jueves, 4 de julio de 2013

Egipto, la izquierda y el golpe de Estado

Se acabó el asunto. Volvemos a la «excepción árabe». Mubarak, Ben Ali, Ghadafi, al-Assad (y nuestros gobiernos y nuestros medios occidentales) tenían razón: el mundo árabe no es democratizable. Y nuestra izquierda, entre tanto, vitoreando al Ejército
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Santiago ALBA RICO | Analista
Lo explicaré del modo más sencillo. Hace dos años y medio se puso en marcha en el mundo árabe un proceso inesperado de irrupción de los pueblos (llamado a veces «primavera árabe») que abrió una modesta pero luminosa oportunidad en la zona. Yo la llamaría sin lugar a dudas «revolución».
No fue una revolución socialista y no fue dirigida por la izquierda. Tampoco fue una revolución islámica y los islamistas tuvieron asimismo un papel muy reducido. Pero como fue una revolución democrática, salió a flote la verdadera relación de fuerzas en la zona -reprimida durante décadas- y las elecciones, allí donde las hubo, llevaron al gobierno a los partidos islamistas de la orbita de los Hermanos Musulmanes. Tanto la izquierda de la región, avejentada y estalinista, como los partidos islamistas, que incubaban sueños de califato, cedieron a la presión popular y adoptaron sinceros programas democráticos. Los fulul de la dictadura, a su vez, se reciclaron en demócratas y, desde distintas organizaciones y partidos, en condiciones sin precedentes de libertad de expresión y reunión, comenzaron a trabajar para recobrar el poder.
Sé que no importa lo que diga, pues en cualquier caso se malentenderán mis palabras. Soy comunista y si algo me inspira poca simpatía es la combinación de neoliberalismo económico y conservadurismo religioso. En los dos últimos años no he dejado de llamar la atención, en Egipto y Túnez, sobre la complicidad de los HHMM y Nahda con las instituciones financieras internacionales, su falta de programa social y económico y su recurso a las mismas tácticas represivas de la dictadura. Pero también he insistido en alertar contra la tentación de combatir a los islamistas por cualquier medio, en alianzas antinaturales con las manos negras de la dictadura o mediante estrategias de acoso y derribo que, a tenor de la actual relación de fuerzas, sólo pueden favorecer el retorno de los viejos y trágicos modelos de gestión regional (con la guerra civil argelina, tan cercana, como sombra y advertencia). El proceso que comenzó en Túnez abrió un marco inestable y fluido en el que democracia, revolución e involución se citan, se buscan, chocan, negocian y se combaten. A mi juicio, lo más revolucionario que se puede hacer en estos momentos en Egipto, y en todo el mundo árabe, es tratar de construir un Estado de Derecho democrático mientras se trabaja a medio plazo -gramscianamente- en un proyecto contrahegemónico basado en el descontento social.
Pues bien, la voluntad de acelerar la revolución sin haber normalizado la democracia (¡que en el mundo árabe es ya revolucionaria!), y a despecho de la relación de fuerzas, da todas las ventajas a los proyectos involutivos islamofóbicos. En Túnez en la forma de una «transición pacífica a la dictadura»; en Egipto, como estamos viendo, en la forma clásica, terrible, de una intervención militar que, en este caso, sólo puede desembocar en una guerra civil.
Millones de egipcios han salido a la calle de un modo saludable, en alas de una indignación justa y valiente, en la prolongación de un movimiento popular que es la única garantía en el mundo árabe -y en cualquier parte- de una verdadera democracia. Pero ese movimiento popular se inscribe -dejadme decirlo de manera provocativa y brutal- en una estrategia de acoso y derribo contra los HHMM orquestada y preparada con arreglo a un plan muy similar al que derrocó a Allende en Chile o al que intentó derrocar a Chávez en Venezuela.
Dejadme ser aún más provocativo: un cierto sector de la izquierda -árabe y mundial- cuando hay revoluciones las llama conspiraciones y cuando hay conspiraciones considera que, entonces sí, ha llegado la verdadera revolución. ¡Contra el islamismo los golpes de Estado son revolucionarios! ¡Aunque se trate del ejército egipcio, el más proestadounidense del mundo, el mismo que disparó contra el pueblo y torturó a los revolucionarios hasta hace pocos meses!
En Egipto la izquierda forma parte del Frente Nacional de Salvación, coalición también de la derecha neoliberal y de los fulul de la dictadura, y su máximo representante, Hamdin Sabahi, que ocupó el tercer lugar en las elecciones presidenciales, ha pedido varias veces en los últimos días la intervención del ejército y ha saludado sus «revolucionarios» comunicados. Lo mismo en el caso de Tamarrud, el movimiento responsable de las movilizaciones del 30 de junio, cuyos portavoces confiesan abiertamente haber coordinado las protestas con la cúpula militar, y que han respondido a la assadiana declaración de las fuerzas armadas («daremos nuestras vidas combatiendo a los terroristas, extremistas e ignorantes») reclamando la inmediata detención del presidente electo Mohamed Mursi.
Si el presidente electo no se va, ya conocemos la «hoja de ruta» anunciada por el ejército: formará una junto cívico-militar para preparar la transición, disolverá el parlamento, suspenderá la constitución y aplicará mano de hierro a todos los «terroristas, extremistas e ignorantes» que se opongan a su proyecto de salvación nacional.
¿Nos suena el plan? A mí mucho. Tenemos la suficiente experiencia histórica para saber qué significa eso. No parece que haya ya muchas alternativas. El rencor histórico acumulado durante décadas por las fuerzas islamistas parecía haberse disuelto en su victoria electoral y en esa pragmática reivindicación teatral, expresada con entusiasmo de neófitos, de la «democracia parlamentaria». Si se les niega con un golpe de mano lo que han adquirido en las urnas, ¿no volverá ese rencor, ahora intensificado y legitimado, a una organización de ideología y tradición muy poco democrática, acostumbrada a la clandestinidad y tentada muchas veces por la lucha armada? Puede ocurrir que no sea Siria sino Egipto «la tumba de las revoluciones árabes». En su editorial de ayer, Abdelbari Atwan, editorialista de «Al Quds», evocaba el «escenario argelino». Sí, de eso estamos hablando, pero en un país de 80 millones de habitantes, al lado de Israel, y en un contexto explosivo de crecientes conflictos sectarios en Siria e Iraq. Bachar Al-Assad se puede sentir muy orgulloso de haber anticipado el nuevo modelo -el más viejo- contra las amenazas del «terrorismo islámico». Se acabó el asunto. Volvemos a la «excepción árabe». Moubarak, Ben Ali, Ghadafi, Al-Assad (y nuestros gobiernos occidentales y nuestros medios occidentales) tenían razón: el mundo árabe no es democratizable.
Y nuestra izquierda, entre tanto, vitoreando al ejército.

