Andrea Moreno
Cuesta creer que en Estados Unidos, en pleno siglo XXI, sigan siendo legales las esvásticas, los saludos nazis y realizar marchas por la supremacía blanca en las que el odio y la violencia son las atracciones principales. Un pasado manchado por el racismo y masacres en nombre de la raza blanca no han sido suficiente razón para poner límites a la libertad de expresión.
El supremacismo blanco y el terrorismo blanco siguen siendo un problema para Estados Unidos. Se hizo creer que las capuchas blancas y las antorchas, emblemas del Ku Klux Klan, quedaron enterradas en los años 60 tras la firma del Pacto International de Derechos Civiles y Políticos. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Desde que se pusiese fin a la segregación racial en Estados Unidos, los ataques y manifestaciones por la supremacía blanca han demostrado que una alarmante parte de la sociedad sigue siendo fiel a estos pensamientos.
Muestra de ello es que el ataque terrorista más sangriento de la historia estadounidense antes del 11S fue llevado a cabo por un extremista antiestatal en nombre de la raza blanca. En abril de 1995, Timothy McVeigh hacía detonar una bomba que derribaba un edificio en el centro de Oklahoma City. El atentado ponía fin a la vida de 168 personas, incluyendo niños, y hería a casi 700 personas.
Después de más de dos décadas del atentando, el panorama no parece haber mejorado. La crisis económica, la reciente llegada de inmigrantes y refugiados en busca de un futuro mejor, así como la amenaza yihadista, han servido de excusa para la reavivación de movimientos de supremacismo blanco. La victoria de Donald Trump, además, ha creado un ambiente en el que estos movimientos se sienten cómodos para luchar por su causa. Lejos de aparecer como una figura sólida en la lucha contra el racismo, Trump ha conseguido con sus discursos de odio crear el caldo de cultivo perfecto para avivar las polaridades.
El pasado 19 de agosto se hacía evidente esta realidad. Lo que comenzaba como una “marcha pacífica” por la supremacía blanca en Charlottesville acababa con la muerte de Heater D. Heyer tras ser atropellada por un simpatizante nazi que decidió dirigir su coche a toda velocidad hacia un grupo de personas que se manifestaban en contra de la marcha Unite the Right.
Saber quiénes componen actualmente el movimiento por la supremacía blanca en Estados Unidos y qué es lo que desean puede ayudar a procurar un futuro mejor en la lucha contra el racismo.
Los orígenes del supremacismo blanco
El supremacismo blanco está tan arraigado en la historia de Estados Unidos que parece complicado determinar la fecha exacta en la que comenzó, pero parece acertado empezar con la caída de los estados de la Confederación y la creación del Ku Klux Klan.
Son motivos puramente económicos los que dan pie al racismo en el país. Las colonias europeas en Estados Unidos comenzaron a traer esclavos para potenciar la economía del país, y del siglo XVI al XIX la supervivencia de la nación dependía totalmente de ellos. Así, los estados del país, especialmente los del sur, crearon un sistema económico basado en la mano de obra no remunerada esclava que les permitía obtener ganancias exorbitantes. Pero en 1865 la derrota de los estados de la Confederación en la guerra de Secesión, la implementación de Gobiernos liderados por republicanos y el Decreto de Reconstrucción, que por primera vez en la Historia de los Estados Unidos de América liberaba a esclavos y otorgaba ciertos derechos políticos a los ciudadanos afroamericanos en el sur, acababa con la bicoca de la que tanto se habían beneficiado los sureños. Este nuevo panorama no fue aceptado con júbilo por los estados de la antigua Confederación; no bastaba con presenciar la caída de sus ejércitos, ahora también serían testigos del derrumbe de su sistema socioeconómico.
Es así como una noche de diciembre de 1865 seis jóvenes veteranos de la Confederación con ganas de matar su aburrimiento se reunían en Pulaski, Tennessee, para crear un club social secreto. Su idea inicial era crear un grupo que fuese inusual y sonase misterioso para despertar la curiosidad de unos cuantos y gastar bromas a la población afroamericana. Para ello consideraron que el nombre Ku Klux Klan (KKK), procedente de la palabra griega kuklos —de donde derivan ‘círculo’ y ‘ciclo’—, hacía la función perfecta. Por las noches cubrían sus cuerpos con sábanas y capuchas blancas y, conscientes de la fama de supersticiosos de la población afroamericana, se dedicaban a ir de puerta en puerta haciéndose pasar por militares sedientos caídos en la guerra de Secesión. Pero lo que comenzó como un pasatiempo pronto pasaría a convertirse en una organización seria, con un gran número de simpatizantes, y dejarían las bromas a un lado para apabullar a la sociedad afroamericana y hacer de su historia una macabra.
