lunes, 16 de diciembre de 2013

Racistas y elegidos de Dios: El odio armado en Estados Unidos

De El País
“¿Me estás diciendo que también os entrenáis para una posible invasión de zombis?”,pregunto con cara de estupor a Mike Lackomar, portavoz y uno de los líderes de la Milicia de Michigan. “Desde luego, y da igual que sea un zombi o un reptiliano”, responde con severidad. “Hay que buscar el cuerpo a cuerpo y meterle dos tiros en el pecho y otro en la cabeza, como en Vietnam”. Y se ríe a carcajadas. Pero no se ríe porque me esté reconociendo, con toda seriedad, que sus chicos se preparan en los bosques de Michigan para detener hordas de muertos vivientes, sino de la supuesta gracia que acaba de hacer. ¿Que no la han cogido? Yo tampoco, así que Lackomar la aclara: “Como en Vietnam –sonríe–, donde había que ganarse los corazones y las mentes de la población. ¡Pues eso, dos tiros en el corazón y uno en la mente! Si un zombi sangra es que se le puede matar”. Estamos en un parque natural a unos cien kilómetros al sur de Detroit. Es sábado. A nuestro alrededor hay ciclistas, gente haciendo footing,aprendices de ornitólogos con sus prismáticos y familias enteras preparándose para pasar un día de campo. Unos 20 milicianos vestidos con traje de camuflaje y armados hasta los dientes comienzan, a su lado, una incursión en supuesto territorio enemigo. Bubba, el alias de Tom, un ingeniero agrónomo que hoy hace las veces de jefe de equipo, les da las últimas instrucciones: si escuchan un drone, les dice, el motor de un avión espía, deben esconderse entre los árboles. Estamos en el aparcamiento del parque, junto a varios corredores que estiran sus músculos preparándose para salir a hacer deporte, pero Bubba acaba su charla de motivación mirándoles con expresión dura y les suelta: “Si alguno es capturado o herido, que no espere rescate”.
La Milicia de Michigan es uno de los más de 1.300 grupos patrióticos monitorizados en Estados Unidos por diferentes asociaciones de derechos civiles. Algunos de estos grupos son considerados muy peligrosos e impredecibles por la retórica irracional, emocional y hasta conspiranoica que manejan. Por eso se les conoce como Grupos de Odio. La crisis económica, el aumento del paro y la reelección de Obama, un presidente negro, de apellido extranjero y padre musulmán,les ha hecho crecer en número.
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El líder de Naciones Arias, una organización que se considera cristiana y racista. / HERNÁN ZIN

“Las milicias más peligrosas son aquellas que profesan un odio extremo contra el Gobierno de Estados Unidos, que se dedican constantemente a hacer acopio de armas, que tienen enormes arsenales y que secretamente planean posibles acciones contra el Gobierno federal. Dicho esto, la mayor parte de las milicias son ciudadanos normales, que les gusta la milicia y que son partidarios de llevar armas y de las libertades de la segunda enmienda”, dice Jack Kay, antiguo rector de la Universidad de Michigan y que lleva años estudiando el fenómeno de las milicias. Desde su cátedra de Teoría de la Comunicación, ha analizado las estrategias de captación y propaganda de decenas de grupos radicales y está convencido de que muchos individuos violentos encuentran aquí el lugar donde socializar todas sus ocultas pulsiones de odio. Esta América racista, integrista, supremacista y llena de odio es el ecosistema perfecto para la aparición de lobos solitarios.
Lackomar, el portavoz de los milicianos de Michigan, parece un tipo muy normal. Casado, con dos hijos y con un buen empleo como camionero. Cuando me enseña el maletero de su furgoneta me quedo boquiabierto: “Siempre llevo mi rifle de combate, un Kaláshnikov, un arma muy buena… y llevo 10 cargadores de 30 balas cada uno… 300 disparos… Bueno, esto es lo que llevo habitualmente en el coche para cosas de emergencia, pero siempre que salgo de casa, aunque sea a la compra, llevo mi pistola y algún cargador de más, así que tengo 60 balas siempre encima”. Las leyes de Michigan prohíben llevar armas es­condidas bajo la chaqueta o el pantalón, así que Michael y muchos de sus colegas llevan sus pistolas a la cintura, a la vista de todo el mundo, como en el salvaje Oeste. Lackomar me insiste en que no son ultraderechistas, sino libertarios. Que no son racistas, ¡que incluso alguno tiene una esposa de origen filipino!, aunque me confirma que no hay ningún miembro negro, judío, hispano u homosexual. Pero sobre todo, insiste, está harto de que el Gobierno les considere chiflados. Ellos se consideran constitucionalistas, patriotas, defensores a ultranza de esa segunda enmienda que les garantiza el derecho a llevar armas y a formar milicias. Una enmienda a la Constitución de hace 200 años, en tiempos de guerra contra los británicos y los indios nativos.
