La clínica privada de Beniarbeig, pionera en el parto natural y la interrupción voluntaria del embarazo, echa el cierre por la crisis
“Esto era un sueño y ha explotado. Creímos que era posible devolver la dignidad y el poder a las mujeres, pero sabíamos desde el principio que mantener abierto un hospital con apenas 22 camas era muy complicado”. Con estas palabras, expresadas con más desapego que tristeza, el ginecólogo y obstetra fundador del grupo Acuario, Pere Enguix, anunciaba el cierre inminente de la policlínica de Valencia y el hospital y maternidad de Beniarbeig.
A pesar de que la sanidad privada está saliendo reforzada de la crisis económica, el centro de referencia en España en el parto sin violencia y la interrupción voluntaria del embarazo no ha resistido su embestida y antes de que termine el mes dejará de prestar sus servicios. El pasado 16 de febrero, el titular del Juzgado de lo Mercantil número 2 de Alicante dictó el auto de apertura de la fase de la liquidación de la sociedad y el próximo 31 de mayo, se ejecutará un ERE de extinción de contratos que afecta a la totalidad de los trabajadores, 54 en el hospital de La Marina Alta y otros 11 en la clínica de Valencia. Sus deudas superaban los 4 millones.
Aunque la actividad no se interrumpirá hasta el 31, la incertidumbre sobre el futuro de la clínica lleva meses pasándole factura y ni siquiera el área de maternidad, la más emblemática del hospital y el punto de partida de este proyecto sanitario, constituido corporativamente en 1986 con el nombre de Acuario Espai de Salut, se ha librado de la pérdida de pacientes.
“Acuario tenía un problema importante de estructura de costes, que hacía que no fuera rentable” explica Javier Caridad, director gerente desde 2007. “Logramos ajustarlo y controlar los gastos fijos. En 2008, después de cuatro años con pérdidas, el hospital volvió a tener beneficios, pero llegó la crisis”, añade.
“Llevamos dos años preparándonos para este momento”, dice entristecida Anie Pérez, recepcionista del hospital desde hace 17 años. “Lo que más me duele no es quedarme sin trabajo, sino que este lugar desaparezca, porque esto era mucho más que un hospital”, se lamenta.
En 1996, la clínica se convirtió en hospital con autonomía quirúrgica propia para intervenciones ginecológicas, de cirugía general, traumatología o estética. Más de 7.000 bebés han nacido en sus dos paritorios, con sus amplias bañeras en penumbra, entre escaleras que suben hasta el techo para poder colgarse de ellas, pelotas gigantes y esculturas que evocan el poder de la feminidad.
Con su clausura, se pone fin a tres décadas de labor discreta pero tenaz en defensa de las libertades de las mujeres, los derechos reproductivos y una visión de la medicina integradora.
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