Los rumores de que el presidente Muamar Gadafi utilizó a centenares de mercenarios africanos para atacar a los rebeldes y sofocar las protestas contra su régimen ha provocado sentimientos racistas contra los inmigrantes negros.
Latanews.com
Musa Abu Beida, de 31 años, emigró a Libia en el 2005. Este ingeniero nacido en el norte de Chad trabajó en una empresa de exportación turca en Zawiya durante dos años, pero se vio obligado a abandonar el oeste libio debido a los violentos ataques racistas contra la comunidad africana que se produjeron en Trípoli y Zawiya en el 2007, que se saldaron con centenares de muertos.
Después encontró otro trabajo en la firma de ropa deportiva Fila, en Bengasi donde reside actualmente. Ahora se encuentra en la misma situación que cuatro años atrás. Desde hace diez días no ha salido de las oficinas de la compañía por temor a que pueda ser atacado por sus vecinos. Los rumores de que el presidente Muamar Gadafi utilizó a centenares de mercenarios africanos para atacar a los rebeldes y sofocar las protestas contra su régimen ha provocado sentimientos racistas contra los inmigrantes negros.
A 15 kilómetros, a las afueras de Bengasi, se encuentra el cinturón industrial de la ciudad, conocido como Al Sinaiyya. Aquí viven alrededor de un millar de inmigrantes de Ghana, Chad, Sudán y Etiopía, principalmente, que trabajan en las fábricas de los suburbios de la capital de la Cirenaica. A finales de los 90, cuando Gadafi ocupó la presidencia de la Unión Africana, permitió la entrada a decenas de miles de emigrantes del África negra que constituyen la mano de obra barata del régimen.
La mayoría vive en condiciones precarias, sin seguridad social, ni garantías laborales, que sobreviven con unos cuantos dinares que ganan al día.
Ahora, las fábricas han cerrado y todos están sin trabajo. “Estamos atrapados, sin poder salir de está cloaca, y sin apenas comida”, dice Abu Baker, de Sudán. Hace tres años abandonó Darfur con la esperanza de una vida mejor. “Ahora no puedo regresar a mi casa ni tampoco me puedo quedar aquí, porque tengo miedo por mi vida”, lamenta este emigrante que asegura no tener nada que ver con el ejército de mercenarios pero que los vecinos de Bengasi lo tratan como si “fuera un criminal”.
Ibrahim Buba, de 46 años, nacional de Ghana, salió de la cárcel el sábado, tras cumplir una condena de cuatro meses por “beber unos vasitos de vino” en la jornada de trabajo. Buba asegura que “no ha visto a ningún mercenario en prisión”.
La noche del domingo se llevó un susto de muerte: “Salí a comprar cigarrillos y al cruzar a pie por la carretera, un furgoneta se detuvo a mi lado y salieron de ella un grupo de jóvenes con palos, me tiraron al suelo, me pegaron una paliza y después, me llamaron perro de Gadafi”.
Adem Atoma Idris, sudanés de 67 años, lleva en el país tanto tiempo como Gadafi en el poder. Personalmente, no tiene nada en contra del dictador y en cuanto a la revuelta considera que “son problemas internos”.
Con la boca pequeña dice que “prefiero a Gadafi a esta situación de caos. Yo he vivido tranquilo todo este tiempo y ahora no se que voy a hacer con mi vida”.
Muchos de los emigrantes africanos están pidiendo ayuda a sus respectivos consulados y embajadas para ser evacuados, pero “no hay respuesta”, critica otro sudanés que se identifica como Omar.
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