DEFCON 4. Las teorías de la conspiración que manejan estas milicias son de todo tipo: desde que la Agencia Federal de Emergencias (FEMA) está preparando campos de concentración en las Montañas Rocosas hasta que la Casa Blanca quiere imponer la ley marcial en todo el país. Desde que Obama va a requisar sus armas hasta que la Agenda 21 de la ONU, sobre la sostenibilidad del planeta, pretende robar los recursos naturales de Estados Unidos. La Milicia de Michigan nos confirma que ha rebajado su nivel de alerta a Defcon 3, nivel amarillo, amenaza media, aunque hasta hace poco estaba en Defcon 4, estado de alerta, casi de preguerra. ¿Pero contra qué o contra quién?, ¿quién es el enemigo?… Según Lackomar, todas las milicias deberían entrenarse en cinco áreas diferentes, cinco escenarios en los que todos sus hombres deberían activarse al momento: “En la lucha contra el crimen, haciendo patrullas vecinales, algo para lo que estamos muy capacitados; en respuesta ante desastres naturales, como los recientes tornados de Oklahoma o las inundaciones provocadas por el Katrina; en terrorismo, como lo de Boston; ante cualquier tipo de invasión, ya sea de Cuba, Corea del Norte o de zombis, y en luchar contra la tiranía de un Gobierno que se extralimite en sus funciones”.
Las milicias creen de verdad que Estados Unidos está al borde de una especie de distopía, una sociedad indeseable en sí misma, una pesadilla vital. Están convencidos de que viene un nuevo orden mundial que les esclavizará, por eso insisten tanto en entrenarse contra eso que Alexis de Toqueville llamó la “tiranía de la mayoría”. Por eso viven en una cultura de la autodefensa y cultivan una retórica partisana. Por eso se ven a sí mismos como la resistencia, la fuerza de choque. Los que defenderán Estados Unidos contra todo aquello que les ataque. “Algo no funciona en América, en este país, cuando no podemos decir la palabra ‘patriota’ porque seremos considerados terroristas, donde no podemos decir ‘constitucionalistas’ porque somos tachados de terroristas”, se queja el coronel Robert Cross, el líder de los Ohio Minutemen, otra conocida milicia. Desde la ventana de su casa, en pleno campo, se puede ver la humeante vasija de la central nuclear de David-Besse, junto al lago Erie. Cross insiste en que no es un radical, sino alguien muy preocupado por la deriva liberal del Gobierno de Washington, pero Cross es un claro ejemplo de pensamiento cautivo y victimista. Como muchos milicianos, se cree elegido para una misión muy sacrificada y muy poco reconocida: defender a los demás, es decir, a su gente, de las tropas federales, de los cascos azules de la ONU, de los mercenarios de Blackwater o de los sicarios de los cárteles mexicanos. Todos esos supuestos enemigos están en la página web del supuestamente pacífico Cross, que en Internet explica cómo actuar si nos vemos envueltos en un tiroteo: “Lo primero, tráete un arma; lo segundo, tráete un amigo con armas, y en tercer lugar, tráete a todos tus amigos con armas…”.
DETROIT, CIUDAD EN RUINAS. Hace ya muchos años que no llega ningún viajero a la Estación Central de Detroit, en Michigan. Hace décadas se concibió como el edificio ferroviario más alto del mundo, pero un día los trenes dejaron de salir. La ciudad del motor, que llegó a ser cuarta urbe de Estados Unidos, entró en crisis y empezó a perder población. Sus edificios se vaciaron, sus barrios se abandonaron, sus calles se pudrieron y acabó declarándose en quiebra ante la imposibilidad de pagar sus deudas. Esta ciudad se ha convertido en el epicentro de esa teología del odio que defienden muchos grupos extremistas. Una ciudad fallida, en quiebra, que ha perdido el 25% de su población en 30 años. Detroit ha pasado de dos millones de habitantes a apenas 700.000, tiene una tasa de paro insufrible de más del 20% y es la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos (la primera está también en Michigan, a 100 kilómetros). Es una urbe abandonada a su suerte por el Ayuntamiento, que ha cortado la luz, el agua, la recogida de basuras o las patrullas policiales en muchos barrios porque, simplemente, apenas vive gente y ya no hay capacidad recaudatoria. Una ciudad que es un enorme bodegón del fracaso. La primera, como propone algún intelectual, acrópolis estadounidense. En este entorno, ¡cómo no van a surgir apóstoles del odio que galvanizan todo el resentimiento y la frustración de aquellos que sienten sus vidas desperdiciadas!
