A la mujer se le invisibiliza desde el lenguaje, se le niega su propia identidad y se construyen estructuras sociales, económicas y culturales al margen de ella.
Tratar el tema de la violencia contra la mujer, nos remite, irremediablemente, a hablar sobre la ola de feminicidios que se ha desatado en nuestro país. Solo recordar lo que ha sucedido en Ciudad Juárez durante años es suficiente para determinar que México es un lugar extremadamente peligroso para ser y nacer mujer.
Sin embargo, aunque los hechos son evidentes, la violencia física que se ejerce contra este sexo es solo el pináculo de un problema que tiene raíces más hondas. A la mujer se le invisibiliza desde el lenguaje, se le niega su propia identidad y se construyen estructuras sociales, económicas y culturales al margen de ella.
Es decir, si partimos de la idea de que el lenguaje permite establecer y concretizar las concepciones que el ser tiene del mundo, estamos diciendo que las palabras dan realidad a todas y todos los seres y cosas que existen y, aún más, de acuerdo a la clasificación que se haga de esta realidad, se les da identidad propia.
Entonces, cuando el lenguaje homogeniza una clasificación sin importarle las particularidades del ser, se margina la diferencia y se le oprime por medio de la palabra. El lenguaje señala sólo lo que existe en la realidad, por lo cual, todo lo que no ha sido nombrado carece de realidad.
Como se puede observar, el lenguaje otorga poder a quien lo construye, porque es su concepción de mundo la que se impone y se vive. Si tomamos en cuenta que durante años se ha hablado desde un lenguaje construido a partir de concepciones masculinas, a la mujer se le ha negado históricamente el derecho a construir su propia identidad, es decir, el lenguaje la ha marginado y discriminado.
En el lenguaje cotidiano se han normalizado estas concepciones, los profesores en las aulas les hablan a sus alumnos, los patrones a sus trabajadores, la prensa habla solo de los muertos en la guerra contra el narcotráfico, a los partidos políticos se les obliga, literalmente, a pagar una cuota de género para que mujeres ocupen cargos públicos. Incluso hay muchas mujeres que se refieren a sus compañeras aun en concepciones masculinas.
No se pretende victimizar a la mujer, pero si señalar que estas construcciones también son un ataque violento a su ser. No se puede seguir tergiversando su papel en el mundo a partir del engaño homogeneizador y burgués que supone el discurso de la igualdad, el cual piensa que todos los seres son idénticos entre sí, cuando ambos sexos, incluso entre ellos y ellas mismas, tienen diferencias y necesidades particulares. Lo apremiante es fomentar la equidad, para que ambos sexos tengan las mismas oportunidades de desarrollarse y construir.
Definitivamente el feminicidio en el país es algo que es urgente combatir, pero no dejemos de lado la formación de las nuevas generaciones. Una educación que les permita construir una concepción del mundo que exprese en el lenguaje la necesidad de reconocer y respetar la diferencia para convivir y compartir el mismo espacio, sin el uso de la violencia.
Alucinando: Como detalle curioso, mientras escribía esta columna pude percatarme que el mismo diccionario de Word no contempla la palabra feminicidio dentro de sus concepciones lingüísticas, la marca como error. ¿Es el lenguaje importante entonces?
@elrevu
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