jueves, 11 de diciembre de 2014

De la rebelión democrática a la revolución socialista

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La rebelión democrática que comienza a extenderse por toda la República proyecta un desafío al poder con grandes potencialidades de convertirse en una auténtica protesta nacional de dimensiones inauditas. Los asesinatos de seis personas (tres estudiantes) y los secuestros de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa la noche del 26-27 de septiembre en Iguala, fueron atrocidades que horrorizaron a todo México y al mundo entero, convirtiéndose en la gota que derramó el vaso, la chispa en la pradera seca que ya eran previsibles que llegarían desde hace años.
La restauración priista representada por el gobierno de Peña Nieto, con su soberbia, con su impunidad y con su corrupción rebasó incluso las cotas de los gobiernos priistas anteriores al año 2000. Se dió después de la docena trágica sangrienta del PAN que con su cauda de muertes sembró con decenas de miles de cadáveres el territorio nacional, convirtiéndolo en un gigantesco cementerio de ciudadanos de a píe desaparecidos mexicanos y centroamericanos.
Todo comenzó con la matanza de Tlatlaya, cuyo conocimiento público se dio tres meses después de cometida por el Ejército, noticia que coincidió por días con la masacre de Iguala, la cual no se pudo esconder a los medios, potenciándose a niveles inauditos el escándalo público y la cólera colectiva. Numerosas y grandiosas manifestaciones se escenificaron en la ciudad de México y en decenas de ciudades del país. El horror desbordó las fronteras y a escala mundial la impugnación al gobierno de Peña no se hizo esperar. De Europa a América Latina, de Asia a Estados Unidos, las protestas se multiplicaron frente a las embajadas y consulados de México en decenas de ciudades del extranjero. El gobierno de Peña, expuesto de tal forma al nivel internacional, descendió estrepitosamente en su prestigio frente a los inversionistas y los medios que sólo semanas antes lo habían ensalzado como “el salvador de México”.
La reacción del gobierno de Peña fue la peor posible. El procurador federal Jesús Murillo Káram consideró al principio que los acontecimeintos, en especial los de Guerrero, correspondían a las autoridades locales y la PGR se tardó una semana en atraer el caso. Lo siguiente fue un rosario de tropiezos y actitudes que sólo mostraban la torpeza, el valemadrismo y la total ineficacia de las autoridades en la investigación y la detención de los autores materiales y ante todo intelectuales, así como de sus cómplices, de los monstruosos crímenes y la dimensión que adquirió la crisis se hizo inaudita. Para Peña y su gabineta se trataba como siempre de seguir la política de impunidad que ha caracterizado al gobierno mexicano desde siempre: continuar con la política de que México es un país en que los homicidios tienen lugar sin asesinos materiales e intelectuales, las toturas sin torturadoes y la violencia sexual sin abusadores.
Precisamente cuando la ira inundaba los medios y en el metro y en las calles sólo se hablaba de esos crímenes, estalló el otro escándalo, éste que mostraba la corrupción colosal de Peña Nieto y de su esposa Angélica Rivera. Ésta era supuestamente la dueña de una lujosa mansión llamada la “casa blanca” con un costo de más de 85 millones de pesos, comprada a una compañía constructora de obras públicas vinculada directamente con Peña Nieto desde sus tiempos como gobernador del estado de México. Se trata de un caso clásico de conflicto de intereses, de un botín multimillonario en juego, lo cual hizo naturalemnte que la ira popular subiera aun más en la opinión pública.
El hartazgo de millones de mexicanos ha planteado por primera vez en décadas que en las calles de las ciudades se escuche alto y fuerte el grito que exige la renuncia del presidente: ¡Fuera Peña! es el clamor que surge cada vez más generalizado.