“Los crímenes de odio, aquí en Michigan, han aumentado. Cuando la economía falla, hay una tendencia de determinada gente a simpatizar con estos grupos de odio porque necesitan a alguien a quien echar la culpa. Y ese chivo expiatorio son o los judíos, o las minorías, o los inmigrantes”. Heidi Budaj es la directora de la Liga Antidifamación, una organización que lleva más de cien años denunciando conductas xenófobas y racistas. En la actualidad monitorizan a más de mil grupos de los llamados de odio, rastreando constantemente sus webs, sus chats, sus mensajes o los discursos de sus líderes. Uno de ellos, el Movimiento Nacional Socialista (NSM), la mayor organización neonazi de Estados Unidos, tiene su base en Detroit. Le pregunto a Heidi, judía de origen húngaro que perdió a parte de su familia en los campos de concentración de la Alemania nazi, qué le diría al líder del NSM, Jeff Schoep: “A mí me fascina que alguien dedique toda su vida a difundir odio. Yo le preguntaría qué es lo que le convirtió en una máquina de odiar a minorías étnicas, a judíos, a afroamericanos, a gente que es diferente a él”. Schoep nos cita en la recepción de mi propio hotel porque su partido, confiesa, no tiene sede. Traslado la pregunta de Heidi al dirigente neonazi, que, sin perder su media sonrisa, contesta: “No se trata de odio, se trata de amor. Puedes considerarnos un grupo de amor, de amor a nuestra gente. Queremos tanto a esta nación que queremos separarnos de toda esa gente.”
“La esvástica acojona…”. Schoep tiene cara de niño bueno y una atildada presencia. Habla pausado y escogiendo sus palabras. Su discurso es afable, medido, hasta contenido. Jeff está convencido de que la raza blanca en Estados Unidos se está convirtiendo en una minoría. Su apellido es de origen alemán. Lo dice sin preguntarle, como orgulloso de su supuesta ascendencia aria. No quiere decir cuántos miembros son, pero en sus propios vídeos se adivina que a las manifestaciones apenas acude medio centenar. Según las estimaciones hechas por Jack Kay, el exrector de la Universidad de Michigan, “por cada miembro real de un grupo radical hay unos cien simpatizantes”.
Jeff ha escrito en la página web del NSM el ideario de su partido. Punto tres: “Demandamos territorios y colonias para alimentar a nuestra gente y enviar al exceso de población”. Un discurso que huele al famoso “espacio vital” de los nazis que desencadenó la II Guerra Mundial, aunque en persona lo suaviza y dicen que solo son ideas sueltas. Para posar para las fotos, Jeff se coloca delante de la bandera de su partido. ¿Por qué la esvástica? Primero cuenta una larga perorata sobre el significado esotérico de las runas y las cruces gamadas, pero al final reconoce: “La esvástica sugiere a nuestro enemigos que no hay trato. Cuando nuestros enemigos ven este símbolo, se acojonan. Si nos desafían, ya saben lo que significa: justicia rápida y despiadada.”
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La Milicia de Michigan durante un entrenamiento. / HERNÁN ZIN

KKK, EL IMPERIO INVISIBLE. Muchos de estos grupos comparten ideologías, fines e incluso hasta los símbolos. La esvástica, por ejemplo, y el saludo nazi del brazo en alto son utilizados con frecuencia por muchos de los capítulos o hermandades del Ku Klux Klan. La sede de los Caballeros Tradicionalistas del KKK está en un pequeño pueblo de Misuri, a unos cien kilómetros al sur de San Luis. Las oficinas de esta cofradía del autodenominado “Imperio Invisible” es un pequeño despacho dentro del domicilio de su máximo líder, Frank Ancona, gran mago imperial. Ahí nos recibe, entre gatos, perros y hasta un cerdo que su esposa nos impide fotografiar por pudor. “Entre todos los capítulos del Klan seremos unos 7.000 miembros”, dice Ancona. “Por seguridad, no guardamos ningún archivo con los nombres de nuestra gente. Cada uno de los líderes locales sabe quiénes son. Y cada gran dragón conoce a sus líderes locales”.
