El advenimiento de la escalada de violencia antichavista que se desarrolla en Venezuela implica la conjugación y el uso instrumental de un conjunto de actores, desde los político-superficiales hasta los actores paramilitarizados (en etapa germinal) y operadores logísticos, que en el terreno han desplegado acciones violentas articuladas en una narrativa de terror y caos.
Esto impone un conjunto de bemoles. Para empezar, la narrativa que ha sido presentada durante dos meses como una reacción social y de protesta contra el Gobierno venezolano, está evolucionando a un discurso de “se nos fue de las manos” y “hay actores infiltrados”. Esto, al unísono de situaciones generadas no por orden expresa de la MUD, sino por una autodenominada “Resistencia” camuflada en la acción clandestina, no sujeta al control político y social. Esto implica, de facto, señales claras de un desbordamiento de la vanguardia violenta frente a una dirigencia antichavista no facultada para contenerlos.
Sobre esto podríamos suponer dos cosas: o a la MUD la situación verdaderamente se les está yendo de las manos, o tal discurso es una manpara para delegar en una llamada “Resistencia” las acciones que ellos no pueden cometer abiertamente al estar condicionados por su rol político. Particularmente me anoto en la segunda opción.
Pero en el terreno lo que se puede apreciar es un tipo de violencia desbocada, irracional, teledirigida políticamente pero incontrolable, no sujeta a control político. Las denuncias y señalamientos son múltiples: en casos como los de los Altos Mirandinos, Chacao, Baruta, San Cristóbal, Mérida, Naguanagua y recientemente Barinas, se ha visto una mezcla de actores en el terreno, militantes antichavistas claramente determinados a generar caos para desestabilizar, sujetos financiados y pagados para actuar en acciones de violencia dosificada y, finalmente, espontáneos (usemos ese término amable) elementos hamponiles que han aprovechado las circunstancias para sacar provecho. Esos son quienes integran la “vanguardia” violenta o la “resistencia”.
Caracterización de los contextos y sujetos ejecutores de violencia
El contexto-político. En esencia, las convocatorias de la MUD a la articulación de movilizaciones y protestas contra el Gobierno venezolano, signadas por discursos de odio y desconocimiento a las formas de autoridad, han sido punta de lanza de ataques severos a los frágiles pactos de solidaridad y convivencia que aún prevalecen en la sociedad venezolana. Es así cuando el desarrollo de los eventos, aunque sean denominados “democráticos y pacíficos”, deviene en violencia continuada y prolongada.
La escalada violenta es idéntica a una intersección de vías, y de vehículos, que permanecen prolongadamente a la espera del cambio de luz en un semáforo para avanzar. Si alguien manipula los controles del semáforo y coloca todas las luces en verde, el resultado será obvio. He ahí que el objetivo del antichavismo ha sido precisamente propiciar el caos, convocarlo, movilizarlo y encarrilarlo, de manera tácita y abierta. Eso, en política, son delitos. Y al propiciarse delitos por parte de las “autoridades políticas” de la oposición, se legitima aguas abajo el desconocimiento de la autoridad, las normas y los derechos ajenos. La MUD detonó situaciones violentas encubriéndose en la política, pero sus seguidores resemantizaron el discurso y han asumido una interpretación propia.
El contexto-territorio. Una guarimba, una concentración determinadamente violenta y el control del territorio por actores violentos que delinean su “espacio” con barricadas, son en esencia espacios donde se impone la dictadura del caos, donde ocurre la ausencia de autoridad legal y se impone la autoridad de quienes administran y gestionan el espacio-territorio, aunque sea de manera momentánea. Es decir, se consolida una pequeña “tierra de nadie”. No podemos hablar de situaciones violentas asociadas a estos factores delictivos sin reconocer que crean sus “archipiélagos” y hábitats.
La insurrección armada antichavista sólo beneficia a la MUD y los actores que la tutelan
Violentos paramilitarizados. Entiéndase, sujetos cooptados para emplear la violencia dosificada (hasta ahora) y asalariados para generar situaciones de caos, daño contra bienes y personas o, en casos particulares, emplear otros métodos como el sicariato. Proceden de bandas criminales paramilitarizadas, poseen poder de fuego y se encuentran diseminados como operadores en el terreno. Aún actúan en etapa germinal y mantienen alianzas con operadores intermedios de la MUD. Hasta estos momentos, se concentran en la operación de ataques de terror, generación de conmoción, daño psicológico (por violencia real) contra la población y el control (circunstancial) del territorio.
Se han destacado en las últimas semanas en el reclutamiento de jóvenes en sectores populares y medios bajos, para que se incorporen como asalariados de segundo nivel a las guarimbas.
Violentos entusiastas-militantes. Son personas claramente obsecadas, guiadas por sentimientos de odio inoculado contra el chavismo. Se asumen determinados “militantes” de la “resistencia”. Aunque en esta escalada han salido guiados por la convocatoria de la MUD, suelen desconocerla y rechazarla frecuentemente, especialmente cuando la MUD incursiona en la política o la no violencia. Son marchistas, pero también violentos ocasionales y circunstanciales. En las últimas semanas han tenido presencia consistente en los actos violentos. Colaboran en el terreno con logística en marchas, guarimbas y barricadas. Son seguidores de Voluntad Popular, Primero Justicia y Vente Venezuela.
Son también activadores en redes sociales, pertenecen a estratos socioeconómicos medios. Están guiados por una determinación consistente, convencidos en muchos casos de su rol “heroico” en la escalada violenta. Son el grupo más grande en las manifestaciones violentas.
