Crónica desde las calles
Días de represión e intolerancia ante las manifestaciones pacíficas de laicos contra el uso de fondos públicos para la visita papal, se vivieron en España.
Madrid, España. En agosto se celebró en Madrid una masiva manifestación de laicos, librepensadores y cristianos de base en protesta por el derroche de fondos públicos que ha supuesto la visita proselitista del antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, y hoy Papa, Joseph Ratzinger (Benedicto XVI). Las imágenes de policías golpeando mujeres y jóvenes periodistas la dieron la vuelta al mundo.
Una manifestación justa y pacífica que algunos quisieronreventarLa manifestación inició en la castiza Plaza de Tirso de Molina. El calor veraniego, el sol, las baladas de Javier Krahe y un ambiente entre lúdico y reivindicativo, presagiaban una manifestación pacífica, ejemplar. Pero alguien, tal vez en la oscuridad húmeda de alguna sacristía o en la luminosidad del despacho de un politicastro había planeado otro desarrollo y fin.
En aquel acto, ríos de miles de hombres y mujeres entonaron consignas contra el expolio que la Iglesia católica causa en España, contra el fanatismo de una religión que ha sumido durante siglos en la incuria y el odio al país, contra la intromisión intolerable de los obispos en las decisiones democráticas y, básicamente, contra el uso de fondos públicos para sufragar una visita privada con fines catequéticos.
“Las primeras sospechas de que algo malo podía pasar surgieron al comprobar que los miles de manifestantes habían de discurrir por una estrecha calle hasta desembocar en la Puerta del Sol. La aprensión aumentó al percatarme de que los coches no habían sido retirados (algo habitual en las manifestaciones) en aquella angosta callejuela, con lo cual se formaba un peligroso cuello de botella.
“Presencié por ello a alguna persona desmayarse, pero no le concedí mayor importancia. Sin embargo, los problemas comenzaron cuando un grupo de peregrinos católicos, en clara violación a la Constitución, cerró el paso a la manifestación, posicionándose en la desembocadura de la Puerta del Sol.
“La policía no detuvo a los peregrinos católico. Y desde ese momento, comprendí que el derecho de manifestación no iba a ser salvaguardado debidamente”.
Mientras los manifestantes laicos y librepensadores iban llegando a la Puerta del Sol, eran recibidos con gestos provocadores por los peregrinos católicos, así como gritos de “esta es la plaza del Papa”. Incomprensiblemente, no se formó un cordón policial que evitara posibles conflictos y agresiones.
Brutalidad policial contra laicos y librepensadores
“A mi lado, un manifestante con el cual entablé conversación, y que me refirió haber trabajado en las fuerzas armadas de su país en programas de resolución de conflictos urbanos, me aseguró que aquello era premeditado, que se perseguía la explosión de aquella situación, posiblemente para criminalizar a los manifestantes”.
Por fortuna, los roces fueron insignificantes y levísimos. Si alguien esperaba una batalla campal que estigmatizara la manifestación, fracasó en su objetivo. Y si algún peregrino católico hubiera resultado lesionado (como falsamente sugirió alguna prensa amarilla) la imagen habría acaparado las portadas de la prensa, radio y televisión conservadora, pero no fue así, fundamentalmente porque los laicos y librepensadores somos pacíficos, tolerantes, y no quemamos ni agredimos a nuestros adversarios ideológicos.
Pero esto no evitó la brutalidad policial posterior contra los manifestantes laicos. Las imágenes son tan elocuentes que ni con mil palabras podría plasmarlo mejor que como lo reflejan los videos de Youtube que están recorriendo los ordenadores de todos los continentes.
Ante la evidencia, las autoridades han decidido abrir una información. No sabemos cómo concluirá, pero lo que sí debe de quedar claro a partir de ahora es que nadie que vista un uniforme podrá sentirse con patente de corso para maltratar a ciudadanos pacíficos. Cientos de móviles y cámaras grabarán estos hechos, y serán difundidos donde sea necesario.
Un derroche de fondos públicos injustificado
Aunque las previsiones más prudentes cifran en 50 millones de euros (unos 65 millones de dólares) el dispendio, el sentido común más elemental eleva esa cuantía.
Para empezar, han sido utilizados institutos y escuelas públicas para el alojamiento de católicos, con el consiguiente gasto de agua, luz, personal, etcétera. Estos gastos difícilmente pueden ser cuantificados, y en caso de serlo resulta dudoso que se registre esta suma en el balance.
Asimismo, los desplazamientos y dietas de miles de policías también han salido del bolsillo del contribuyente.
Ciertamente, los peregrinos gastarían algo en bares y cafeterías, pero esos no dejan de ser unos ingresos en empresas privadas que sólo limitadamente redundan en las arcas públicas, mientras las empresas patrocinadores del evento (bancos, multinacionales, etcétera) recibieron exorbitantes exenciones fiscales con motivo de la visita papal.
En este sentido, las cantidades que dejaron de ingresar las arcas públicas provocan escalofríos. A lo anterior se debe añadir el régimen fiscal privilegiado de la iglesia católica que, prácticamente, no paga impuestos en España, así como expolio de bienes públicos que, merced a una ley registral aprobada por el gobierno de Aznar, permite a la iglesia registrar como propios bienes que son de la comunidad.
El catolicismo, se dice en cualquier parte de España, ha dado muestra, por enésima vez, de su ancestral intolerancia, presentándose como un peligroso foco de conflictos sociales. En suma, la Iglesia católica de siempre.
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