Nuevo libro de Daniel de Santis, compendio de la cadena de revoluciones obreras cuyo primer eslabón fue la Comuna de Paris (1871)x Jorge Zabalza
(Intervención de Jorge Zabalza en la presentación del libro "¿Porqué el Che fue a Bolivia?" de Daniel De Santis)
Estamos presentando un trabajo muy serio, de la misma índole y calidad al “Vencer o morir”, la historia del PRT-ERP que años atrás nos regaló Daniel De Santis. “¿Por qué el Che se fue a Bolivia?” es un compendio de la cadena de revoluciones obreras cuyo primer eslabón fue la Comuna de Paris (1871); en ese contexto histórico, analiza la Revolución Cubana, primera experiencia revolucionaria en América Latina. Daniel expone los antecedentes históricos y las estrategias revolucionarias que obraron en el Che, como fundamento teórico y motivación concreta para tomar la decisión de irse a Bolivia con el proyecto de extender la insurrección armada a todo el continente, una forma práctica de apoyar la guerra de liberación del pueblo vietnamita.
El ensayo de Daniel está escrito con una perspectiva histórica revolucionaria, se rescata y reivindica la epopeya de Ernesto Che Guevara y se deja un texto de referencia, que consultarán obligadamente esos locos (entre comillas) que surgen en cada generación y elijen gastar su tiempo en los asuntos del quehacer revolucionario. Esos militantes tendrán en su mesa de luz el didáctico “¿Por qué el Che fue a Bolivia?”, que les será tan útil como fueron los materiales de la guerra civil española en los años ’50.
Apuntando al mismo objetivo que Daniel y para no robar demasiado tiempo, me limitaré a comentar sólo uno de los aspectos que toca el ensayo. Ni siquiera creo que sea el más importante, pero es el que inspira esta intervención. El autor describe al detalle el resquebrajamiento paulatino del poder de la dictadura de Batista a medida que surge y se desarrolla su contracara, el poder armado y organizado por el pueblo cubano. De un lado el ejército batistiano, una tropa numerosa y disciplinada, dotada de armamento poderoso, apoyado por el cercanísimo imperio, que se desgranó en un período muy corto de tiempo. Del otro lado, el movimiento guerrillero, apenas ochenta hombres que desembarcan del Granma con escaso y precario armamento, pero que supieron convocar el movimiento popular clandestino que en pocos meses extendió su red a todo el pueblo de Cuba. El ejército de Batista sin saber porqué iba al combate, a quién defendía y contra quién, se fue desmoralizando a medida que en el pueblo cubano crecía el sentimiento de que la lucha contra la dictadura era muy justa, de que valía la pena arriesgar la vida en la calle con decisión y coraje apoyando a los “barbudos” de Sierra Maestra. A medida que la rebelión popular fue creciendo, retroalimentaba la voluntad política de los guerrilleros, fortaleciendo su capacidad de combate y acelerando el fin de la guerra.
La dictadura fue impotente para hacer frente a tamaña combinación de elementos, las balas de la guerrilla y el bombardeo ideológico y político de la movilización de masas, la moral de los soldados se hacía pedazos en las batallas pero también en los barrios donde vivían y hasta en sus propios hogares. La tropa llegó a un punto en que no querían combatir contra los guerrilleros ni reprimir las movilizaciones populares, no obedecían la cadena de mandos. En esas circunstancias anímicas, la Huelga General de los primeros días de enero de 1959 y la entrada de los revolucionarios a La Habana fueron los golpes finales que desarmaron completamente la voluntad de lucha de la dictadura: “El 2 de enero Camilo Cienfuegos Gorriarán tomaba sin resistencias el regimiento de Columbia, la principal base militar y el Che entraba a La Cabaña, la otra base militar importante que tenía la dictadura en La Habana”, relata Daniel en la página 145. La batalla final no fue batalla sino el paseo triunfal de multitudes y guerrilleros.
Algo semejante ocurrió en la Comuna de París, con su tentativa de romper para siempre la maquinaria del estado burgués, como condición previa y necesaria para hacer la revolución de carácter socialista. La primera medida de los comuneros apuntaba a quebrar el monopolio del uso de las armas: suprimió definitivamente del ejército y lo sustituyó con pueblo armado. La democracia de las armas debe preceder y determinar la democracia proletaria. Colocado frente al pueblo armado, los soldados franceses se negaron a tomar por asalto el territorio dominado por la Comuna y el gobierno burgués debió recurrir al ejército prusiano para llevar a cabo la masacre. No fueron solamente barricadas y piedras las que lograron paralizar a los soldados formados en la escuela napoleónica, sino que sus consciencias registraron el hecho de que los enfrentaba un pueblo en armas. La revolución que se produjo en la subjetividad del pueblo trabajador de alguna manera penetró la piel de los soldados y los conminó a bajar sus armas. Tal vez, de haber tenido otro ejército enfrente habrían combatido con fiereza, pero la abigarrada multitud que los apedreaba era demasiado parecida a ellos mismos y muy diferente a los oficiales que los mandaban.
