Las personas que se congregan en el puente de Brooklyn no son simples manifestantes hartos de los mercados ni jóvenes ociosos que pierden su tiempo en montar follón, sino que forman parte de una nueva fase de la política...
Esteban Hernández | elconfidencial
Wall Street es más que el siguiente paso. Las personas que se congregan en el puente de Brooklyn no son simples manifestantes hartos de los mercados ni, como otros aseguran, jóvenes ociosos que pierden su tiempo en montar follón, sino que forman parte de una nueva fase de la política. No podemos analizar lo que ha ocurrido en diferentes ciudades europeas, y ahora en las americanas, en términos de movimientos minoritarios, sino que debemos ser lo suficientemente perspicaces para darnos cuenta de las demandas que subyacen bajo estas formas de movilización.
Así lo afirma Guy Standing, profesor de Seguridad Económica en la Universidad de Bath (Reino Unido) y autor de Precariat, the new dangerous class (Bloomsbury Academic), para quien vivimos en un mundo dominado por la inseguridad, la ansiedad y la frustración, por lo que no resulta extraño que surjan nuevas formas políticas de actuación que traten de dar respuesta a sentimientos socialmente tan complejos.
Hablamos de un mundo, el del siglo XXI, en el que las circunstancias vitales son muy diferentes de las que construyeron las naciones de clase media del siglo pasado. Si en aquella época las personas definían sus identidades por la pertenencia a un territorio o por el trabajo que realizaban, hoy han perdido ese sentido de la identidad. Según Standing, hay un conjunto de trabajadores, el precariado, que “tienden a sentirse subempleados, que saben que su trabajo carecerá de continuidad y estabilidad y que tienen una peculiar relación con el tiempo, ya que lo viven mucho más apresurado y constreñido que en épocas anteriores”.
Sentimiento de ansiedad
Las consecuencias de esta falta de identidad, asegura Standing, pueden ser graves y llevar "a desaprovechar las energías, a los comportamientos anómicos, a la enfermedad social o a la drogadicción. Y si uno no forma parte de una comunidad en la cual se vivan valores de solidaridad, se puede caer muy fácilmente en el comportamiento oportunista con los vecinos o compañeros”.
Por eso, cuando hablamos del Precariado, por utilizar el término propuesto por Standing, debemos entender que no nos estamos refiriendo a esa clase media que se siente exprimida, a los excluidos de la sociedad o a un nuevo tipo de clase trabajadora, sino que estamos principalmente ante un conjunto de sentimientos y ansiedades que afecta a toda la sociedad y al que hay que dar respuesta. Y en un doble sentido, porque, como afirma Standing, elprecariado es algo funcional para el sistema de mercado global, que precisa de él, pero no podrá servir a sus fines mientras experimente sentimientos tan negativos. “Por eso quienes están dentro del precariado (y los que están relacionados con ellos, de una u otra manera) se sienten frustrados y a menudo enfadados. Sin embargo, sería igualmente erróneo percibir a quienes forman el precariado como simples víctimas. Mucho de ellos rechazan abierta y orgullosamente el laborismo en el que se criaron las últimas generaciones de trabajadores. Ellos no quieren volver atrás, no quieren trabajos alienantes que duren toda la vida. Quieren tener vidas productivas”.
Para Standing, hablamos de personas que quieren construir un futuro en el que puedan sentirse realizadas y trabajar en empleos que les permitan ser creativas. Se les pide que sean flexibles y que estén en situación de empleabilidad, pero eso no debe implicar, como lo hace a menudo, que deban renunciar a controlar sus vidas y a disponer de un sentido del desarrollo personal”.
Tres clases de precariado
Por eso, apunta Standing, a menos que entendamos al precariado, podemos vivir momentos políticos difíciles. El precariado es la nueva clase peligrosa, salvo que sepamos dar las respuestas precisas. “Hablamos de millones de personas que se sienten crónicamente inseguras, a quienes el trabajo no proporciona una identidad estable, que carecen de un sentimiento de seguridad económica y que saben que nunca encontrarán un lugar seguro en el que desarrollar su vida”. Pero, dentro de esas características generales, podemos distinguir tres grupos.
En el primero están aquellos que sienten que ha desaparecido la vida que esperaban. “No tienen un alto nivel de formación pero pensaban que, como la generación de sus padres, iban a tener una vida laboral estable. Y ya no será así. En este grupo abundan las personas enfadadas que escuchan las voces del populismo, que no ven con buenos ojos a los inmigrantes y que son políticamente peligrosos porque probablemente se convertirán en seguidores de los populistas de extrema derecha”.
El segundo grupo consiste en gente que no está comprometida políticamente. No se identifican con los socialdemócratas, los conservadores o los cristiano-demócratas de la vieja escuela. “Se sienten inseguros y separados de la sociedad, pero de un modo anárquico. Tampoco están fuera del sistema, porque son parte de un sistema laboral emergente. Incluyen muchos grupos, entre los que están los inmigrantes. Su activismo político se limitará a salir a la calle a protestar por los recortes en los presupuestos o en los servicios sociales”.
El tercer grupo sí nos ofrece una perspectiva diferente, que es en cierta manera esperanzadora, afirma Standing. La mayoría de las personas que lo forman son jóvenes con estudios superiores, que viven situaciones inseguras pero que ni buscan ni quieren los viejos trabajos de por vida que ocuparon sus padres.” Y son peligrosos porque rechazan el viejo estilo de los partidos políticos. Probablemente sean idealistas, y su descontento está encauzado en el sentido de intentar buscar una sociedad mejor”.
Nómadas urbanos
Según Standing, cuando hablamos de precariado, hablamos de una clase en formación, de un conjunto de personas que comparten características similares y sobre las que actúan fuerzas muy parecidas. “De ellos se espera que provean al mercado trabajo flexible y que entren y salgan del empleo como si fueran nómadas urbanos. Pero no son una clase en sí misma porque no ven la solución a sus inseguridades de un modo similar”.
Sin embargo, se trata de una situación transitoria. Es muy probable (“y hemos visto cosas importantes en ese aspecto en 2011”) que las diferentes direcciones vayan convergiendo en algo común, del mismo modo que ocurrió en el pasado. “Cuando la clase trabajadora industrial emergió en la época en que el capitalismo industrial tomaba forma en los siglos XIX y XX, llevó un tiempo que esa identidad coagulase alrededor de los sindicatos y de los partidos socialdemócratas y laboristas”. Y esa reunión alrededor de algo común también tendrá lugar en el presente, sólo que no bajo los viejos parámetros. “Esos modelos no son con los que se identifica el precariado. En el curso de las manifestaciones de las plazas de las grandes ciudades, en Atenas, Madrid, Hamburgo o Milán, estamos viendo el surgimiento bastante rápido de una agenda que puede transformar una gran parte del precariado en una fuerza política. Escuchando las voces de los indignados, o de su equivalente en los distintos países, estamos viendo una nueva y excitante visión de cómo otra sociedad está tomando forma”.
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