“El papel de EE.UU., por lo que parece, es instigar la violencia en vez de reducirla, intervenir en vez de permitir que los habitantes de cada país o región resuelva sus problemas”, creen los activistas políticos Kevin Zeese y Margaret Flowers.
“La extensión del Imperio es costosa en términos financieros y en dimensión humanitaria. Le cuesta dinero al propio país y a sus contribuyentes”, afirman los pacifistas en un ensayo publicado por el sitio web Global Research. En una metáfora que ofrecen al lector, dicen que el ‘Imperio de EE.UU.’ se ha estirado tanto que se ha vuelto muy delgado en unos tiempos de economía inestable.
Así, se preguntan los autores, “¿no ha llegado la hora de que la gente se reúna y construya un movimiento para acabar con el Imperio?”
Un cómputo recientemente publicado del historiador William Blum ha revelado que un 24% de la población del planeta percibe Estados Unidos como la mayor amenaza para la paz en el mundo.
Mientras tanto, destacan Zeese y Flowers, los responsables estadounidenses parecen no ser conscientes de la tendencia pública general que desaprueba sus prácticas golpistas y de imposición de gobiernos y reglas de juego por todo el mundo. Así, no hace mucho tiempo el jefe de la diplomacia de EE.UU., John Kerry, declaró: “En mis viajes como secretario de Estado he visto como nunca antes que el mundo ansia el liderazgo estadounidense”.
Asimismo los potenciales líderes de EE.UU. muestran su apoyo a las prácticas del intervencionismo. El candidato republicano a la vicepresidencia en 2012, Paul Ryan, dijo: “No debemos olvidar que el mundo necesita el liderazgo estadounidense”. Y una favorita para la futura nominación presidencial del Partido Demócrata, Hillary Clinton, insistió que Estados Unidos “puede y debe conducir” al mundo en el siglo XXI.
Como ejemplo reciente del alto coste que tiene la política de imposición para a los pueblos del mundo, los autores señalan la analogía que existe entre el comportamiento de dos nuevos dirigentes de Ucrania, el presidente Piotr Poroshenko y el primer ministro Arseni Yatseniuk, con los intereses geopolíticos del Gobierno estadounidense.
Un documento publicado por Wikileaks reveló que el Departamento de Estado de EE.UU. consideraba que Poroshenko era su infiltrado en Ucrania y este actuó como tal desde 2006, años antes del golpe de Estado de este febrero, apoyado y financiado desde Washington. Otra revelación, del exfuncionario de inteligencia Ray McGoven, indicó que el exbanquero Yatseniuk fue elegido por los estadounidenses, con referencia a una conversación telefónica grabada. Lo primero que hicieron estos dos líderes después de conseguir el poder fue endeudar profundamente a Ucrania ante el FMI y los banqueros occidentales y aceptar las medidas de austeridad impuestas desde el extranjero, recuerda el blog.
La política de imposición estadounidense se expresó en la carencia de informes sobre la verdadera situación en Ucrania. “Circulan historias escalofriantes en los medios rusos sobre las atrocidades perpetradas por los extremistas de la derecha en el este de Ucrania”, afirman los activistas. “No hemos visto ningún medio occidental que niegue esas historias”. Una de las más repugnantes es la que relató una testigo presencial que asegura que vio como los extremistas ucranianos crucificaron a un niño, hijo de un miliciano, y obligaron a la madre a presenciar el crimen, después de lo cual la ataron a un tanque con una cuerda y la arrastraron hasta que murió.
Algunos expertos ya califican de genocidio las acciones perpetradas contra la población rusófona del este de Ucrania, en especial los bombardeos de los barrios residenciales de Donetsk y Lugansk. El abogado internacional Francis Boyle en una entrevista acusó a EE.UU. de instigación y complicidad en este genocidio.
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