viernes, 19 de agosto de 2011

Chile: Pisar las calles nuevamente

Pisar las calles nuevamente hoy en Chile y no querer abandonarlas es rebelarse justamente contra ese peso de la noche que el ministro Portales identificaba como la principal virtud del orden social.

“El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad publica…”
Diego Portales.
 
 
Visto desde la distancia, el conflicto que actualmente se desarrolla en Chile deriva en lo fundamental de un tema educativo. Ciertamente, el que las movilizaciones sean estudiantiles, sus líderes estudiantes y las principales consignas giren entorno a la educación universal, pública, gratuita y de calidad da pie a esta idea, pero para cualquier chileno o chilena -o para quienes que hemos tenido la suerte vivir allá- puede resultar evidente que en el fondo se juegan muchas otras cosas.
En primer lugar, las actuales movilizaciones vienes a ser las más visibles, constantes y sin duda exitosas de una serie de movilizaciones similares que se vienen sucediendo desde 2008, palabras más o menos, desde que los efectos de la “crisis de las subprime” se hicieron sentir en suelo chileno a través de un fuerte desempleo y el desaguadero de las AFP. El terremoto de 2010, el cambio de gobierno, el mundial y el capítulo de los mineros marcaron una pausa en esta secuencia, pero las mismas siguieron sucediéndose de manera tímida y focalizada hasta comienzos de este año (apuntaladas por ejemplo con el tema ambiental en Aysen y Punta Choros), hasta que estalló la rebelión de Magallanes a principio de este año.
Lo clave de la rebelión de Magallanes para este caso   no fue sólo que se trató de la movilización popular más importante de los últimos tiempos -un mérito que hasta entonces pertenecía a la gran rebelión pingüina de 2006- ni que fuera popular en sentido amplio y no sólo estudiantil. Su fortuna fue que demostró la vulnerabilidad de un gobierno que con un disimulo apenas formal viene precedido por la impronta de la dictadura, a la par de una actitud patrono-empresarial que asume sin vergüenza alguna. Y es que visiblemente a despecho de lo que hubiera preferido, el gobierno de Piñera y su Ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter (miembro, como Sebastían,  de las juventudes pinochetistas, pero además sionista declarado) se vio en la obligación de retroceder en sus planes, todo lo cual pareciera haber señalado un antes y un después a partir del cual se gatilla la protesta popular que ahora toma de nuevo las formas de la protesta estudiantil.
Es en este sentido que más allá del reclamo educativo formal de esta primavera en invierno, lo que se está poniendo en entredicho en Chile es, si se quiere -y para decirlo con una expresión pasada de moda pero todavía pertinente- el “orden mismo de las cosas”. A todas luces, esto es algo que la vieja derecha comprende y de allí su molestia manifiesta  e incomodidad no sólo ante la movilizaciones que toman como provocaciones de la “extrema izquierda”, sino ante lo que interpretan como la pusilanimidad de un gobierno que no puede (todavía) aplicar toda la fuerza que quisiera para volver las aguas a su cauce. El famosotwiter de la secretaria ejecutiva del libro más que una destemplanza digital de una funcionaria de rango medio  resume el pensamiento salvaje de todo el status quo chileno, tanto el real como el de a pie. Después de todo, fue más o menos lo mismo que quiso decir el Alcalde Zalaqett con lo de los militares y el 11 de septiembre, solo que al viejo estilo de los terratenientes…
Pisar las calles nuevamente hoy en Chile y no querer abandonarlas es rebelarse justamente contra ese peso de la noche que el ministro Portales identificaba como la principal virtud del orden social. Un peso que no es de la tendencia al reposo de la masas, valga decir, sino    el impuesto por un Estado dirigido por hombres que, como el propio ministro aseguraba, se pretenden modelos modelos de virtud y patriotismo cuyo deber es  enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes, aunque en el fondo no sean más que unos fachos  y a menudo perversos (valga la redundancia) defendiendo sus intereses.

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