimiento del desastre provocado- exige de una vocación transformadora y lineamientos y propuestas capaces de enfrentar y desmontar los ejes de la hegemonía neoliberal, de la partidocracia y las elites sociales de vieja y nueva data.
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