Cinco personas fallecidas, 900 presas y 800 heridas es el balance de una semana de protestas que, tras extenderse a 15 provincias, podrían reavivarse.
Óscar Chaves | Diagonal
La belleza de sus edificios coloniales contrasta con la suciedad y el abandono de sus calles. El brillo del Mediterráneo, que lo inunda todo, con su playa contaminada. Bab el Ued (la puerta del río), que, con sus 100.000 habitantes, es el barrio más antiguo y poblado de Argel, bulle de ruido, desorden y juventud. Entre los puestos ambulantes que pueblan sus aceras, grupos dehittistas [sujetamuros, en dialecto argelino], muchachos sin empleo, ven pasar los días, a la espera de una oportunidad que nunca llega. Como sucedió el 5 de octubre de 1988, cuando arrancó en este lugar la revuelta del pan que puso fin al régimen del partido único, dejando tras de sí más de 500 muertos, los parados, junto a vendedores informales, diplomados sin empleo y otros jóvenes precarios, fueron los primeros que se echaron a la calle en la capital el 5 de enero, en el marco de unas protestas que durante una semana recorrieron Argelia de oeste a este. Dos días después de que la revuelta comenzara en Orán, donde miles de estos jóvenes se enfrentaron a las fuerzas del orden con piedras y cócteles molotov, la ola llegó a los barrios populares de Argel.
La subida de un 30% del precio de alimentos básicos, como la harina, el aceite, el azúcar y la mantequilla, ha sido el detonante de una protesta que hunde sus raíces en otros problemas estructurales como la falta de vivienda, un paro endémico que, según el FMI, afecta al 20% de las personas menores de 30 años (el 75% de la población), bajos salarios, carencia de oportunidades, así como la falta de libertades civiles y una corrupción presente en todas las escalas de la función pública. Mientras el kilo de azúcar ha pasado en unos meses de costar 70 dinares (unos 0,70 euros) a 150 dinares (1,50 euros), el salario mínimo se ha mantenido en 130 euros al mes. Esta reducción del poder adquisitivo, que afecta a la gran mayoría de la población, contrasta con la bonanza que vive el sector de los hidrocarburos, pilar de la economía, gracias al aumento de los precios del petróleo de los últimos meses. Conscientes de que las millonarias rentas del gas y el petróleo, que representan el 98% de las exportaciones, quedan reservadas a las camarillas del poder militar y político, la juventud argelina sólo aspira a emigrar, cueste lo que cueste. No en vano, a pesar del aumento de los controles en las costas europeas, la mayor parte de las 484 personas que en 2010 llegaron en patera a Alicante y Murcia, así como muchas de las que arribaron a Andalucía, procedían de Argelia, según datos del Gobierno español. “Visado” es la palabra de moda desde hace años entre los jóvenes argelinos.
Con estos mimbres, en Argelia nadie parece sorprendido de esta nueva ola de protestas, que no hacen sino agudizar un proceso que viene de lejos. Según datos oficiales, el año pasado se produjeron en el país 11.500 actos de protesta, entre disturbios, manifestaciones y otras acciones. Y eso, a pesar de que desde los sucesos de la Primavera Negra cabil, en junio de 2001, las marchas y concentraciones están prohibidas.
En Bab el Ued, auténtico termómetro del descontento social del gigante petrolero, a la cólera por la subida de los precios se sumó el rumor de que la policía tenía previsto desmantelar los puestos de venta callejera en el marco de la nueva cruzada decretada por el Gobierno de Buteflika contra el comercio informal.
Durante dos noches, grupos de jóvenes cortaron las calles con neumáticos en llamas, saquearon comercios y se enfrentaron a pedradas a la policía, un escenario que los días siguientes vivieron otras ciudades del centro y este como Bumerdés, Buira, Annaba, Constantina y las capitales de la de Cabilia, Tizi Uzu y Bejaia. Cinco días de disturbios han dejado un balance de cinco personas muertas, al menos una por disparos de la policía, 800 heridas y 1.300 detenidas. De ellas, 900 siguen todavía en prisión, a la espera de juicio. Se enfrentan a penas de dos años de cárcel por robo y destrucción de bienes. Pocas tienen más de 26 años. Todos los menores han sido puestos en libertad.
