En el mundo de la inteligencia de la CIA, MI6 y MOSSAD, se conoce como terrorismo de bandera falsa, a las operaciones encubiertas para perpetrar atentados y falsificar pruebas contra terceros países.
Juan Carlos Zambrana Marchetti
La prensa ha reportado el 3 de noviembre, que Israel, con el apoyo de Inglaterra y Estados Unidos, estaría planeando invadir a Irán. Eso apestaba ya desde el mes de Octubre, cuando las autoridades dijeron que, según el FBI, un “funcionario” iraní, por intermedio de otro iraní nacionalizado americano, residente de Nueva York, había contratado en México, por 1.5 millones de dólares, a un sicario de un cártel de la droga, que resultó ser un agente encubierto de la DEA, para asesinar al embajador de Arabia Saudita en Washington. A todas luces, el más estúpido e infantil plan que se haya visto en la historia del crimen, o la más creativa operación encubierta de terrorismo de bandera Falsa.
Annie Machon, la ex agente secreta de MI5, la agencia británica de inteligencia, explicó que el nombre de esas operaciones se deriva de una antigua estrategia naval, por la cual los buques de guerra izaban la bandera de un país neutral para poder acercarse al enemigo, y después atacarlos a mansalva. En el mundo de la inteligencia, se conoce con ese nombre a las operaciones encubiertas para perpetrar atentados y falsificar pruebas contra terceros países, práctica que ha sido muy efectiva para Estados Unidos, Inglaterra e Israel.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se sirvió de la Inteligencia británica, para fabricar evidencias contra varios gobiernos latinoamericanos, incluyendo el de Gualberto Villarroel en Bolivia. Otro caso más reciente fue el atentado con explosivos en 1994 frente a la embajada Israelita en Londres, por el cual se condenó a 20 años de prisión a dos activistas palestinos, a pesar de que existían evidencias de que el atentado fue perpetrado por MOSSAD, el servicio Israelí de inteligencia, para presionar al gobierno de Londres a subir el grado de alerta contra del mundo árabe, victimizarse ante la opinión pública mundial, y obtener un apoyo diplomático que siempre ha estado buscando en su disputa con el pueblo palestino.
En el caso de Libia, la invasión fue justificada con la historia de que Gadafi era un dictador que había asesinado en forma masiva a su propia gente. Una vez más, se invadió en nombre de la libertad y los derechos humanos. La prensa internacional impuso esa verdad, pero las evidencias en contrario abundan, aunque sólo pueden ser publicadas en las redes sociales y medios alternativos. Las supuestas masacres de Gadafi jamás fueron comprobadas, pero eso no detuvo a la eficiente maquinaria mediática de desinformación. Lo que sí está perfectamente documentado es que la Organización Mundial de la Salud reportó en 2009 que Libia, bajo el mando de Gadafi, tenía uno de los más altos estándares de vida en el continente africano, un porcentaje bajo de analfabetismo, acceso universal a la educación, y en general una expectativa de vida elevada en relación al resto del continente.
El analista Francés, Thierry Meysann, explicó que Gadafi había sido acusado ya varias veces en el pasado. En Alemania se le acusó del atentado explosivo en una discoteca de Berlín, pero luego fue exonerado por las pruebas encontradas. En el año 1977 también se lo acusó del derribo de un avión comercial de pasajeros, pero el jefe de la investigación confesó años después que la principal prueba encontrada en la escena, el reloj de la bomba de tiempo, fue una evidencia plantada por la CIA y la MOSSAD. Otro testigo luego admitió haber recibido 2 millones de dólares para mentir en el juicio. El problema siempre es que estas verdades emergen demasiado tarde, cuando la opinión pública mundial ha sido ya manipulada.
La motivación financiera de la operación en Libia queda expuesta al tomar en cuenta que, entre las medidas económicas que tomó la OTAN contra Libia, se destacó, aparte de las sanciones, la confiscación de todo el dinero libio depositado en bancos extranjeros. Luego bombardearon el país, destruyendo gran parte de su infraestructura. A Libia no sólo la atacaron por su petróleo, lo cual es la motivación más obvia, sino además porque Gadafi cometió demasiados actos de rebeldía contra fuerzas globales de dominación.
Desde hacía tiempo, se había declarado admirador del modelo revolucionario bolivariano impulsado por el presidente Chávez. No sólo había implementado programas sociales en su país, sino que además los había promovido y financiado en países pobres de la región, permitiéndoles eludir al Banco Mundial y al FMI; entidades que usan el crédito que dan, como mecanismo de control. Había atentado contra el poder del dólar y del euro al promover una nueva moneda basada en el estándar del oro.
Sus negocios con Francia y el resto de Europa eran importantes, por lo que, cuando amenazó con sacar su dinero de los bancos franceses para depositarlo en los chinos, y dejar de venderles petróleo para venderle a China, se echó encima a enemigos demasiado poderosos. La secreta motivación de Washington, para unirse al imperialismo de la OTAN, era el interés de aplastar a un gobierno antisistema, que no sólo estaba desconociendo su hegemonía, sino además coqueteando demasiado con las nuevas potencias emergentes como Brasil, Rusia, India y China.
A Gadafi lo atacaron los más peligrosos poderes corporativos, políticos y financieros del planeta. Lo hicieron por emular las políticas populares de la revolución latinoamericana, que demostró ya su efectividad, desprendiéndose del control del Consenso de Washington. Los que pierden son los pueblos; en este caso, especialmente el pueblo Libio, porque lo que ahora se les impondrá, además del control político y la absoluta subordinación, es el saqueo económico. Este último, mediante la reconstrucción realizada por las corporaciones extranjeras, el costo de la estabilización a cargo de las contratistas de seguridad (mercenarios), la privatización de la industria petrolera, y la imposición del neoliberalismo: el funesto método económico aplicado en décadas pasadas en Latinoamérica, por el cual se le entrega a las transnacionales extranjeras, todos los sectores productivos, y se exime al gobierno de toda responsabilidad social, incluyendo educación y salud pública.
Ahora la escalada contra Irán está ya en marcha, e, incomprensiblemente, el mundo contempla el circo mediático de la estigmatización de ese gobierno, con una apatía pasmosa que apesta a complicidad. En el pasado, las evidencias de las operaciones de bandera falsa emergían demasiado tarde para los países invadidos. Ahora, gracias a los medios alternativos, el mundo sabe que son falsas las acusaciones, como injustas las presiones de una coalición de potencias nucleares, contra Irán por su programa nuclear. Esta vez, si estos imperios invaden a Irán, el mundo espera que China y Rusia, potencias emergentes con derecho a veto en el consejo de seguridad de la ONU, se opongan al asalto. Es concebible, según lo demuestra la historia, que Israel ataque de todas maneras, con el apoyo de Londres y Washington. Por eso, es importante que los pueblos del mundo se manifiesten de inmediato, que presionen a los organismos internacionales a manifestarse, porque si sabiéndolo, no demostramos empatía, los culpables seremos todos, y las siguientes víctimas, los pueblos latinoamericanos en proceso de cambio y descolonización.
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