El trasfondo de la foto del niño que estremeció al mundo. La realidad en Medio Oriente y la política de exterminio imperial como principal explicación.
LEANDRO ALBANI – Puede sonar simple (y hasta reduccionista), pero la muerte de Aylan, el niño sirio nacido en Siria que inundó de dolor las redes sociales, no es consecuencia de una “crisis migratoria”. Esa tragedia (que sucede todos los días desde hace varias décadas) es consecuencia directa del sistema capitalista. Por más lamentos y florituras que le pongan a esta situación extrema (que se puede ver diariamente en Libia y en Palestina), la solución pasa por cambiar el sistema. La solidaridad hacia los desplazados y refugiados sirios que despierta la muerte de Aylan es sumamente necesaria; como es necesario detener la sangría en Medio Oriente provocada por Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita e Israel.
¿Por qué la tragedia de hoy sucede en Siria? Siria, el último país que levanta (con errores y aciertos) las banderas del nacionalismo árabe, que no tiene deuda externa con los organismos internacionales, rico en recursos naturales, que defiende la causa palestina y que, vaya casualidad, está compuesta por un pueblo formado, educado y con alto desarrollo. Razones más que suficientes para que Estados Unidos y sus aliados desde hace cuatro años busquen devastar el país. Los desplazados y refugiados son consecuencia directa de esa política de exterminio desarrollada por Washington. ¿O acaso Estados Unidos denuncia que Arabia Saudita o Qatar son dictaduras? No. La dictadura es Irán, el país que recibe la mayor cantidad de refugiados, sean sirios, iraquíes o afganos. Que los recibe y trata de asistir. Mientras tanto, los gobiernos europeos se apresuran en construir muros, vallas, cercar los países con alambres de púas y aterrorizar a quienes llegan, desesperados y hambrientos, con las fuerzas de seguridad.
¿Son claras las razones del Estado Islámico para masacrar a los pueblos que viven en el Kurdistán sirio, en el norte del país? En Rojava, esa histórica región kurda (de la cual es Aylan y sy familia), el pueblo se levantó en armas y, minuto a minuto, decide su destino. Y esta rebelión no se puede permitir. Por eso el Estado Islámico convirtió en ruinas a la ciudad de Kobane; por eso Turquía asiste y arma a los mercenarios del ISIS; por eso los kurdos, yezidíes, árabes y muchas otras nacionalidades de la zona escaparon.
Pero muchos otros resistieron en su tierra y expulsaron al Estado Islámico, lo derrotaron estrepitosamente y ahora, lentamente, los desplazados vuelven a reconstruir sus ciudades y poblados. Y, lo que es más importante: vuelven a construir una nueva vida, basada en la igualdad y la dignidad.
¿Y Libia? El país con el mayor desarrollo humano de África hoy es un cementerio luego de ocho meses de sostenidos bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y sus pobladores huyen desesperados hacia Europa, el continente que financió la destrucción de esa nación. ¿Y la democracia y libertad que los miembros de la OTAN prometieron para el país del norte de África? Nadie, hasta ahora, contabilizó, uno por uno, cuerpo sobre cuerpo, los cadáveres que la alianza atlántica dejó desparramos en suelo libio. Nadie.
La muerte de Aylan tiene nombre y apellido: imperialismo. Y el dolor profundo que produce ver la imagen de ese pibe no tiene que confundir o cegar. La solidaridad con el pueblo sirio se debe redoblar, como también la denuncia de las masacres que comete el Estado Islámico (y sus promotores). Y habrá que estar atento si esta foto, que paraliza, se convierte en excusa de Estados Unidos y sus aliados para encabezar, otra vez, una invasión militar que como resultado seguramente va a tener muchas más muertes…
Duele mucho ver la imagen de Aylan, como duele y genera una profunda rabia ver a los pibes que la Bonaerense se carga, u observar cómo los soldados israelíes reprimen, encarcelan o asesinan a niños y niñas palestinos que nacieron bajo la ocupación más cruel que haya visto la humanidad.
Son tiempos de pensar profundo, de bajarse de la vorágine mediática y tratar, en lo posible, de indagar por qué sucede todo esto. Pero también son tiempos de acción y de poner un freno real y concreto a la voracidad del imperio. Porque Aylan no murió en una playa lejana de nuestras casas, sino que su muerte se produjo ante nuestros pies y las lágrimas que derramemos no nos van a liberar de esa muerte y, mucho menos, dignificar la vida de un pibe de apenas tres años al que le robaron su futuro.
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