El entusiasmo y la esperanza han dado paso a la decepción en Túnez, Egipto y Libia, luego de dos años del comienzo de la llamada “Primavera Árabe” debido a las impopulares transiciones políticas, los problemas económicos y las amenazas extremistas.
El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante desesperado, se inmoló en Sidi Buzid, una ciudad del centro oeste de Túnez, desatando la revuelta tunecina. Ahora, los preparativos para conmemorar este acto están envueltos en la polémica.
Una parte del comité organizador dimitió para denunciar que los islamistas de Ennahda, en el poder, intentaban controlar las celebraciones. Además, la oposición aprovechó el acto celebrado con este motivo para manifestarse contra el Gobierno, al que acusa de ser incapaz de encarrilar el país por buen camino.
Muchos de los habitantes de esta ciudad consideran que nada ha cambiado desde 2010, sobre todo en el desempleo, que sigue disparándose.
“¿De qué revolución habla usted? Nada ha cambiado aquí”, protesta Ezzedine Nasri, un vendedor ambulante cuya esposa no encuentra trabajo pese a tener un diploma universitario.
Túnez evitó ‘in extremis’ una huelga general convocada por el sindicato mayoritario, la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), que quería protestar contra un ataque de milicianos próximos a Ennahda.
En el último momento se alcanzó un acuerdo con el Gobierno que permitió anular la huelga pero esto no disipó el miedo de los laicos a que Ennahda intente islamizar el país, si hiciese falta por la fuerza.
El ataque a la UGTT forma parte “del plan de revancha de Rached Ghannouchi (el jefe de Ennahda) y sus partidarios salafistas contra cualquier institución tunecina que haya contribuido a la construcción del Túnez moderno y racional”, escribió un activista del campo laico, Omar S’habou, en el diario Le Maghreb.
En un año, el Gobierno ganador de las elecciones de octubre de 2011 no logró enderezar la economía, y es acusado de dejar las manos libres a los salafistas, que multiplican las operaciones, como el ataque a la embajada estadounidense el 14 de septiembre.
La Asamblea Constituyente no ha avanzado mucho en la elaboración de una nueva Constitución, y lo tiene difícil por las numerosas polémicas entre islamistas y laicos. Además, las elecciones previstas en 2013 podrían verse aplazadas, lo cual incrementa la incertidumbre.
El miércoles, la agencia de calificación financiera Fitch rebajó un peldaño la nota de la deuda a largo plazo de Túnez, de ‘BBB-’ a ‘BB+’, o sea, el grado especulativo, debido a “la transición económica y política del país que resulta más larga y más difícil de lo previsto”.
Egipto, por su parte, no ha estado nunca tan dividido como desde que el presidente, el islamista Mohamed Mursi, intentó atribuirse nuevos poderes.
Presionado por una parte del pueblo, Mursi renunció a ello pero mantuvo un referéndum sobre la Constitución redactada por islamistas e impugnada por la oposición.
Las manifestaciones de protesta contra las intenciones del presidente fueron violentas, con derramamiento de sangre, lo que agrava la tensión en el país.
Como consecuencia de los problemas políticos, la solicitud de ayuda de 4.800 millones de dólares que Egipto hizo al Fondo Monetario Internacional (FMI) está congelada, por decisión de El Cairo.
En Libia, las autoridades lograron celebrar elecciones generales en julio y restablecer la producción petrolera, pero la inseguridad y las amenazas extremistas prevalecen.
Los ocho meses del conflicto armado que acabó con el gobierno de Muamar Gadafi dejó secuelas: la proliferación de las milicias armadas, el tráfico de armas y la emergencia de amenazas terroristas, ilustradas por el ataque del 11 de septiembre en el que murieron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador Christopher Stevens.
(Con información de AFP)
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