por Mike González
Caracas está viendo un levantamiento de las clases medias y los ricos. Los barrios obreros permanecen leales al gobierno. Este artículo analiza los últimos acontecimientos y la situación política en Venezuela.
Desde hace más de una semana, la prensa y los medios de comunicación han mostrado imágenes de una Venezuela en llamas. Autobuses ardiendo, agrias manifestaciones y edificios públicos asediados. Pero las fotos raramente son contextualizadas, dejando asumir a la gente que este es un disturbio urbano más, una rebelión juvenil contra la crisis como las de Grecia y el Estado español.
La realidad es muy diferente y a la vez mucho más compleja.Venezuela, después de todo, es una sociedad que le declaró la guerra al neoliberalismo hace quince años.
Caracas, donde se iniciaron esta serie de eventos, es una ciudad dividida. La zona este es de clase media y próspera; al oeste, la población es más pobre. La división política refleja exactamente la división social. Leopoldo López, líder de esta nueva fase de oposición violenta al gobierno de Nicolás Maduro, fue alcalde de uno de los distritos del este. López, junto a otra prominente antichavista, María Corina Machado, lanzó una convocatoria de concentración pública el pasado domingo para exigir la caída del gobierno. El Día de la Juventud, miércoles 12 de febrero, fue la oportunidad para llamar al alumnado a marchar, manifestarse y ocupar las calles.
La mayoría de las barricadas ardientes, sin embargo, fueron construidas en zonas de clase media. Los y las estudiantes que las construyeron venían de las universidades privadas o de la universidad estatal, que en los últimos tiempos ha excluido en gran medida al alumnado más pobre. En las zonas más pobres del oeste no ocurrió casi nada. Pero en los últimos días el carácter de clase de las manifestaciones ha quedado aún más claro. El nuevo sistema de autobuses del gobierno, que ofrece viajes limpios y seguros a precios bajos, ha sido atacado; solo ayer, 50 de estos nuevos “metrobuses” fueron quemados. La Universidad Bolivariana, que ofrece educación superior a las personas excluidas del sistema universitario, fue sitiada ayer –aunque los y las manifestantes no lograron entrar a destruirla. Y en varios lugares el personal médico cubano que dirige el sistema de salud Barrio Adentro ha sido brutalmente atacado. En un hecho curioso, una maravillosa escultura del arquitecto comunista Fruto Vivas en la ciudad de Barquisimeto está siendo defendida por chavistas después de que gente opositora intentara destruirla.
La respuesta de Maduro y su gabinete ha sido denunciar que los enfrentamientos, cada vez más violentos, están organizados por fascistas y son financiados y apoyados por Estados Unidos. Sin duda hay elementos extremistas involucrados que participan activamente en el intento por desestabilizar la situación, incluyendo a paramilitares vinculados al narcotráfico cuya presencia ha crecido en este “sobrearmado” país.
Pero ¿por qué la derecha ha elegido este momento particular para tomar las calles? En parte se trata de una respuesta a la debilidad del gobierno de Maduro, y en concreto del propio Maduro. No es ningún secreto que detrás de la fachada de unidad hay una lucha por el poder entre grupos muy ricos e influyentes dentro del gobierno –una lucha que comenzó a intensificarse en los meses antes de la muerte de Chávez.
Al mismo tiempo hay una batalla por el poder dentro de la derecha. Todos los prominentes líderes –Leopoldo López, Cristina Machado y Capriles– provienen de los sectores más ricos de la burguesía, pero compiten entre ellos. López y Machado están llevando a cabo lo que algunos llaman (en referencia a Chile 1972-73) “un golpe de Estado suave”, la desestabilización económica, sumada a una movilización continua en las calles para profundizar la debilidad del gobierno. Capriles, sin embargo, ha sido reacio a apoyar las manifestaciones y en su lugar aboga por un “gobierno de unidad nacional”, al que Maduro parece cada vez más aferrado. Hace apenas unas semanas, Maduro se entrevistó con uno de los capitalistas más ricos de Venezuela, Mendoza, al que otros sectores de la burguesía le han expresado su apoyo. Esta estrategia cuenta con el respaldo de figuras importantes del gobierno y su entorno.
En este contexto, la posición del gobierno ha sido una llamada a la “paz”, una consigna repetida por gran cantidad de gente venezolana de a pie que se ha manifestado tras Maduro. Su canto “no volverán” es muy significativo. Reconocen en los líderes de los disturbios actuales a las mismas personas que llevaron a cabo los devastadores programas económicos de la década de 1990, antes de Chávez, y que después intentaron destruir su gobierno en dos ocasiones. Al mismo tiempo, esa “paz” aún tiene que definirse. ¿Significa abordar los problemas reales que afrontan las personas y enfrentar una ansiosa clase media baja con sus autoproclamados dirigentes burgueses? ¿O puede lograrse por consenso con otros sectores de esa misma clase, tal vez representados por Capriles, que no tienen ningún compromiso en absoluto ni con el socialismo del siglo XXI ni con cualquier otro?
La derecha venezolana no es ajena a la violencia. El 11 de abril de 2002 puso en marcha un golpe de Estado contra Chávez y asumió el poder. Los llamamientos en medios de comunicación para matar a líderes chavistas evidencian lo que estaba dispuesta a hacer. El golpe contó con el apoyo de sectores del ejército, la Iglesia, la federación de empleadores, la corrupta organización sindical nacional y la Embajada de los Estados Unidos. Pero fracasó porque las masas pobres y la clase trabajadora deVenezuela salieron a las calles y trajeron de vuelta a Chávez.