Violentos oportunistas-delincuenciales. Son personas socioculturalmente vinculadas al hecho delictivo, con cualidad identitaria clara, determinada por su situación escurridiza y maleante, fuera de los márgenes de la ley. Entienden el conjunto de circunstancias violentas inducidas como un espacio ideal para actuar en beneficio propio. Su identidad o filiación política (quienes la tengan) es irrelevante para ellos en contextos como las guarimbas. Se desenvuelven en el contexto-político y en el contexto-territorio de la violencia, guiados por la falta de autoridad legal en sitio y por la vulnerabilidad de la población. Cometen desmanes, robos, matraqueos (extorsionan por dinero). Para ellos el momento ideal es la producción de saqueos.
Confrontan la autoridad, no necesariamente por rechazo político a quienes la detentan, sino por rechazo automático a todas las formas prevalentes de autoridad. Son de incursión coyuntural en las guarimbas, las emplean y se desprenden de ellas a criterio propio. No están sujetos a control político. Aunque son muy peligrosos, son potencialmente fáciles de aislar, susceptibles a replegarse una vez se debilitan las condiciones que en el terreno favorecen sus actos. Mellan desde adentro, la intención de quienes incautamente creen en las “protestas pacíficas” organizadas por la MUD. Por pertenecer muchos de ellos a estratos populares, o por sus vestimenta, o por pertenecer a grupos raciales de ascendencia afro o indio venezolanos, su apariencia les hace que se cataloguen para la culturalidad fascista antichavista como “infiltrados”, aunque en los hechos hagan contribuciones enormes a beneficio de los autores de las arremetidas violentas.
Una breve lectura criminológica
Las ciencias de estudio del hecho criminal y delictivo ofrecen un conjunto de teorías explicativas que pueden servir de referencia para comprender un poco más a fondo las derivaciones de la arremetida insurreccional que el antichavismo ha emprendido en Venezuela.
Teoría de Anomia. Traída a la sociología por E. Durkheim, es concebida en sus inicios como “el rechazo o la no aceptación de la norma”, es una teoría que expresa el fenómeno patológico de desorganización social, produciéndose un vacío de normas, o cuando el individuo no está integrado a la sociedad. En consecuencia, no se considera atado a las regulaciones sociales que para él han dejado de funcionar súbitamente (para él o para su grupo).
En el contexto de la sociedad venezolana cala profundo el discurso antichavista que presenta al modelo socioeconómico bolivariano como un modelo que no responde a las expectativas y creaciones que rigen al mundo no-chavista. Es decir, señalan el “desgaste” del modelo para desconocerlo, generar un vacío y en consecuencia una ruptura. Los enunciados como “resistencia”, “desconocimiento del régimen” y “erradicación del chavismo” son anómicas.
Las guarimbas son lugares generadores y atractores del delito
Encarrilan el descontento económico, político y social como vehículos movilizadores y legitimadores de la violencia. Aunque la Revolución Bolivariana haya consolidado una coherente política social inclusiva y mayoritaria, la oposición siempre la ha desconocido para producir su deslegitimación. Las reacciones anómicas inducidas en sujetos que actúan criminalmente son una consecuencia de años de negación del modelo chavista.
Teoría de Patrón del Delito. Como corriente inició su auge en la teoría criminológica desde Brantingham & Brantingham a inicios de los años 1980. Es una teoría situacional que busca explicar cómo el entorno físico, las pautas sociales y el comportamiento de las víctimas aumentan las oportunidades para el delito. Unos componentes a subrayar en esta teoría es el de “lugares generadores y atractores del delito”, o lo que es la conjugación de circunstancias, pautas y entornos que potencian la reproducción de delitos.
Las guarimbas son espacios vivos del delito. Aunque camufladas por supuestas “razones políticas”, las guarimbas son espacios de delitos políticos que se decantan o traducen en variedad de expresiones delictivas contra bienes públicos, privados y personas. Son espacios violentos, donde germinan patrones de comportamiento (irregular), actores (irregulares) en el terreno y víctimas (desde habitantes de urbanizaciones sitiadas por barricadas, pasando por usuarios de instalaciones públicas, usuarios de comercios privados y hasta personas identificadas con el chavismo). Las guarimbas imponen una ley de caos donde proliferan las víctimas potenciales.
Para la vanguardia violenta, “el comercio no debe abrir, los vehículos no deben pasar, los edificios públicos no deben funcionar, etc.”. En consecuencia, para los violentos “el comportamiento de la víctima” que intentando llevar su vida con normalidad rompe sus “reglas”, es una provocación que legitima la violencia. El ejemplo más emblemático y horrendo en las guarimbas venezolanas fue el caso del “chavista” Orlando Figuera, joven afrodescendiente a quien casi le queman vivo con gasolina en Altamira por estar “en el lugar equivocado”.
Las guarimbas son lugares generadores y atractores del delito. Se establece un patrón de violencia recurrente, con métodos no tan diferenciados y que se reproducen casi como copia fiel en lugares equidistantes, desde Chacao hasta San Cristóbal. Pues también los métodos se difunden por redes sociales, lo que evidencia el nivel de articulación de los promotores de la escalada.
Apreciación final
Aunque hemos explicado algunas de las revelaciones sobre el crimen y la violencia que irrumpen en momentos de escalada violenta antichavista en Venezuela, asumamos que tales reproducciones no son hechos fortuitos. Aquí podríamos caer en la trampa de que la “protesta se les salió de las manos”, cuando en realidad cualquier acción insurreccional o armada, que logre amplificar el cuadro de desestabilización del país o generar muertes, incluso sin pasar por ellos directamente, se traduce automáticamente en ganancia política para la gendarmería del antichavismo: la MUD y sus actores que la tutelan en el extranjero.
MISIÓN VERDAD
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