La gran pregunta que sigue abierta es cómo podrán los insurgentes libios convertir su victoria en el terreno en una paz estable y aceptada por todos.
Patrick Cockburn | The Independent
Traducción de Celita Doyhambéhère
Pero hay otro problema para terminar la guerra. Los insurgentes mismos admiten que sin la guerra aérea hecha a su favor por la OTAN -con 7459 ataques aéreos sobre blancos de Khadafi- estarían muertos o huyendo. La cuestión, por lo tanto, sigue abierta a cómo pueden los rebeldes convertir pacíficamente su victoria del campo de batalla asistida por el exterior en una paz estable y aceptable para todos los partidos de Libia.
Los precedentes en Afganistán e Irak no son alentadores y sirven como advertencia. Las fuerzas anti-talibán en Afganistán tuvieron un éxito militar gracias -como en Libia- al apoyo aéreo extranjero. Luego usaron su predominio temporario de forma arrogante y desastrosa para establecer un régimen inclinado contra la comunidad pashtun. En Irak, los estadounidenses -por demás confiados después de la fácil derrota de Saddam Hussein- disolvieron el ejército iraquí y excluyeron a ex miembros del partido basista de empleos y poder, dándoles pocas opciones salvo pelear. La mayoría de los iraquíes estaban contentos de ver el fin de Saddam, pero la lucha por reemplazarlo casi destruyó al país.
¿Ocurrirá lo mismo en Libia? En Trípoli, como en la mayoría de los estados petroleros, el gobierno provee gran parte de los empleos y a muchos libios les iba bien bajo el antiguo régimen. ¿Como pagarán ahora por estar del lado de los perdedores? El aire se volvía denso ayer con llamados del Consejo de Transición para que sus combatientes evitaran actos de represalia. Pero fue apenas el mes pasado que el comandante en jefe de las fuerzas rebeldes fue asesinado en un acto oscuro e inexplicable de venganza. El gabinete rebelde fue disuelto y no ha sido reconstituido, por su fracaso en la investigación del asesinato. El Consejo Nacional de Transición ha establecido pautas para gobernar el país post Khadafi, que pretenden asegurar que se mantengan la ley y el orden, alimentar a la gente y continuar con los servicios públicos.
Es demasiado pronto para saber si se trata de una ilusión inspirada en el extranjero o si tendrá algún efecto benéfico en los hechos. El gobierno libio era una organización destartalada en los mejores momentos, de manera que cualquier falla en su efectividad puede no notarse al principio. Pero muchos de aquellos que celebran en las calles de Trípoli y saludan a las columnas rebeldes que avanzan, esperaran que sus vidas mejoren, y se sentirán defraudados si eso no sucede.
Las potencias extranjeras probablemente empujarán para formar una asamblea de algún tipo para darle al nuevo gobierno legitimidad. Necesitará crear instituciones que el coronel Khadafi abolió en su mayor parte y reemplazó por comités supuestamente democráticos que, en realidad, supervisaban el caprichoso gobierno de un solo hombre. Esto no será fácil de hacer. A los opositores de larga data del régimen les resultará difícil compartir los botines de la victoria con aquellos que cambiaron de bando a último momento.
Algunos grupos obtuvieron poder por la guerra misma, como los bereber de las montañas del sudeste de Trípoli, marginados durante mucho tiempo, quienes reunieron la milicia más efectiva en combate. Querrán que se reconozca su contribución en cualquier distribución del poder.
Libia tiene varias ventajas sobre Afganistán e Irak. No es un país con una gran parte de su población al borde de la desnutrición. No tiene la misma historia empapada en sangre que Afganistán e Irak. A pesar de toda la demonización del coronel Khadafi durante los últimos seis meses, su gobierno nunca compitió con el salvajismo de Saddam Hussein.
