“Hay gente a la que le excitan las personas en silla de ruedas. Esto es subversivo decirlo”. Antonio Centeno, catalán, es tetrapléjico desde los 13 años. Un accidente en una piscina. Ahora tiene 43 y resopla al decirlo como si tomara conciencia repentina del tiempo que lleva en silla de ruedas. Pero no ha dejado de moverse. Es activista en el foro Vida Independiente, que reclama medios para que laspersonas dependientes disfruten de la misma libertad que el resto. “No somos plena ciudadanía”, me dice Soledad Arnau, castellonense, directora de la Universidad Abierta Iberoamericana Manuel Lobato. Por un problema en la gestación tiene paralizado casi todo el cuerpo desde hace 43 años. Es licenciada en filosofía y es una de las protagonistas de Yes, we fuck, el documental que Antonio y Raúl de la Morena han rodado sobre sexualidad y diversidad funcional.
“No lo llamamos diversidad funcional por ser políticamente correctos sino porque la normalidad es una ficción y el concepto de discapacidad nos segrega”, me explica Antonio. “Somos el único colectivo al que se describe por lo que no puede hacer”. Entre las capacidades que se les niega está el sexo. La discapacidad infantiliza. Si no puedes valerte por ti mismo, eres como un niño y los niños no tienen sexo. La minusvalía estigmatiza. Sus cuerpos se consideran tullidos, feos, raros. “Mi ceguera es muy visible, paradójicamente”, ríe Mertxe, de Barakaldo, 51 años, psicóloga. Una mujer muy divertida. Reconoce que también le servía de excusa para no enfrentarse al rechazo. Te hacen sentir discapacitado, incapaz. “No somos el cuerpo vendible de la sociedad capitalista”, añade. Precisamente por eso, la sexualidad desde la diversidad puede convertirse en disidencia frente al modelo que imponen la publicidad, los medios, el porno. Pero no es fácil sentirse bien fuera del rebaño. “Las mujeres con diversidad nos esforzamos por ser mujeres convencionales –argumenta Sole–, cuando tendríamos que reivindicar el feminismo de la diferencia”.
Mertxe explica la exclusión en términos mercantiles. Te sientes expulsada del mercado, no eres ni siquiera competencia: “Una amiga me dijo que no le importaba que estuviera con su chico porque yo no era rival”. Durante años se lo creyó. Todos tienen historias parecidas. Se negaban el deseo. Un problema menos para las familias. Hay padres que a la masturbación de sus hijos no lo llaman “sexo” sino “hacer sus cosas”. No nos gusta pensar que follan. Especialmente si son mujeres. Evitamos el riesgo de abusos o la aberración de que tengan hijos. “A las chicas con diversidad intelectual las esterilizan cuando entran en centros especiales, aunque nadie te lo reconocerá”, me cuenta Antonio. Los chicos tienen algo más de libertad. A algunos incluso les llevan a un burdel para que se inicien. Antonio lo hizo por su cuenta. Para ella también fue la primera vez con un tetrapléjico. Acabaron abrazados, llorando.
“No puedo hacer acrobacias, no somos superhéroes”, bromea Antonio. “Ni tampoco queremos serlo”. Para quienes tienen la movilidad reducida, la gran diferencia es que no todo está dirigido hacia los genitales y el coito. Me hablan de sensualidad, de exploración, de sentir con todo tu cuerpo. A Soledad le gusta la suavidad pero también el poder de dirigir a su amante. “Yo he nacido para dominar”, cuenta con media sonrisa coqueta. Algunos erotizan el universo médico que les rodea. Transforman sus muletas, sillas, grúas, en juguetes sexuales, en fetiches. Esto les acerca a veces al BDSM, al sado. Lo que era un inconveniente, se convierte en aliado: “Me tumba en la cama, empieza a quitar las cintas del arnés y se da cuenta de que puede tocarme los pezones con el hierro de la grúa, produciéndome escalofríos”.
Sobre la cama de Sole cuelga un arnés de una grúa que conecta la habitación con el cuarto de baño. Imagino que se ha inspirado en esa aparatosa estructura metálica para escribir ese relato erótico que publicó recientemente. “Apenas hay literatura erótica protagonizada por nosotros”, dice. “Me cuesta encontrar material para mi programa de radio”. Dirige un espacio sobre sexualidad en la emisora online Ya lo verás. ¿Cómo se llama? “Acuéstate conmigo”. Ambos nos reímos por lo que parece una repentina invitación. Tiene una risa musical y una voz bonita. Se lo han dicho otras veces. Me lo cuenta, le gusta hacerlo explícito. Ha aprendido a gustarse. Pero ha sido un largo camino. “Estás tan acostumbrada a que te toquen sin deseo que ya no esperas que lo hagan con deseo”.
Empezó a quererse cuando se hizo activista de Vida Independiente, cuando empezó a tener asistentes personales que le dieron libertad de movimientos. Son sus brazos y sus piernas. “Necesito una persona que me vista, que me ponga las gafas, me suene los mocos, me limpie el culo. Necesito asistencia para todo. También para el sexo”. Si se quiere masturbar necesita a alguien que lo haga. Si queda con alguien, necesita que la maquillen, depilen, que la peinen, la vistan o que la desnuden. También si quiere chatear. “Ni siquiera podemos ser infieles sin la ayuda de un asistente”.
Sole disfruta de un programa de asistencia personal de la Comunidad de Madrid pero otros sólo tienen a su familia o a los cuidadores de un centro. También existe la figura del asistente sexual, aunque en España aún son pocos los que ofrecen ese servicio. No es fácil compaginarlo con una relación. Tampoco conviene mezclarlo, me dice Sole: “Mi amante no es mi esclavo”. Pero hay gente a la que estos cuidados le excitan, a los que les ponen las personas con diversidad funcional. Se les llama “devotos”. Se considera una parafilia. Sole se queja: “A las personas a las que les gustamos también se les trata como a una rareza”. Por eso algunos disfrazan su atracción como amor romántico. “Pero cuando estamos follando no follas con mi espíritu, follas con mi cuerpo”, ataja Antonio.
Sole pide a los oyentes de una de sus charlas que la miren, que miren sus manos ligeramente atrofiadas, su pies enormes, su cuerpo inmóvil. “Mi cuerpo puede ser bonito, mis manos son bonitas, mis pies son bonitos”, les dice. “Tienes que aprender a mirarte y hacer que te miren de otra manera”, me dice a mí. En la foto de su whatsapp mira a cámara sonriente con un antifaz. Parece una Domina, como la protagonista de su cuento: “Llamo a mi asistente sexual para que me ponga el conjunto de cuero y saque el látigo. Quiero jugar con él y darle mucho placer”. Sí, ellos y ellas también follan. Hay sexo en la diversidad y diversidad en el sexo.
Artículo publicado en la sección ‘acceso restringido’ del número de febrero de La Marea, disponible en La Marea
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