Esta situación debe obligarnos a plantear la estrategia que debe seguirse en los próximos días, semanas, meses. La cuestión debe ser entendida: Peña es el presidente pero no se representa a él mismo, es el encargado de manejar políticamente los intereses estatales de una oligarquía capitalista en el poder que constituye un sector de la clase social dominante, la burguesía mexicana, así como de sus socios imperialistas tutelares mayores, en especial los de Estados Unidos. La crisis es tan grande que en los círculos más altos de los capitalistas se discute ya la cuestión: ¿cuáles son los riesgos de dejar a Peña en Los Pinos y cuáles los de quitarlo? Si los primeros son muy grandes, los propios capitalistas, los políticos del PRIAN y sus aliados en los medios (TV, radio, publicaciones) pueden ellos mismos quitarlo pero para colocar inmediatamente a otro de su misma calaña. Estamos frente a la necesidad de echar abajo no a un hombre por importante que sea como lo es el presidente de la República, sino a un sistema socioeconómico, un régimen que está más que mil veces demostrado que es absolutamente impermeable a verdaderas reformas capaces de hacerlo menos represivo, menos corrupto, menos depredador, menos criminal pues éstas son las características esenciales del capitalismo dependiente que prevalece en nuestro país. Si se va Peña para que venga otro como él o peor ¿cuál será la ganancia? Ninguna.
La estrategia del actual movimiento es la de un curso independiente, democrático y revolucionario que forje un movimiento de masas amplísimo, sin exclusión de nadie que luche lealmemnte por la transformación radical de México, en el cual los trabajadores accedan a su papel de fuerza central de la oposición anticapitalista. Sin la fuerza masiva esencial de los trabajadores de México ningún cambio sustancial será realmente posible. Es por ello que la tarea estratégica a corto plazo de los activistas y las fuerzas que se consideran socialistas y de vanguardia revolucionaria debe ser ir a los sindicatos, ir al encuentro de la fuerza todavía potencial de los trabajadores que en su surgimiento rebelde es la única capaz de derribar, junto con todo el pueblo oprimido, al régimen criminal del PRIAN y sus aliados del PRD.
Fuera Peña y todos los partidos del Congreso de la Unión. Fuera Peña y sus patrocinadores los grandes capitalistas. Fuera Peña y sus leyes y reformas hambreadoras, desnacionalizadoras y antidemocráticas. Fuera Peña y abajo el secreto bancario. Fuera Peña y expropiación y expulsión de los negocios imperialistas que devastan la economía y el medio ambiente. Fuera Peña y los gobiernos del PRI, del PAN y del PRD.
Nuestro objetivo para la liberación e independencia nacional del pueblo oprimido y explotado de México no será posible más que con la instauración de un gobierno de los trabajadores, un gobierno que se apoye en los obreros, los trabajadores de todos los servicios de educación, de salud, de los bancos y demás sectores comerciales, los campesinos y los indígenas.
Es sólo con un gobierno de los trabajadores basado en sus organizaciones de todo tipo (consejos, comités, partidos, ligas, sindicatos, etc.) que podrá ser posible elegir un auténtico nuevo Congreso o Asamblea Nacional constituyente que represente verdaderamente a los 120 millones de mexicanos y mexicanas que han luchado desde siempre porque exista la democracia en México.
Estos días se cumplen 100 años de la entrada y la ocupación de la Ciudad de México por los ejércitos libertadores de campesinos y trabajadores del norte encabezados por Pancho Villa y del sur encabezados por Emiliano Zapata. Hace 100 años las fuerzas de los campesinos y sus aliados trabajadores urbanos derrotaron a la facción de Carranza, un clásico dirigente “democrático burgués” que nunca escondió sus sentimientos antiproletarios y anticampesinos pero que después se recuperó y logró impedir el surgimiento de un gobierno de los obreros y campesinos de México. Fue esa corriente carrancista-obregonista la que se impuso finalmente después de la caída de las dictaduras de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Con ellos y sus sucesores se formó y constituyó el partido único de facto que culminó en el PRI, un partido que impuso su sistema dictatorial al pueblo trabajador de México en la mayor parte del siglo XX.
Cien años después de estas circunstancias no podemos olvidar sus enseñanzas y por tanto luchar por culminar el proceso de la actual rebelión democrática en una revolución socialista cuya meta sea ahora sí un gobierno de los trabajadores, el único que puede transformar radicalmente a México en un país verdaderamente democrático, independiente, igualitario, feminista e internacionalista.
México DF, 8 de diciembre de 2014
Editorial de Unidad Socialista núm. 59, diciembre 2014-enero 2015

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