La guerra civil en Libia duró más de lo esperado, pero la caída de Trípoli llegó antes de lo pronosticado. Como en Kabul en 2001 y en Bagdad en 2003, no había una postura de defender a ultranza al régimen derrotado, cuyos partidarios parecían haberse derretido una vez que vieron que la derrota era inevitable. Mientras es claro que el coronel Muammar Khadafi perdió poder, no resulta claro saber quién lo ganó. Los rebeldes estaban unidos ante un enemigo común, pero no mucho más. El Consejo Nacional de Transición (CNT) en Benghazi, ya reconocido por tantos estados extranjeros como el gobierno legítimo de Libia, es de dudosa legitimidad y autoridad.
Pero hay otro problema para terminar la guerra. Los insurgentes mismos admiten que sin la guerra aérea hecha a su favor por la OTAN -con 7459 ataques aéreos sobre blancos de Khadafi- estarían muertos o huyendo. La cuestión, por lo tanto, sigue abierta a cómo pueden los rebeldes convertir pacíficamente su victoria del campo de batalla asistida por el exterior en una paz estable y aceptable para todos los partidos de Libia.
Los precedentes en Afganistán e Irak no son alentadores y sirven como advertencia. Las fuerzas anti-talibán en Afganistán tuvieron un éxito militar gracias -como en Libia- al apoyo aéreo extranjero. Luego usaron su predominio temporario de forma arrogante y desastrosa para establecer un régimen inclinado contra la comunidad pashtun. En Irak, los estadounidenses -por demás confiados después de la fácil derrota de Saddam Hussein- disolvieron el ejército iraquí y excluyeron a ex miembros del partido basista de empleos y poder, dándoles pocas opciones salvo pelear. La mayoría de los iraquíes estaban contentos de ver el fin de Saddam, pero la lucha por reemplazarlo casi destruyó al país.
¿Ocurrirá lo mismo en Libia? En Trípoli, como en la mayoría de los estados petroleros, el gobierno provee gran parte de los empleos y a muchos libios les iba bien bajo el antiguo régimen. ¿Como pagarán ahora por estar del lado de los perdedores? El aire se volvía denso ayer con llamados del Consejo de Transición para que sus combatientes evitaran actos de represalia. Pero fue apenas el mes pasado que el comandante en jefe de las fuerzas rebeldes fue asesinado en un acto oscuro e inexplicable de venganza. El gabinete rebelde fue disuelto y no ha sido reconstituido, por su fracaso en la investigación del asesinato. El Consejo Nacional de Transición ha establecido pautas para gobernar el país post Khadafi, que pretenden asegurar que se mantengan la ley y el orden, alimentar a la gente y continuar con los servicios públicos.
Es demasiado pronto para saber si se trata de una ilusión inspirada en el extranjero o si tendrá algún efecto benéfico en los hechos. El gobierno libio era una organización destartalada en los mejores momentos, de manera que cualquier falla en su efectividad puede no notarse al principio. Pero muchos de aquellos que celebran en las calles de Trípoli y saludan a las columnas rebeldes que avanzan, esperaran que sus vidas mejoren, y se sentirán defraudados si eso no sucede.
Las potencias extranjeras probablemente empujarán para formar una asamblea de algún tipo para darle al nuevo gobierno legitimidad. Necesitará crear instituciones que el coronel Khadafi abolió en su mayor parte y reemplazó por comités supuestamente democráticos que, en realidad, supervisaban el caprichoso gobierno de un solo hombre. Esto no será fácil de hacer. A los opositores de larga data del régimen les resultará difícil compartir los botines de la victoria con aquellos que cambiaron de bando a último momento.
Algunos grupos obtuvieron poder por la guerra misma, como los bereber de las montañas del sudeste de Trípoli, marginados durante mucho tiempo, quienes reunieron la milicia más efectiva en combate. Querrán que se reconozca su contribución en cualquier distribución del poder.
Libia tiene varias ventajas sobre Afganistán e Irak. No es un país con una gran parte de su población al borde de la desnutrición. No tiene la misma historia empapada en sangre que Afganistán e Irak. A pesar de toda la demonización del coronel Khadafi durante los últimos seis meses, su gobierno nunca compitió con el salvajismo de Saddam Hussein.
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