Se analizan las tesis de la última obra de Ramón Fernández Durán que mantiene la quiebra del capitalismo global al darse una serie de factores que convergen en esta crisis del capital.
Juan Pedro Viñuela
La quiebra del capitalismo global.
La última obra de Ramón Fernández Durán nos lleva al análisis de lo que él cree que es la quiebra del capitalismo y las tremendas consecuencias que de ello se derivarían. El capitalismo, tal y como lo conocemos ha llegado a su fin. No estamos ante una crisis más del capitalismo. Hay una serie de factores que lo hacen único y, a mi manera de ver, Terminal. Coincido con el análisis de Fernández Durán, a pesar de su pesimismo. De todas formas siempre hay que estar con aquella sentencia de Gramçi, pesimista de la razón pero optimista del corazón. Ante la situación terrible que nos espera se abre la puerta de la esperanza, sólo en la medida en la que la sociedad y los gobernantes sean capaces de reaccionar. Esto de momento no se ve. Pero una cosa también queda clara, el nivel de vida que hemos llevado no volverá a ser posible. Hemos engullido nuestro propio futuro. El dilema es, o bien el decrecimiento forzoso, lo cual provocará una catástrofe y será brutal, o el decrecimiento por medio de la concienciación y de la voluntad política. Esto nos llevaría a otra forma de organización, social, política y económica en armonía con la biosfera, muy distinta y, en absoluto derrochadora, a la actual. El espejismo ha terminado. La quiebra se producirá en pocas décadas.
La crisis del capitalismo actual es absolutamente distinta, no porque sea una crisis financiera, como sugieren algunos, sino porque está ligada a otras crisis. La primera y fundamental es la del agotamiento de los recursos fósiles. Estamos sobrepasando el cenit del petróleo, dentro de algo más de una década sobrepasaremos el del gas y para el 2030, el del carbón. Las anteriores crisis del capitalismo hicieron que este renaciese en la medida en la que existían recursos energéticos que consumir para fomentar la producción y el consumo. Ésa es la espiral mortal del capitalismo. Pero los recursos fósiles de los que se alimenta la producción y el consumo se empiezan a agotar. Hemos llegado al fin del petróleo barato, esto hará entrar en quiebra a la economía mundial. Lo mismo sucede con los recursos alimenticios y el agua. Ni para la energía ni para los alimentos y el agua hay sustituto, tienen un límite y lo hemos sobrepasado. El espejismo ha sido pensar que los recursos son inagotables y que el progreso de la humanidad es inevitable. Que el mercado resuelve. Son mitos que nos han engañado. Nada volverá a ser igual. El estado social que conocemos se irá desmantelando progresivamente, nuestros hijos no tendrán un futuro claro. La generación de los cuarenta a los cincuenta, tampoco tendrán garantizado el estado de bienestar en sus últimos días. El límite se encuentra en torno a 2030. Pero esto no es nuevo, aunque no nos demos cuenta, los hijos viven ya en peores condiciones económicas, laborales y sociales que los padres y esto se irá haciendo cada vez más profundo.
A medida que escaseen los recursos energéticos la inestabilidad política será mayor, el peligro de grandes guerras por los recursos será algo cotidiano. Ya empezó toda esta carrera desde la primera invasión de Irak. Pero ahora han surgido grandes potencias económicas que siguen el mismo camino de progreso ilimitado, como son China, Brasil, India… y el consumo aumenta geométricamente, estas nuevas naciones reclaman su progreso y se enfrentan económicamente a occidente. Está en quiebra, por ello, también el sistema democrático. La guerra por los recursos eliminará la democracia y pasaremos a un estadio neofascista. Ya estamos en la antesala, en lo que yo llamo el fascismo económico, los estados, la política, obedecen sumisos el dictado del mercado y de las grandes corporaciones multinacionales. Pero, a medida que disminuyan los recursos y aumente el precio, se irá disolviendo la clase media, la pobreza aumentará y las garantías sociales disminuirán. Nunca nada volverá a ser igual. La economía tenderá a localizarse, la globalización se fragmentará, creándose diversos centros de poder en pugna por los recursos. Estos centros de poder se organizarán desde estructuras similares a las democracias actuales a totalitarismos y anarquismos a lo Mad Max. Entre uno y otro extremo cabrán todas las posibilidades. Lo que sí es cierto es que la vida será dura y no habrá posibilidades, lo que favorece la aparición de fascismos que eliminen los derechos humanos, sociales y laborales. La comodidad y el despilfarro serán algo del pasado.
La quiebra del capitalismo global es el colapso de nuestra civilización que no puede encontrar un sustituto a los recursos fósiles. La creencia en el progreso técnico científico no es más que una creencia. Las energías alternativas no dan para tanto. Además para construirlas necesitamos de los recursos fósiles, con los cuales ya no contamos. El colapso civilizatorio ha empezado ya y durará, unido a los peligros que nos amenazan con el cambio climático unos doscientos años. Pero la quiebra se hará realidad en torno a dos mil treinta con el agotamiento de los recursos. Después vendrá una época de declive y adaptación progresiva a otro modo de organización que genere otra civilización. Las civilizaciones han entrado en colapsos, como demuestra Desmond, el problema es que la civilización global produce un colapso global en el que confluyen diversos factores: crisis de la economía financiera, agotamiento de las energías fósiles y cambio climático (problema ecológico). De ahí que la crisis sea Terminal. Porque el modelo que sostiene nuestro orden social no la puede solucionar, sencillamente porque ha sido él el que la ha producido, el que, en su bucle de crecimiento ilimitado, nos ha llevado a esta situación diabólica en la que la humanidad se encuentra en la encrucijada.
Los problemas son graves y definitivos. Sólo cabe la esperanza de que al irse agudizando la crisis la ciudadanía tome conciencia suficiente y se transforme en sujeto de cambio que exija a las clases gobernantes la revolución del sistema, el recambio hacia una sociedad del decrecimiento, que también producirá dolor, miseria, hambre y sufrimiento, pero será controlado y no catastrófico. Ante el futuro sólo cabe la esperanza de la conciencia de la humanidad. Pero en situaciones difíciles también surge la guerra entre los fuertes. Y éste es el peor pronóstico, que es el que más arriba hemos dibujado.
El futuro de la humanidad es inquietante. Pero yo no soy partidario de la posibilidad de la predicción histórica. Ahora bien, de lo que sí se puede hablar es de tendencias. Y las tendencias hacia el colapso civilizatorio ya existen, unidas, además, al fascismo económico, la pérdida progresiva del poder político, de los derechos sociales y civiles, la disminución del estado del bienestar. Y todos engañados por ese mito del progreso y esa creencia ciega en la tecnociencia. Y, además, adormecidos por ese nuevo opio del consumo que atonta a la humanidad. Pero este fin de la civilización representa también el fin de la razón, el fin del legado de Grecia. La posibilidad del diálogo, la universalidad y la igualdad. Es el fin de Grecia y de la Ilustración. Sólo podremos recuperar la civilización si tomamos conciencia de que estamos abocados al caos civilizatorio, al colapso y la quiebra del capitalismo global. Pero para hacer frente a ello es menester la conciencia social. La capacidad de pensar globalmente y actuar localmente y hacer que nuestros políticos vuelvan a retomar las riendas del poder. En caso de no ser así, dentro de un par de décadas, no sólo habremos perdido la comodidad del capitalismo desarrollado, basada en el despilfarro, sino que habremos perdidos nuestros derechos y nuestra dignidad, estaremos en manos del más fuerte, en manos de la tiranía.
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