¿No es terrorismo de estado que los jóvenes paguen servicio contra su voluntad?
Supuestamente, uno de los aspectos “terroristas” de la guerrilla colombiana, es el reclutamiento forzoso de ciudadanos en sus filas. Cuando el estado lo hace; ¿entonces cómo debería llamársele?
Carlos Alberto Ricchetti | Revista "Reflejos de Colombia y Latinoamérica"
El servicio militar obligatorio, es un grave atropello contra los derechos humanos.
Dejando de lado si lo dicho estaba en lo cierto –el Estado Colombiano jamás reconoció la existencia de una guerra civil de más de sesenta años de antigüedad- se puede añadir con absoluta veracidad que objetar el ingreso tanto en la guerrilla, los grupos paramilitares, como a pagar el servicio militar obligatorio, constituye una prerrogativa que puede y debería hacerse valer hasta sus últimas consecuencias.
No hace falta siquiera mencionar uno de los artículos de la Declaración de Derechos Humanos, el cual indica que el hombre nace libre, con obligaciones también, pero sujeto inexorablemente al poder de obrar o determinar por voluntad propia. Para algunos, Dios le otorga la facultad del “libre albedrío”; otros, como Juan Jacobo Rousseau, en cambio, hallaron los basamentos de esta autonomía irrenunciable en la naturaleza. Sin importar los fundamentos de la mencionada argumentación, la juventud debería estar exenta, de manera automática, de pagar el servicio militar.
Perder uno o dos años en la dura vida de los regimientos, no aplica para infundir el sentimiento de defender a la Patria, la libertad, la justicia, los valores ético-morales, la subsistencia de un Estado benefactor y celoso de las garantías populares, como pretende hacerse ver. Mientras nuevos y sofisticados métodos de alienación muestran un ejército equivalente al de Bolívar, luchando por la independencia contra la opresión, los hechos de público conocimiento –excepto en Colombia, donde la verdad esta vedada e importa tan poco- demuestran exactamente lo contrario.
Queda en evidencia la pretensión solapada de confundir, de manera alevosa, los derechos individuales, con el deber de cumplir las obligaciones igual de cualitativas hacia el Estado. Aunque Colombia, con gobiernos de un autoritarismo paternalista rozando los parámetros de una dictadura civil, por omitir que los emula, parece una especialidad innata ahogar todo lo referente a los derechos de las personas, en función de los beneficios del poder, de un establecimiento político, económico y social, sosteniéndose sobre la sumisión de las personas, como si fueran un número más de la extensa lista destinada al sacrificio.
¿Qué funciones cumplen en realidad de las Fuerzas Armadas?
Estos conceptos no buscan exaltar las bajas pasiones, encender el odio o concebir proclamas incendiarias, carentes de todo sentido razonable. Para determinar una verdad, bastan las comprobaciones y entre todas ellas, se vislumbre claramente que el Ejército Nacional –que de “ejército” y de “nacional” no tiene nada- no cumple los requisitos de una fuerza militar regular, al menos en lo respectivo a su denominación.
Sus líderes actuales, relacionados con delitos de corrupción, tráfico de drogas y crímenes de lesa humanidad, dan la sensación de ser más una banda armada de mercenarios a sueldo, encargada de eliminar focos de inconformismo social, que auténticos soldados, dirigidos bajo una estrategia para combatir enemigos reales. La coordinación de operaciones y el establecimiento de campamentos conjuntos con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), ordenadas desde el Palacio de Nariño, son una parte de los extensos testimonios al respecto que excede el espacio de este artículo.
Omitiendo las distintas misiones internacionales en apoyo de aliados estratégicos –en especial de los Estados Unidos, con quien Colombia mantiene una dependencia parasitaria- su desempeño fundamental es de “puertas hacia adentro”. A nivel académico, formados en la mentalidad colonial de la “Escuela de las Américas” de los tiempos de la “guerra fría” (1945-1990), están anacrónicamente convencidos del deber de ejercer un control de “fronteras hacia adentro”. Bajo el rótulo de la defensa “de los valores democráticos, occidentales y cristianos” y la “amenaza comunista”, el verdadero objetivo consiste en preservar el hemisferio, asegurar la supremacía de Estados Unidos dentro de la región, por sobre los intereses, la autodeterminación de los pueblos o países de la periferia.