Los miembros del KKK pronto se dieron cuenta de que sus atuendos eran un mecanismo eficaz para asustar no solo a afroamericanos, sino también a la población blanca.
Del KKK al intelectualismo ‘alt right’
La historia del KKK viene marcada por tres grandes etapas que han ido adaptándose a los acontecimientos de la Historia. La primera etapa fue tras su fundación en 1865. Su objetivo principal era aterrorizar a republicanos y la población afroamericana para evitar que participasen en las elecciones y, así, que los demócratas volviesen a hacerse con las riendas del sur. En 1867 los representantes de las diferentes facciones del Klan se reunían en Nashville, Tennessee, para acordar que la filosofía de la supremacía blanca sería el credo del KKK. Esta se basa en que la raza blanca, debido a su superioridad genética, debe estar por encima de las demás razas y que para ello se deben crear sociedades puramente blancas. Pero la violencia, el descontrol del grupo y la victoria de los demócratas en los estados sureños hicieron que a finales de 1869 el Klan dejase de existir.
En los años 20 la llegada masiva de inmigrantes de Europa, la recesión económica tras la Primera Guerra Mundial, la migración de afroamericanos del sur al norte del país y la llegada de libertades políticas y sexuales hicieron que el KKK volviese a emerger. En 1915 William J. Simmons, inspirado por la película “The Birth of a Nation”, reaviva el Klan y amplía la lista de enemigos a todas las personas que no fuesen blancas o que, aun siéndolo, fueran inmorales, es decir, que llevaran a cabo prácticas contra el cristianismo protestante o antipatrióticas. Así, el grupo, debido a su mezcla explosiva de xenofobia, prejuicio religioso, supremacismo blanco y conservadurismo moral, comenzó a tener una mayor aceptación social, pues no solo apelaba a racistas, sino también a cristianos que perseguían una reforma moral que frenase la modernización desbocada del país. Pero a partir de los años 30 este momento apoteósico se vio frustrado por la Gran Depresión, las portadas de periódicos plagadas con las inmoralidades cometidas por los líderes del Klan y la multa de casi 700.000 dólares al grupo por evasión de impuestos. Las antorchas del KKK se apagaban una vez más.
En los años 50 resurge de nuevo durante el movimiento por los derechos civiles. Esta nueva etapa supone una época de transformación para el grupo. En primer lugar, se vuelve más violento que nunca; se empieza a hablar del “terrorismo blanco”. En segundo lugar, su retórica racista durante un periodo de auge para la segregación motivó a personas ajenas al movimiento a participar en sus campañas de terror. Y, en tercer lugar, la llegada de ideas nazis al país debido a la Segunda Guerra Mundial hizo que el KKK no se llevase todo el mérito en la lucha por la supremacía blanca. Grupos neonazis, paramilitares y cristianos extremistas, tan fragmentados como el KKK de esta etapa, comenzaron a trabajar reclutando a personas que el Klan falló en atraer por ofrecer un abanico reducido de posibilidades en su odio. Debido a esto, el movimiento por la supremacía blanca ha tomado desde los años 70 diferentes aspectos y direcciones.
Además, la victimización que el movimiento adopta a partir de los años 80 es un factor esencial que tener en cuenta para poder entender su ideología actual. Inicialmente, su objetivo era luchar para mantener el dominio blanco, pero, a medida que la realidad política y social comenzó a evolucionar, el movimiento supremacista también lo hizo. Vieron que luchar para prevenir su extinción parecía una causa más noble para justificar sus actuaciones. Por eso, el eslogan que hoy impera entre ellos es el de “las 14 palabras”: “We must secure the existence of our people and a future for white children”, esto es, “Debemos asegurar la existencia de nuestra gente y un futuro para los niños blancos”. Este victimismo resulta en lo que califican de “genocidio blanco”.