Frank Ancona, hijo de un klansman y padre de futuros miembros de esta cofradía racista, se dibuja a sí mismo como un activista por los derechos civiles de los blancos. Su organización es la más antigua e infame de todos los movimientos supremacistas de Estados Unidos y en su larga historia tiene centenares de asesinatos rituales de afroamericanos. “Eran otras épocas”, sentencia Ancona, que asegura que ahora ya no son violentos: “Somos una organización cristiana, blanca y patriótica que se ocupa de los intereses de la raza blanca en América. La gente dice que cuando hablas de supremacismo blanco significa odio, pero lo que nosotros creemos cuando hablamos de supremacismo es simplemente que la raza blanca es superior a otras”.
Casi todas las órdenes del KKK tienen una receta social para implementar sus teorías racistas. Obviamente, en estos tiempos no pueden defender ni ideas violentas ni soluciones finales, pero sí que insisten en lo que ellos llaman el separatismo blanco. Rachel Pendergraft, líder de los Cruzados del KKK en Arkansas y presentadora en Internet de un informativo racista llamado Orgullo Blanco, se muestra categórica: “Estamos seguros de que hay un genocidio programado contra la raza blanca a nivel mundial, y que somos el chivo expiatorio para todo lo que está funcionando mal en nuestro planeta”. Por eso, insiste, la única solución es el separatismo. El segregacionismo. La separación de las razas. Evitar la mezcla. La contaminación. Rachel vive en una zona, las montañas de Harrison, que desde un punto de vista racial es químicamente pura. Solo hay blancos. En la sede del KKK se reúnen los domingos los racistas locales para oír misa, socializar entre ellos y hacer una barbacoa. Es como un club de campo que emana odio. Aquí se defiende el apartheid, los guetos para otras razas, o una nueva política de bantustanes donde encerrar a negros, judíos o hispanos.
“Es difícil encontrar una organizaciónsupremacista blanca cuyos miembros no hayan cometido algún delito o pasado por la cárcel. En Naciones Arias, el 95% de los miembros hemos estado en prisión”. Paul Mullet nos cita en la caravana en la que vive y que le sirve de cuartel general de la que probablemente sea la más violenta, integrista y radical de todas las organizaciones extremistas. Naciones Arias ha tenido un pasado turbulento, y el propio Mullet se define como un tipo violento. Lleva un uniforme que recuerda bastante al de loscamisas pardas del partido nazi de Hitler, y nos pide que hablemos bajo porque su hija de cuatro meses está recién dormida. Desde su ordenador ha escrito el manual del cruzado de Dios, el decálogo del buen racista y todas esas mamarrachadas de que los arios, como el propio Mullet, son una raza de dioses. Los descendientes, asegura, de las doce tribus de Israel. Adán y Eva, insiste, tuvieron solo un hijo, Abel, el primero del linaje de los blancos como él. Eva, sin embargo, tuvo ayuntamiento carnal con el diablo, con la serpiente bíblica, y de ahí salió Caín, el hermano malo del cual descienden los judíos, negros y el resto de razas. Paul dice que está todo documentado. La guarida del odio, la sede de Naciones Arias, esa organización ultracristiana y extrema, resulta ser la habitación de Mullet.
“Claro que soy racista. Yo, como blanco, me creo superior a las otras razas. Por supuesto”. Mullet no tiene pelos en la lengua. No es un racista políticamente correcto. El gurú de tantos supremacistas es un hombre lleno de odio. Alguien cuya capacidad de amar ha sido desactivada. Un paranoico que se cree elegido por su dios para depurar el mundo. Tipos como él son los que incendian de ira a lobos solitarios que acaban poniendo en práctica todo lo que estos sujetos vomitan en Internet. Gracias a la Red, Mullet se ha convertido en el referente de una ideología alimentada por el rencor. Antes de irnos de su casa, le pregunto si se siente a gusto viviendo en el odio. Y me responde: “Sí. Me siento bien. Es lo que soy. Un tipo que odia.”

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