sábado, 24 de septiembre de 2011

La dictadura mundial


¿Por qué nuestras democracias aceptan que desde la cúspide del poder se tiranice al planeta entero?..."


Manifestantes del 15-M protestan contra la reforma laboral frente al Ministerio de Trabajo en Madrid, el 10 de junio. <br />
Manifestantes del 15-M protestan contra la reforma laboral frente al Ministerio de Trabajo en Madrid, el 10 de junio.
 REUTERS
HORACIO EICHELBAUM La gente ha construido en un abrir y cerrar de ojos una autovía hacia el cambio: la M15. En unas pocas semanas quedó prácticamente colapsada pero en realidad aquí las cosas son al revés: mientras más saturada esté la pista, mejor y más rápido se avanza. Al tiempo que esta impresionante movida se estuvo gestando los medios de comunicación no se quisieron enterar. Al igual que con el temido precedente de Islandia (políticos destituidos, banqueros juzgados) se produjo también un vacío informativo alrededor de las manifestaciones de hace un par de meses en varios estados de la Unión (USA), y se manipuló para lograr la jibarización noticiosa de las protestas en el Reino Unido, en Alemania, en Portugal, en Grecia… Pero el efecto terminó por ser el contrario al buscado. Tanto silencio y tantas voces en sordina crearon la impresionante noticia: se están obstruyendo las tuberías de la comunicación. Los canales noticiosos están esclerotizados: apenas dejan pasar un hilo de información y generalmente está contaminada.

Paradójicamente, fue esta censura la que disparó todas las alarmas. Más que las propias injusticias, la corrupción y los abusos del sistema, se dejaba ver una superestructura verdaderamente espantosa: era –es- verdad que nos manipulan, que nos suministran datos torcidos, interpretaciones malintencionadas, consignas ideológicas sumergidas en textos aparentemente neutros. Con el ´pensamiento único´ hemos topado.

Hace una década hablamos (lo dijimos con todas las letras en sendas entrevistas para dos diarios sevillanos) de una ´dictadura mundial´. Por entonces estas cosas no se decían. A nivel global, es muy fácil comprobar que existe una dictadura. Basta con informarse sobre la estructura de poder de las Naciones Unidas, donde cinco potencias tienen derecho a veto (es decir, tienen la potestad de retorcer o anular cualquier decisión) y a continuación observar la realidad de las últimas décadas con una toma en lenta panorámica: una sola de esas potencias, los Estados Unidos, impone sus intereses. O bien la sigue toda la ONU, o bien no la acompaña nadie, o bien la acompaña su coro de aliados, la OTAN, nacido como instrumento defensivo contra una Unión Soviética hoy transmutada en el nuevo socio, Rusia. ¿Una alianza contra un amigo? No importa. En una dictadura no hay por qué darle explicaciones a nadie. Todo se hace por narices.

Europa, cómplice del imperio

Vemos entonces que este ´superpoder´-el poder global- puede invadir y bombardear países, como hizo con Irak y después con Afganistán, aunque finalmente no estuviera allí el señor al que buscaban, Osama Bin Laden, al que terminaron asesinando en un país vecino, Pakistán. Habían invadido Afganistán para buscar a Bin Laden, pero siguen allí, aunque el cadáver del ´wanted´ esté (según ellos) en el fondo del mar.

¿A qué seguir? Veíamos que Europa era y sigue siendo cómplice del imperio. Pero con todo y con eso, aquí no teníamos tan claro que existiera una dictadura mundial. Nos parecía que en la cúspide de tantas ´democracias´ no podía existir una dictadura. Fue tal vez esa incongruencia lo que nos hizo entrar en sospechas. ¿Serían tan ´democráticas´ nuestras ´democracias´? ¿Por qué aceptaban, entonces, que desde la cúspide de la pirámide del poder se tiranizara al planeta entero?

De repente, todo parecía encajar: la dictadura mundial se reflejaba en unas democracias engañosas; la clase política, el poder de los bancos y las manipulaciones de los medios dibujaban un mapa, en el que habíamos insistido tantas veces, pero que ahora apenas necesitaba cartógrafos porque estaba a la vista de todo el mundo. Esas temibles realidades surgían con absoluta nitidez cada día, como desfilando ante nuestra mirada: los silencios informativos, los recochineos de los multimillonarios, la corrupción en los altos niveles y en decenas de municipios de España, los indisimulados privilegios de los políticos… todo estaba a la vista.

Horacio Eichelbaum es columnista de La Opinión de Málaga y autor de ´Un planeta a la deriva´ (Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2001) y de ´El mundo del revés´ (Del Planeta Rojo Ediciones, 2010).

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