lunes, 21 de marzo de 2011

Demolición de la sociedad internacional



La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU y el discurso pronunciado por Ban Ki-moon en la reunión de Estados Unidos, la ONU, OTAN y la Liga Árabe que precedió al inicio de la agresión a Libia significa un paso en la demolición del sistema de seguridad colectiva para cuya creación la humanidad tuvo que sufrir la experiencia de dos guerras mundiales.
En 1917, rompiendo la tradicional política aislacionista inspirada en el legado de George Washington, los Estados Unidos se involucraron en la Primera Guerra Mundial en la cual, pagando el precio de 130. 000 muertos, derrotaron a Alemania y otros países europeos convirtiéndose en la primera potencia mundial. En aquel contexto, el presidente Woodrow Wilson, auspició la formación de la Sociedad de Naciones, eje de un mecanismo de seguridad colectiva destinado a impedir otra carnicería semejante.
Por una de las frecuentes paradojas de la política norteamericana, el Congreso no aprobó el ingreso de los Estados Unidos que, sin embargo apoyó a la Sociedad de Naciones la cual realizó esfuerzos validos aunque fallidos para el mantenimiento de la paz mundial. La organización no pudo impedir el rearme alemán, no evitó el auge del fascismo ni pudo reaccionar ante la llegada al poder de los nazis, encabezados por Adolfo Hitler, que en 1939 desencadenaron la Segunda Guerra Mundial.
Como la Primera, la Segunda Guerra Mundial fue originalmente una guerra europea a la que los Estados Unidos se sumaron tardíamente y, antes de hacerlo, con fecha 14 de junio de 1941, el presidente Franklin D. Roosevelt, suscribió con Winston Churchill, primer ministro inglés, la Carta del Atlántico, en el cual se asumía que los países que entraran en guerra contra Alemania como parte de las naciones unidas, (primera vez que se utilizó el término), renunciaban a cualquier pretensión territorial, subrayándose el derecho de todos los pueblos a elegir su forma de gobierno. Por su contenido avanzado, aquel documento fue el borrador de lo que poco después sería la Carta de la ONU adoptada por 50 países en San Francisco el 24 de mayo de 1945.
La ONU, creada bajos los auspicios de Roosevelt, Churchill y Stalin, ratificó los esfuerzos para crear un sistema de seguridad colectiva que tuviera como base una organización internacional regida por una Carta que resumía el ideal democrático ajustado a las relaciones internacionales y serviría de base al Derecho Internacional contemporáneo. Los Tres Grandes como en su tiempo se llamó a aquella tríada, aprobaron personalmente el Capitulo Siete de la Carta de la ONU que endosa el uso de la fuerza para el mantenimiento de la paz, autoriza la operación de tropas bajo la bandera de la ONU y crearon la clausula de unanimidad, según la cual, la aplicación de ese capítulo deberá contar con la aprobación de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, precepto que dio lugar al veto.
Defectos y limitaciones aparte, debido a que la paridad nuclear y la “destrucción mutuamente asegurada”, ejes de la bipolaridad entre Estados Unidos y la Unión Soviética necesitaba de un árbitro, la ONU desempeñó cierto papel durante la Guerra Fría, rol virtualmente anulado cuando la URSS desapareció de los escenarios internacionales y Estados Unidos quedó como único hombre en el ring con Europa occidental como furgón de cola y Rusia y China sin músculos ni voluntad política para constituirse en alternativa a los intentos hegemónicos del imperialismo norteamericano.
El proceso de deconstrucción de la ONU y con ella del sistema de seguridad colectiva de postguerra se acentuó bajo los gobiernos de Reagan y Bush, padre e hijo, cuando Estados Unidos, sin el factor de contención que durante cuarenta años fueron la Unión Soviética (con capacidad de veto), los países ex socialistas y las naciones progresistas del Tercer Mundo, pudo manipular a su antojo al Consejo de Seguridad y otras instancias de la ONU, ignorándolas o sirviéndose de ellas para sus fines como acaba de ocurrir en el caso de Libia.
Bajo la égida norteamericana el doble estándar dejó de ser una anomalía para convertirse en el estilo del organismo internacional, tarea favorecida por la actuación de seretarios generales serviciales y obedientes a Washington como Cofi Annan y Bank Ki-Moon.
En su caída la ONU arrastra no sólo a los conceptos en los que se fundamenta la diplomacia multilateral, sino también al sistema de instituciones internacionales, ejes de la seguridad colectiva. La ineficacia para lidiar con la crisis en el Medio Oriente y África del Norte y por la complicidad con la agresión a Libia, han decretado la muerte de la Liga Árabe, mientras que el voto favorable de Sudáfrica a la agresión arroja sombras sobre el futuro de la Unión Africana y la invisibilidad subraya la nulidad del Movimiento de Países no Alineados y de la Conferencia islámica como actores creíbles en las relaciones internacionales.
La ONU podrá seguir existiendo, incluso después de haber renegado de su Carta, un documento magnifico cuyos preceptos de: igualdad soberana de los estados, respeto a la soberanía nacional y la autodeterminación de las naciones y solución pacifica de los conflictos, fueron una conquista del pensamiento avanzado, pero no será nunca más una garantía de justicia y paz ni un símbolo de la convivencia internacional.
Nadie sabe cómo ni cuándo terminara esta etapa gris de la convivencia internacional; aunque de momento es seguro que aquella que comenzó en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial y se concretó en la Conferencia de San Francisco, yace sepultada por la montaña de cadáveres acumuladas en la ex Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia y otros lugares en los cuales a la inconsecuencia de ciertos gobernantes, el sometimiento de funcionarios internacionales y la cobardía de importantes actores, se sumó la tradicional prepotencia y la arrogancia imperialista.
Haciendo camino al andar, allá nos vemos.

Jorge Gómez Barata

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