viernes, 11 de marzo de 2011

Hillary declara la guerra y Obama no da la cara: ninguno de los dos manda Y un Tsunami nos asusta a tod@s.

Entre especular si el terremoto de Japón es hijo de HARP y su Tsunami fue una   cortina de humo para callar, con el terror, a una humanidad sublevada,   o retomar el hilo antes de la catástrofe “natural” ocurrida esta madrugada, me decido por lo segundo.
  El último recuerdo antes de la declaración de emergencia en toda la costa pacífica, fue la señora Hillary Clinton abonando los últimos agrotóxicos en el jardín imperial. Declaraba prácticamente la guerra. Tan solo detalles protocolares para invadir a Libia en un tiempo que estimo no será más de las próximas dos semanas. Era la respuesta airada de un imperio que se deshace ante su fallida intención de generar una “insurrección popular” que hoy se torna en el despertar del pueblo libio, que derrota a los insurgentes,   no desarmado pueblo que pide la dimisión, sino paramilitares árabes mantenidos desde Túnez y Egipto.
El planeta ahora también   es parte de la historia, el terremoto y el alerta del tsunami es la voz de la tierra cansada del abuso  milenario de una civilización que pensaba que las piedras no tenían alma, que  la desequilibró y amenazó de extinción. El olor de la guerra la hace gemir y estremecerse. Igual pasa con nosotros, los seres humanos. Hemos llegado al límite. Este imperio, esta sociedad inhumana,   tiene que ser intervenida con la fuerza de la unión de todas y todos los que habitamos el presente. El grito de quienes estamos vivos debe ensordecer hasta el último rincón del universo. ¡Basta ya!
Basta ya de miseria y de poderes, basta ya de explotarnos, de condenarnos a un mundo distante de nuestro sentido original, basta ya de bombas y disparos, basta ya de opresión y de mentiras al servicio del egoísmo que produce la obsesión por el dinero. Basta de seguir dando pasos hacia el abismo, hacia el vacío de una humanidad sin sentido. Basta de personalismos y protagonismos yoistas, basta ya de dolor y de llanto. Basta ya de humillación y de irrespeto a la creación universal.
Al llegar a casa, Yara, una perrita que convive en mi familia, como suele, se acerco a olfatear mis pantalones, leía los olores, repetía unos, se detenía en otros. – Ella está como yo, cuando leo el periódico- pensaba. Los olores le traen información, quien podrá entender su contenido. Quizá olía la guerra, quizá mi angustia ante el destino de la humanidad a la que pertenezco. Yo leía en su olfato el gran olvido, la ignorancia a la que sentenciamos al resto de la tierra. Animales, plantas, ríos, mares y montañas que tan solo eran el entorno, el escenario de nuestro egocentrismo imbecil que hoy nos castiga. ¿Qué tan importante somos? Veía las aguas de un río en Japón llevarse en su ira a casas y carros como si nada. Las fuerzas de la naturaleza nos devolverán a nuestra dimensión mortal y verdadera. La naturaleza es mayor que nuestra capacidad de destruirnos. Todo me hace entender que el destino es impredecible.
La furia de las aguas, de los volcanes, de los cielos, podrá borrarnos de la faz del planeta y no seremos necesarios. Hace falta volver a ser humildes y valientes. Hace falta entender que por más que la suprema palabra imperial ya haya tomado la decisión de apropiarse de Libia y perpetuar la dominación, así como las aguas hoy se sublevaron, así debe nuestra moral levantarse ante el destino y cambiar la voluntad de los amos. Así, con esa fuerza suprema podremos cambiar el curso de la historia. ¿No somos capaces de detener al imperio? Si lo somos.
Cada día que nos levantemos con la bendición del sol, será un paso gigante en nuestra historia. Croacia, el pueblo saharaui, los mapuches, Ohio, México, Panamá o cualquier sitio, será escenario de la cadena de sucesos que inevitablemente marcarán uno de dos caminos: o nos domina el imperio y se extingue nuestra raza, o hacemos la revolución imprescindible para vivir.
Aunque hay muchas y muchos que creen que todo esto  pasa y que vuelve siempre la calma, ya es la hora de entender lo que está sucediendo. Estamos en la crisis final de una era, en el posible comienzo del despertar de un nuevo tiempo.
Venceremos.

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