La extrema derecha actualmente está compuesta principalmente por supremacistas blancos, que creen que la raza blanca es biológica y culturalmente superior al resto; nacionalistas blancos, que apoyan la idea de crear sociedades exclusivamente blancas; neonazis, admiradores de Hitler y que sienten un odio especial hacia los judíos, todas las personas no blancas, la comunidad LGTB y las personas con discapacidades; facciones que siguen los valores clásicos del KKK, y el movimiento “alt right”. Este último, presente también en la manifestación de Charlottesville, es una corriente que está ganando mucho peso por considerarse el movimiento intelectual del supremacismo blanco. El termino “alt right” —derecha alternativa— fue inventando por Richar Betrand Spencer en 2008, un nacionalista blanco que aboga por una “limpieza étnica pacífica” en Estados Unidos. El éxito del movimiento viene dado por su divulgación en las redes sociales, sus memes y su presencia en internet, que permite que seguidores con diferentes creencias puedan participar de manera anónima. Apela al victimismo típico del supremacismo —consideran que la identidad blanca está en peligro y que hay que preservar los valores tradicionales occidentales— e intentan incrementar la calidad del movimiento captando a jóvenes intelectuales conservadores.
Antifas y ‘Black lives matter’: ¿sus opuestos?
Tras la manifestación en Charlottesville, son muchos los que no han tardado en asegurar que “White lives matter” (WLM), movimiento que reivindica “los derechos de los blancos”, ha surgido como oposición al racismo y la violencia del movimiento “Black lives matter” (BLM) y que los antifascistas o antifas son el grupo de la extrema izquierda homólogo a “alt right”.
Primeramente, los movimientos de “White lives matter” y “Black lives matter” no se pueden comparar. El primero es un movimiento racista y violento; el segundo, no. BLM existe porque en la actualidad la población afroamericana sigue siendo víctima de la discriminación y recibe un trato diferente que la población blanca. Sus manifestaciones son pacíficas e incluyen gente de diferentes etnias y orientación sexual. Por el contrario, WLM está liderado por grupos supremacistas, como el KKK y el Partido Nazi Americano, que lo que pretenden es crear una sociedad en la que no haya cabida a la diversidad de razas, sexualidades y culturas, por lo que en sus manifestaciones solo se verán personas blancas, occidentales y, en principio, heterosexuales. De ser violento el BLM, resultaría contraproducente para sus objetivos: optar por la violencia para acabar con la violencia sería como echar piedras sobre su propio tejado. En cambio, los defensores de WLM no necesitan hacer mérito de los medios que utilizan para conseguir sus metas para ser conscientes de su brutalidad.
Por otro lado, el presidente Trump hacía responsables de la tragedia de Charlotessville a “ambas partes”, con lo que se refería tanto a “alt right” como a una supuesta izquierda alternativa —“alt left”—. Sin embargo, aún no existe un movimiento autodenominado “alt left”; a lo que el presidente probablemente se quería referir es al movimiento antifascista —comúnmente conocido como antifa—, presente desde hace décadas en Europa, pero nuevo para Estados Unidos Este movimiento está compuesto por anarquistas, socialistas y comunistas que comparten una causa común: acabar con la extrema derecha y el supremacismo blanco. Es por esto que pueden dar la sensación de ser aliados en la lucha contra el supremacismo. No obstante, tampoco dudan en utilizar la violencia para conseguir sus fines y consideran que está moralmente justificado el uso de la fuerza contra la extrema derecha, por lo que al final del día, según sus detractores, no dejan de ser distintos a los defensores de los supremacistas. El Centro Legal para la Pobreza Sureña, conocido por su labor contra el racismo, afirmaba que el uso de la violencia no es la herramienta más eficaz para acabar con los racistas y antisemitas.
Pero la realidad es que, por mucho que se intente comparar BLM y los antifas con WLM, los niveles de violencia ejercidos los supremacistas impiden una comparativa objetiva.
Indudablemente, lo que más fuerza ha dado a estos movimientos fanáticos es que legalmente tienen el derecho a manifestar y hacer apología de sus creencias. La Primera Enmienda de la Constitución restringe la capacidad del Gobierno de limitar el ejercicio de la libertad de expresión; de ahí que la marcha en Charlottesville fuese totalmente legal. Las esvásticas, saludos nazis y cantos de violencia como “Fuera los judíos” o “Sangre y tierra” pueden resultar chocantes en la actualidad por los actos cometidos en nombre de la ideología que estos símbolos sustentan, pero se consideran amparados por la libertad de expresión.
http://elordenmundial.com/2017/09/25/racismo-y-fanatismo-el-supremacismo-blanco-en-ee-uu/
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