A quien le interese el tema y tenga tiempo para investigarlo le recomiendo que lea los medios de comunicación serios y decentes que todavía quedaban en enero de 2011 cuando comenzó la llamada “primavera árabe”. Casualmente yo estaba en Argelia, invitado por la Academia Diplomática de ese país para dictar unas conferencias sobre América Latina, de manera que pude vivir el fenómeno en su nacimiento, sobre todo porque me encontré con un diputado colombiano que estaba en Argel y debía viajar a Túnez justo ese día 14 de enero cuando el autoritario presidente de ese país, Abidine Ben Ali dimitió. Le aconsejamos al parlamentario del país vecino que interrumpiera su travesía y regresara a Bogotá, ante el riesgo, posteriormente comprobado que significaba el inicio de las revueltas.
Lo cierto es que la tal “primavera árabe” involucró a alrededor de 20 países de la región, en torno a las cuales la mirada de la prensa y de la opinión pública occidental construyó distintos entramados a partir de la cercanía, lealtad y subordinación de sus gobiernos a Estados Unidos y Europa. Así, mientras en Arabia Saudita, Kuwait, Bahréin, Kuwait, Emiratos Árabes, Catar y Jordania, entre otros, eran revueltas para protestar contra mermadas condiciones de vida que los gobiernos debían solucionar; en Libia, Siria y Argelia eran revoluciones democráticas en contra de gobiernos autoritarios y represivos que debían ser derrocados. Así lo hicieron en Libia, el final es conocido: la desaparición de un Estado, hoy “controlado” por tribus y terroristas de distinto pelaje que pugnan por apoderarse del petróleo y de la mayor reserva de agua del norte de África. En Siria no han podido, hay que decir que en el primer caso Rusia y China dejaron que Estados Unidos y la OTAN actuaran a su libre albedrío, sin importarle la suerte de ese pueblo y de ese país, pecaron por inocentes o por omisión. Respecto de Siria, la mayor parte de la humanidad agradece que no dejaron a las fuerzas coloniales e imperiales actuar de la misma manera.
Pero volviendo al tema, recuerdo que en Siria todo comenzó con marchas pacíficas exigiendo democracia que muy pronto devinieron en acciones violentas de grupos radicales, las cuales dieron paso a la creación de una “oposición moderada” que no pudo resistir la competencia por la repartición de los recursos provenientes de Occidente y de las monarquías sunnitas árabes para terminar confundiéndose con Al Qaeda y el Estado Islámico al ocupar territorios y desatar un odio y una furia que violenta los principios básicos de cualquier civilización: la occidental cristina y la musulmana. En fin, tras un corto y acelerado recorrido transitaron de marchas pacíficas de oposición al gobierno a grupos terroristas que amenazan la estabilidad global.
Sin embargo, Estados Unidos logró su objetivo al crear al Talibán y Al Qaeda para expulsar a la Unión Soviética de Afganistán, y al Estado Islámico para desestabilizar el Medio Oriente, ocupar Siria y amenazar con una invasión a Irán. Las tres organizaciones se le “fueron de las manos” y hoy se ve obligado a hacer una gran propaganda, tratando de demostrar que las está combatiendo, cuando ha quedado demostrado que en alianza con Israel y las monarquías sunnitas árabes, las arma, las apoya, las financia y les da entrenamiento. Alguien podría pensar que eso es un contrasentido sin fundamento, pero las acciones de Estados Unidos contra el terrorismo no han sido fundamentales ni decisivas, solo lo mínimo suficiente para demostrar una supuesta voluntad de enfrentarlas. De mostrar una realidad distinta se encargan los medios de comunicación, especialistas en construir escenarios de “posverdad”. En cualquier caso, el propósito estadounidense de generar escenarios de conflicto que legitimen su presencia militar y creen condiciones para la intervención en los asuntos internos de aquellos países que desobedezcan el mandato imperial, fue alcanzado ampliamente
Toda esta reflexión, viene a mi memoria al analizar la situación de Venezuela, que resulta inevitable tras poner la mirada en el espejo sirio: marchas de manifestantes por democracia que devienen en violencia inicialmente focalizada pero que se va generalizando, ya a la cual de no ponérsele coto llevaran inevitablemente a un conflicto de proporciones superiores, incluso tal vez similares a las de Siria. Arabia Saudita, como Colombia, actuando ambos en su papel de soporte de bases militares de Estados Unidos en sus regiones, (mientras las organizaciones internacionales dan “vuelta la cara” respecto de sus brutales violaciones de derechos humanos), incubaron en su seno ejércitos terroristas para agredir a otro país. Las organizaciones regionales (Liga Árabe y Consejo de Cooperación del Golfo) por un lado y OEA por el otro, dieron el basamento diplomático que legaliza tales acciones.