La “Seguridad Democrática”, formulada por el ex funcionario de gobierno José Obdulio Gaviria, primo del abatido narcotraficante Pablo Escobar e implementada como “columna vertebral” del régimen “uribista”, tuvo su indudable inspiración en esta “Doctrina de Seguridad Nacional” norteamericana. Al decir de los italianos, se pretendió “aggiornar” aquella vieja doctrina de dependencia, al contexto del tiempo presente, actualizando los motivos para justificar que se implemente.
Esto explicaría porqué, desde hace años, las Fuerzas Armadas son el brazo “visible” y el cuerpo de ocupación territorial, para asegurar por la fuerza los lineamientos de una sucesión de gobiernos entregados por completo a intereses foráneos, cuando no, perjudiciales para el país. Maneja y formula conceptos válidos en teoría –patriotismo, sentido de pertenencia, familia; etc.- pero su verdadera finalidad dista de “defender a la Patria”, como pretende hacérsele creer a la mayoría. El Ejército Nacional es orientado a servir a un conglomerado de poderosos individuos e intereses diversos, desempeñando tareas logísticas y materiales, tendientes a garantizar el mantenimiento de un orden social por demás injusto.
La “Película” de la Guerra en Colombia
De allí, el deseo del Estado Colombiano en contar con el pueblo como “convidado de piedra” y a la vez, “protagonista” de una guerra civil no declarada. El conflicto propiamente dicho, satisface la demanda del mercado de armas, de drogas; lo financian dineros “calientes”, el usufructo de las redes de locales e internacionales de prostitución, los capitales que arriban desde el exterior en forma de préstamos, para dar continuidad a la “novela diaria”. El país se va endeudando sin remedio, ni sentido.
La reticencia de la clase dirigente, le hace preferir armarse para responder violentamente a los reclamos, en lugar de destinar el equivalente a la recomposición del aparato productivo y del tejido social arruinado. El porqué, dista mucho de ser una ilusión, o de nutrirse en postulados ideológicos, al estilo de aquel sofisma hitleriano, de que“la guerra es un instrumento de superación moral, espiritual y un estado natural de los individuos de una nacion”. Colombia es un país donde gobierna la ultra derecha, pero no pretende llegar tan lejos. Prima el sentido práctico, el sólido argumento de satisfacer la insaciable corruptela de una clase dirigente criminal e inescrupulosa, para la cual la guerra es un negocio redondo, aunque para enriquecerse deba apelar a la carne humana. Hoy, el enemigo enfocado es la insurgencia armada de izquierda. Mañana, quizás la lucha se limite a justificar tremendos desembolsos, en la eliminación de facciones delictivas persiguiendo intereses pecuniarios. Después, en el futuro, deberán vislumbrarse otras causas para que la gente muera y de paso, ello de buenos réditos…
Entre tanto, el pueblo, la verdadera víctima, engañado, manipulado en su inocencia y escarnecido, sigue con entusiasmo el curso de los acontecimientos. En algunos casos, aplaude a los “héroes” fabricados por los medios, casi hasta la veneración. Con alarmante insensibilidad, observa curioso la captura de un jefe paramilitar, luego de la tanda de las noticias de la farándula y del fútbol; festeja eufórico los episodios de sangre cuando caen los cabecillas guerrilleros, celebrando la aparición ante las cámaras de sus cadáveres, deformados por la explosión o la metralla. Le enseñaron a idolatrar de tal manera al presidente, a su “mesiánica cruzada”, que ya ni le importa que los niños sean testigos de ese placer psicópata a cualquier hora del día; endosa “todos los problemas de Colombia” a las FARC, el ELN –con la porción de culpabilidad que les corresponde- a Chávez, descartando toda responsabilidad de quien lo gobierna. Y lo peor, es su vergonzosa vocación de soportar resignado atropellos, como fue el irrisorio aumento del salario mínimo, del mismo modo que acepta el servicio militar obligatorio de los jóvenes. “Tienen que hacerse hombres”, sostiene. “Alguien tiene que pelear con la guerrilla”. “Toca”, son los argumentos más comunes.
Érase una Vez Dentro del Regimiento…
En el marco de una sociedad de talante clasista, impuesta desde el Estado, quienes provienen del núcleo de familias adineradas y desean pagar una importante suma, quedan libres de “pagar servicio” y obtienen la denominada “libreta militar”, sin la cual en Colombia resulta imposible acceder a toda clase de empleo formal.