Nueve meses más tarde, el intento de destruir la industria petrolera, y con ella el conjunto de la economía, fue frustrado nuevamente por la movilización masiva de la mayoría venezolana, la misma gente cuyos votos habían llevado a Chávez al poder.
¿Es la situación actual una repetición de abril? Entre 2002 y 2014 la derecha no pudo desalojar a Chávez. Al contrario, el apoyo electoral de Chávez subió constantemente hasta su muerte a principios del año pasado. Después de eso, su sucesor designado, Maduro, ganó las elecciones presidenciales de abril de 2013. Pero esta vez el candidato de la derecha, Henrique Capriles Radonski, se quedó a 250.000 votos de ganar, menos del 1%.
Fue una clara expresión de la creciente frustración y enojo entre los y las partidarias de Chávez. En 2012 las tasas de inflación se situaron en torno al 50% (oficialmente) y el nivel aumentó inexorablemente a lo largo del año pasado. Hoy la cesta básica de productos cuesta un 30% más que el salario mínimo, y esto si los bienes se encuentran en las estanterías –cada vez más vacías– de tiendas y supermercados. Las carencias se explican en parte por la especulación de los capitalistas –al igual que sucedió en Chile en 1972– y en parte por el aumento del costo de las importaciones, que constituyen una proporción cada vez mayor de lo que se consume en Venezuela. Y eso no representa bienes de lujo, sino comida, tecnología básica, incluso gasolina.
Todo esto es la expresión de una crisis económica negada enérgicamente por el gobierno, pero obvia para todos los y las demás. La inflación es causada por el decreciente valor del bolívar, la moneda deVenezuela, y a su vez el resultado de la parálisis económica. La verdad es que la producción de cualquier cosa que no sea petróleo se ha reducido a una paralización virtual. La industria del automóvil emplea a 80.000 trabajadores, sin embargo, desde principios de 2014 se han producido 200 vehículos, que normalmente se producirían en medio día.
¿Cómo es posible que un país con las mayores reservas de petróleo del mundo y posiblemente también de gas deba estar ahora profundamente en deuda con China y no pueda financiar el desarrollo industrial que Chávez prometió en su primer plan económico?
La respuesta es más política que económica. La explicación es la corrupción a una escala casi inimaginable, combinada con la ineficiencia y la ausencia total de cualquier tipo de estrategia económica. En las últimas semanas se han producido denuncias públicas de especuladores, acaparadores y contrabandistas llevándose petróleo y casi todo lo demás a través de la frontera con Colombia y han circulado informes horrorizados del “descubrimiento” de miles de contenedores de comida podrida. Pero todo esto se ha sabido durante años e igualmente bien conocida es la participación de sectores del Estado y del gobierno en todas estas actividades.
Chávez prometió poder popular y la inversión de la riqueza petrolera del país en nuevos programas sociales. Con razón sus nuevos programas de salud y educación eran fuente de gran orgullo y una garantía de apoyo continuo entre la mayoría venezolana.
Hoy, esos fondos se agotan mientras los ingresos del petróleo de Venezuela se desvían hacia el pago de importaciones cada vez más caras. En su lugar lo que ha surgido en Venezuela es una nueva clase burocrática formada por los mismos especuladores y propietarios de esta nueva economía fallida. Hoy en día, mientras la violencia aumenta, son vistos con la camiseta y gorra roja obligatoria del chavismo pronunciando feroces discursos contra la corrupción.
Pero los miles de millones de dólares que han “desaparecido” en los últimos años y la extraordinaria riqueza acumulada por los principales chavistas son las señales más claras de que han mantenido sus intereses. Al mismo tiempo, las instituciones del poder popular se han marchitado en gran medida. Las promesas de control comunitario, de control desde abajo, de un socialismo que beneficiara a toda la población, han demostrado ser huecas.
La derecha ha esperado a esa desilusión para negociar. Que aún no haya conseguido movilizar a un número importante de personas de clase trabajadora es un testimonio de su intensa lealtad hacia el proyecto chavista, incluso a sus autoproclamados sucesores –aunque no estén impresionados por ninguna rápida conversión a la transparencia y honestidad en el gobierno. La solución no está en alianzas sin principios con los adversarios del chavismo, ni en la invitación a multinacionales como Samsung para obtener mano de obra barata en Venezuela en el montaje de sus equipos. Lo que puede salvaguardar el proyecto bolivariano y la esperanza que inspiró en mucha gente es acabar con los especuladores y la burocracia, y construir poder popular, desde abajo, sobre la base de un verdadero socialismo participativo, democrático y ejemplar, negándose a reproducir los valores y métodos de un capitalismo que ha sido tan claramente desenmascarado por la juventud revolucionaria de Grecia, el Estado español y Oriente Medio.
Dejo la última palabra a Roland Denis, un destacado activista de base durante muchos años: “O convertimos este momento en una oportunidad creativa para reactivar nuestra voluntad revolucionaria colectiva, o podemos empezar a despedirnos de la hermosa, traumática historia que hemos vivido a lo largo de los últimos veinticinco años”.
Traducido por Enric Rodrigo para la revista anticapista La hiedra (@RevistaLaHiedra)
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