Los gobiernos feudales reaccionarios (Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Catar, Kuwait y Turquía) apoyaron la rebelión en Medio Oriente y las administraciones neoliberales de América Latina (México, Colombia, Chile, Perú, Argentina, Panamá y Brasil) hacen lo propio contra Venezuela. ¿Qué tienen en común?: la subordinación vergonzosa a Estados Unidos, al mismo tiempo que éste les permite todo tipo de desmanes en contra de sus pueblos: quebrantamiento de las constituciones, transgresiones a la democracia que ellos mismos inventaron, violación de los derechos humanos, alianzas con el narcotráfico, aplicación de modelos neoliberales a ultranza, represión a sus pueblos, todo lo cual, es desconocido porque, -una vez más- los medios de comunicación se encargan de ocultarlo.
Si seguimos el desarrollo de las acciones en Siria y las tratamos de proyectar en Venezuela, tendremos que decir que pareciera que la violencia se instaló como forma de hacer política, la cual como muestra el drama de Siria, se sabe cuándo comienza, pero no cuando termina. En este escenario, a los primeros cien muertos se les conoce el nombre, cuando se llega a mil, ya se cuentan por decenas, y cuando se llega a diez mil, cien mil o más, nadie se preocupa por fijar cifras exactas, solo el número de ceros que conlleva una información difusa que ya a nadie importa. En Siria los medios de comunicación, dicen que son entre 350 mil y 400 mil muertos.
En esa lógica, los primeros “exiliados” que llegan son recibidos como héroes en los países vecinos que apoyan la violencia, pero después, cuando resulta una marea incontrolable que además amenaza con daños a la seguridad nacional y a la integridad de cada país, el asunto se vuelve más complejo. En nuestro entorno, me pregunto que pasaría si los 6 millones de colombianos que viven en Venezuela retornan a su país o que Chile, Panamá, Argentina y Perú por mencionar algunos, que enfrentan fuertes mutaciones identitarias por algunas decenas de miles de venezolanos que han llegado a sus ciudades, reciban a varios cientos de miles que generen influencias de todo tipo en sus sociedades y sus mercados.
Y que pasaría si en Venezuela se produjera un cambio de gobierno por vía de la fuerza, el cual sin titubear comenzará a desarrollar medidas neoliberales, las que serían indudablemente también, resistidas por el pueblo o por una parte importante de él que vio como sus vidas cambiaron en los últimos años, nos preguntamos, ¿tendrá fuerza ese gobierno para ordenar la represión?, ¿durará más de un año como Temer?, que se tambalea sólo doce meses después de haber accedido ilegalmente al poder. ¿Y todo esto en el país que tiene las mayores reservas de petróleo del mundo?, ¿Qué pasara con el mercado energético? Alguien se ha preguntado, si las fuerzas armadas venezolanas, en este escenario, se prestarán nuevamente para reprimir al pueblo como en el pasado y como recientemente ha ocurrido en Brasil.
O situémonos en el escenario sirio y trasladémoslo aquí: Estados Unidos con el apoyo de la ultra derecha logró crear un ejército paramilitar en Colombia, el cual intentará tomar una parte del territorio de Venezuela para crear un
Estado paramilitar entre los dos países, el cual, -por supuesto- se le ”irá de las manos a Estados Unidos”. Aunque con ello, la potencia norteamericana habrá logrado el mismo objetivo que en el Medio Oriente cual es generar inestabilidad para legitimar intervenciones, en este caso tendrá que valorar que no obstante anuncie la lucha contra el terrorismo, tales acciones amenazarán la estabilidad política y social de Colombia y de toda América Latina, regresando a un pasado que se creía enterrado para siempre. ¿Qué harán las FARC y el ELN en estas condiciones? ¿Qué hará la izquierda latinoamericana ante esta situación cuando le habrán entregado en bandeja de plata, un instrumento de unidad y lucha continental? Me pregunto, si no volveremos a ver, – en el mejor de los casos-, en los muros de los países de la región desde el Río Bravo hasta la Patagonia la consigna que movilizó a millones durante el siglo pasado: “Yanquis, go home” y se pondrá nuevamente de moda quemar banderas de Estados Unidos. Lo peor, no quiero ni imaginarlo. Habremos regresado cincuenta años atrás y habrá que volver a empezar de nuevo, pero la paciencia de los pueblos es infinita, no sé si la de los capitales que verían mermadas ostensiblemente sus ganancias.
Y todo esto, porque Estados Unidos no quiere o no puede inducir a la oposición venezolana a aceptar las reglas democráticas, esperar a las elecciones de 2018 y que sea el pueblo el que decida qué futuro quiere. Es poco lo que perdería, se podrían salvar muchas vidas y habría mucho por ganar.
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