2 comentarios:

  1. Todavía hay quienes creen que los Islamistas son independientes de USA y sus títeres locales (Arabia Saudita notablemente pero también, Qatar, Marruecos e incluso Israel). Yo no me creo que el Pentágono sea capaz de mover lo hilos para sacar a millones a las calles, ni ahora ni antes, quién puede creer esa burrada?! Ya les gustaría!

    Además, como dice correctamente el autor, Morsi estaba lamiendo fielmente la mano del Imperio, manteniendo el bloqueo inaceptable contra Gaza (y eso que Hamas es un derivado de los 'Hermanos' egipcios pero, claro, se orienta a Siria, Irán y Hizbolá y eso no le conviene a Washington). Por qué iba el Imperio a remover de forma tan arriesgada a perros tan fieles y obedientes como Mubarak o Morsi? Eso no es así: no tiene ningún sentido.

    Es cierto que la "solución" parlamentarista es muy incierta y probablemente ineficaz para resolver los problemas inmensos de pobreza de las masas egipcias. Pero eso es una oportunidad para que la Izquierda Revolucionaria crezca si acaso, ya que es la única que puede aportar auténticas soluciones, soluciones no capitalistas, por supuesto.

    USA está más preocupado que nada por el Canal de Suez e Israel y en general, y en consecuencia, por que Egipto no se desestabilice demasiado. Morsi, que gobernaba de forma casi ilegal, tras rechazar las sentencias de la Corte Suprema contra la legalidad del Parlamento y Asamblea Constituyente, exigiendo nuevas elecciones que no tuvieron lugar y declarando nula la constitución islamista, simplemente no era capaz de garantizar esto. Cuando las masas salieron a las calles por millones, incluyendo (como en Turquía) muchos de los que le votaron, la suerte estaba echada, sobre todo en la mediad en que las fuerzas armadas del estado se negaron a reprimir (ya lo habían intentado con Mubarak y no funcionó).

    El problema de fondo es que Morsi sólo ganó porque estaba mejor posicionado (HMs tolerados bajo Mubarak como "oposición" inviable, apoyos masivos desde las dictaduras del Golfo, falta de alternativas coherentes en el campo secularista) y fue incapaz, o no quiso, generar un consenso amplio, necesario para un cambio de régimen estable (a no ser que se use la represión más violenta y generalizada). Un problema similar ocurre en Tunicia y el caso turco no está lejos.

    Que desde la Izquierda se apoye el Islamismo sólo porque USA lo ha seleccionado como falso "enemigo" controlable para justificar su imperialismo y debilitar la alternativa de clase en la región me parece inaceptable, es como si las masas salieran en el Estado español y provocaran la caída de Rajoy (otro fundamentalista extremadamente impopular, según las encuestas) y fueran y dijeran: "no, así no".

    Por favor!

    La Izquierda debe de dejar de pensar en términos de mero imperialismo y supuesto control total por parte de Washington: los movimientos de masas son reales, son relativamente espontáneos y responden a una efervescencia revolucionaria real, a una indignación real, a una desesperación real. La Izquierda Revolucionaria no puede ni debe marcar el paso al pueblo, como decía Lenin: un paso por delante de las masas, pero no más; o citando a Kropotkin de memoria: una revolución es como un maremoto absolutamente incontrolable en el que las fuerzas políticas son arrolladas o, en el mejor de los casos, consiguen permanecer a flote sobre la gigantesca ola, que es lo que hicieron los bolcheviques en 1917 y es lo que ha hecho el ejército egipcio en este caso.

    Nadie, ni siquiera Washington, puede enfrentarse a este tipo de maremotos y salir airoso. Y que yo sepa tampoco pueden generarse con no-se-qué ingeniería social. Tú puedes convocar a una mani pero no puedes controlar cuánta gente va. Pueden ir 10, 100 o 1000... o van 14 millones y se lía "la de Tahrir.

    Los revolucionarios y revolucionarias debemos escuchar, muy atentamente, al Pueblo, no podemos pretender dirigirlo, mucho menos en el calor de los episodios revolucionarios como estos.

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