Sin embargo, mucho me temo que, por lo menos en Uruguay, hicimos una lectura parcial y sesgada de esa historia revolucionaria. Percibimos con más nitidez el “meta bala, meta bala” que el proceso de transformación del pueblo no organizado en pueblo armado y organizado. Pensamos la insurrección como una operación militar del aparato guerrillero en lugar de pensarla como el levantamiento en armas de los trabajadores, los estudiantes y los vecinos organizados en un movimiento armado. En última instancia el objetivo de la guerra revolucionaria es quebrar la voluntad de combate del ejército de la clase dominante y está históricamente comprobado que esa tarea la cumple con mayor efectividad el pueblo armado y organizado. Uno tiene la íntima convicción de que son insuficientes las acciones militares dirigidas a la destrucción material de las fuerzas enemigas (hostigamiento permanente, emboscada, el asalto a sus unidades) y que, en cambio, el soldado es muy sensible al mensaje que surge de la lucha de masas (manifestaciones, ocupaciones, barricadas, grampas, molotovs). Es que la lucha popular en todas sus formas, armadas y desarmadas, legales e ilegales, tiene la virtud de colocar al soldado frente al espejo, crea dudas su consciencia y hace titubear su voluntad de combate.
La acción guerrillera sin su complemento de lucha popular puede ser contraproducente al crear condiciones que favorecen la propaganda contra el comunismo internacional y la subversión a la que están sometidos los soldados. En Uruguay algunas acciones de la guerrilla tuvieron el efecto de fortalecer el espíritu de cuerpo de las fuerzas armadas en lugar de debilitarlo. El protagonismo de las masas en las insurrecciones populares es la fuerza ideológica fundamental, tanto en el desarrollo de la revolución como en el proceso de disuadir al enemigo.
Uno corre el riesgo de que lo miren como a un marciano al reflexionar públicamente sobre los aspectos militares de una insurrección popular. Sin embargo, estos son los problemas que deben resolver los revolucionarios, pues seguirá siendo imposible la liberación social mientras la clase opresora mantenga intacto su aparato policíaco-militar. Parece irrelevante e ingenuo hablar de construir poder popular y de hacer la revolución, dejando de lado la cuestión de destruir el monopolio armado de la burguesía. Este problema político básico de los revolucionarios se puede resolver entendiendo que el destacamento de vanguardia no es el protagonista esencial, que el rol fundamental en la creación de la subjetividad revolucionaria le corresponde a la retaguardia de masas insurrectas. Estas reflexiones apuntan a pensar que las revoluciones son fenómenos de consciencia por sobre todas las cosas.
La historia parece enseñarnos que las emboscadas y el hostigamiento son tácticas insuficientes para quebrar el espíritu combativo de los ejércitos, no son nada sin la masiva rebelión popular que descorazona al enemigo y desintegra su capacidad de combate. Por supuesto, estamos hablando de concepción y estrategia y no de dejarse comer por los leones como los primeros cristianos. Hablamos de las relaciones que contraen el movimiento de masas con su destacamento de vanguardia, meollo del fracaso de cien experimentos revolucionarios. Hablamos de aniquilar ejércitos y policías, de hacerles perder su capacidad de reacción, que no quieran combatir más y muchos de ellos pasen a las filas del pueblo. Es tiempo de saber que el poder de aniquilar al aparato policíaco militar surge del pueblo armado y organizado y no del imprescindible destacamento de vanguardia y que ésta es una definición ideológica básica, producto de la experiencia histórica del siglo XX y previa a la elaboración de todos los proyectos insurreccionales del siglo XXI.
El inicio de acciones guerrilleras tiene sentido si existe la atmósfera subjetiva que hace posible la masividad de la respuesta a la convocatoria o, dicho de otra manera, instalar un destacamento de vanguardia es una necesidad histórica cuando la formación de la retaguardia popular está a punto de cristalizar. En otras condiciones, cuando no hay posibilidades de convocar la formación de la retaguardia, es un contrasentido instalar un foco guerrillero. No habría de quién ser destacamento de vanguardia … por esa realidad, cruda y contundente, estamos jubilados de guerrilleros, no de revolucionarios, los sobrevivientes de la generación del Che.
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