A este grupo de privilegiados, pertenecen los adolescentes hijos de la poderosa burguesía empresarial e industrial, la clase terrateniente, los políticos, la suma de los sectores asociados al poder, quienes observan ven con buenos ojos que los menos pudientes queden a cargo de la defensa de sus intereses.
Los menos afortunados, en cambio, deberán dejar de lado el estudio, la posibilidad de capacitarse, la búsqueda de nuevos horizontes y las oportunidades de desarrollo, que de por sí no se ofrecen en demasía, para soportar un acuartelamiento involuntario, maldecido por la inmensa mayoría de la juventud. Dicha violación del derecho humano fundamental de la libertad, pregona una cultura del sometimiento –por cierto bastante efectiva en Colombia- que persigue vencer la resistencia y destruir de plano cualquier conato de oposición, instinto, deseo, aspiracion e inquietud positiva de cambio, para imponer un tipo de orden enajenante e inapelable, evitando de plano su cuestionamiento, en vistas de hacer acatar, de forma obligatoria, una autoridad sin importar de la clase que sea.
El eventual prólogo de semejante escarnio, puede comenzar en el centro de las ciudades. Allí se puede observar el maltrato al que son sometidos los jóvenes, por parte del “glorioso” Ejército Nacional, “arreados” como ganado dentro de camiones militares, detenidos contra su voluntad, por el hecho de no haber asistido el día de la cita al regimiento o carecer de la “libreta”. Cabe destacar como detalle, que los “detenidos”, a partir del momento de su “captura”, están obligados a permanecer hasta veinticuatro horas, en tanto se averiguan “supuestamente” los antecedentes de cada uno.
Una vez dentro de los regimientos, en un ambiente de dureza y austeridad, donde debe desarrollarse la astucia, la picardía, la falsedad, el oportunismo o el ingenuo, para afrontar una convivencia más o menos estable, el conscripto se transforma en un elemento de sobreexplotación de la oficialidad, cuando no lo colocan en la obligación de realizar servicios personales.
Las constantes denuncias sobre malos tratos y brutales castigos, recibidos por conscriptos, de los que existen evidencias filmadas y difundidas en los medios de comunicación, motivaron a que en represalia, frente a cualquier indicio de mal comportamiento, inconformidad, desacato o exigencia de respeto a la dignidad, éstos sean dados de baja sin recibir la consabida libreta, con todas las dificultades que esto supone.
Soldados de Juguete Al Ritmo de las Balas
Contra su voluntad, los jóvenes conscriptos se ven obligados a avanzar hacia un destino desconocido, adentrándose en la inhóspita y cruda topografía nacional. Con unas pocas semanas de instrucción, se transforman en blancos militares. Arriesgan sus vidas por combatir en una guerra que no es la suya y a cual tienen el total derecho de oponerse, porque esta dada más en función del crimen organizado, del delito, de intereses extranjeros, que los de la defensa de la Patria.
En todo caso, el servicio militar debería dejar de ser una práctica vergonzosa, un atropello a la libertad, para transformarse en voluntario, donde las acciones se encuentren a cargo de soldados profesionales, que cuenten con la preparación adecuada y reciban un salario a cambio.
Si el Estado Colombiano precisa de una fuerza eficaz de combate, debe comenzar primero por poner a la totalidad de sus ciudadanos en condiciones prácticas de igualdad y en lo referente a la guerra civil, desviar los dineros destinados a la corrupción, para pagarle a quienes supone a la altura de cumplir con la responsabilidad de defender la Soberanía.
Los padres deberían tomar partido para que sus hijos no presten servicio contra su voluntad, para ser maltratados, recibir agravios, sufrir discriminación, autoritarismo y racismo o lo que es peor: Ser utilizados como “carne de cañón” para alcanzar los fines de un estado terrorista genocida, siempre ajeno al bienestar general.
Es inconcebible que bien entrado el siglo XXI, se siga arrastrando gente como si fuera esclava, para exponerla a la muerte. El reclutamiento forzoso no puede ni debe adjudicarse solamente a la guerrilla o al paramilitarismo. ¡El Estado, de manera institucionalizada, también lo practica y esa también es la actitud despótica del terrorismo!
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