En Bad el Ued, los manifestantes destrozaron un concesionario de Renault y atacaron la comisaría del distrito. “Les he tirado todo lo que tenía a mano. Tenía rabia. Necesitamos que el poder nos diga qué espera de nosotros. Cuando queremos marcharnos, nos encarcela. Si vendemos, nos quitan la mercancía. ¿Qué es lo que quieren? ¿Que robemos? ¿Que nos droguemos?”, se pregunta en el diario El Watan Achour, un vendedor ambulante de zapatos que participó en la movilización en Bab el Ued. “Se equivocan si creen que basta con bajar el precio del aceite y del azúcar para solucionar el problema. Queremos nuestra parte del pastel”, sostiene este hombre de 39 años, que, como muchas familias del barrio, comparte un piso de tres habitaciones con 12 de sus hermanos.
Ante las protestas, que incluso obligaron a cancelar los partidos de la liga de fútbol del 7 y 8 de enero, el Gobierno suspendió ciertas tasas que gravaban a los productos alimenticios, con objeto de reducir un 41% sus precios. “Las medidas que ha tomado el Gobierno, como el desmantelamiento de las barreras aduaneras y la bajada del IVA no benefician más que a los privilegiados [los empresarios] en detrimento de los más vulnerables, que representan la inmensa mayoría de la población, que no se reconoce ya en sus supuestos representantes”, sostuvo el 12 de enero un portavoz del Comité de crisis de la Universidad de Bejaia, al término de una manifestación “contra la represión y la pobreza” que reunió a miles de estudiantes, según el tabloide Le Soir. Ante la “falta de alternativas concretas” los universitarios defendieron la autoorganización para “dar continuidad y sentido” a las protestas. Lo cierto es que la intervención del Gobierno ha hecho que los precios bajen ligeramente y, de momento, se frenen las movilizaciones. Pero, a tenor de sucesos como los ocurridos en la última semana, en los que cinco parados se inmolaron en cinco lugares distintos para protestar por su situación desesperada, esto no parece más que un espejismo.
‘Nihilistas’ y ‘ladrones’
‘Nihilistas’, ‘vagos’ y ‘ladrones’. Con estos adjetivos ha calificado el ministro de Interior, Ould Kablia, a los protagonistas de la protesta argelina, lo que da muestra del profundo divorcio entre el poder y la juventud argelina. De manera descoordinada, jóvenes precarios, haciendo uso de las redes sociales y otros espacios en internet, han tomado la calle al margen, no sólo de los partidos políticos, sino también de los sectores islamistas (a pesar de sus intentos de pescar en río revuelto) y de los debilitados movimientos sociales del país. Estos últimos, junto a artistas, sindicalistas críticos y partidos de oposición como el RCD y el FFS, aunque con enorme lentitud, comienzan a reaccionar, defendiendo la extensión de la movilización social, tal y como ha ocurrido en el vecino Túnez.
‘Nihilistas’, ‘vagos’ y ‘ladrones’. Con estos adjetivos ha calificado el ministro de Interior, Ould Kablia, a los protagonistas de la protesta argelina, lo que da muestra del profundo divorcio entre el poder y la juventud argelina. De manera descoordinada, jóvenes precarios, haciendo uso de las redes sociales y otros espacios en internet, han tomado la calle al margen, no sólo de los partidos políticos, sino también de los sectores islamistas (a pesar de sus intentos de pescar en río revuelto) y de los debilitados movimientos sociales del país. Estos últimos, junto a artistas, sindicalistas críticos y partidos de oposición como el RCD y el FFS, aunque con enorme lentitud, comienzan a reaccionar, defendiendo la extensión de la movilización social, tal y como ha ocurrido en el vecino Túnez.
ALGUNAS CLAVES DEL DESCONTENTO
ALZA DE PRECIOS. En unos meses, debido a la coyuntura internacional pero sobre todo a la especulación interna, el precio de alimentos básicos como el aceite, la harina y el azúcar ha aumentado entre un 30% y un 40%.
PARO ENDÉMICO. El Gobierno argelino sitúa las cifras de paro en el 11,3% de la población, aunque otras fuentes lo elevan hasta el 25%. El 20% de los jóvenes, que representan el 75% de los argelinos, no tiene trabajo.
FALTA DE VIVIENDA. La carencia y el alto precio de la vivienda hace muy difícil la emancipación de los jóvenes. A este problema endémico se ha añadido la decisión del Gobierno de derruir miles de casas ilegales.
FALTA DE LIBERTADES. Desde la primavera negra cabil, en junio de 2001, el Gobierno argelino mantiene el estado de urgencia. Todas las manifestaciones y actos políticos no oficiales en la calle están prohibidos.
CORRUPCIÓN Y DIVORCIO CON EL PODER. Abdelaziz Buteflika, de 73 años, lleva 11 en el poder, tras ganar tres comicios con más del 90% de los votos, entre sospechas de amaño. El fraude y la corrupción son norma.
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