lunes, 22 de abril de 2013

Era un día tan lindo en Boston y en Irak



“¿Vamos a continuar con el ciclo de violencia en una equivocada búsqueda de la justicia?”, señala un estadounidense al reflexionar sobre las bombas que estallaron durante el maratón de Boston.
WILL TRAVERS
TRADUCCIÓN: ALICIA ANDARES
boston01





Boston, Estados Unidos. Crecí en Massachusetts -a sólo unos minutos de donde empieza el Maratón de Boston, dependiendo de lo rápido que manejes. Aunque por ahora vivo en Nueva York, mis padres todavía están allí, y llamé a mi madre para ver cómo estaba. Todavía no había oído hablar mucho de lo que había pasado porque había estado fuera toda la tarde, así que me estaba dando los pocos detalles que hasta entonces se sabían. Aunque mi madre no conocía a nadie que hubiera participado en el maratón de este año, se puso a llorar en el teléfono. Me decía que este Día de los Patriotas había comenzado muy bien, como cualquier día festivo en la ciudad de Boston; a muchas personas les habían dado el día libre en el trabajo, y muchas más habían estado mirando la carrera a lo largo de la ruta, o siguiéndola desde sus casas por la televisión. Por alguna razón, mi madre estaba hablando del clima antes de que las bombas estallaran y, aunque ella siempre tiene una opinión para todo, en este caso lo único que decía era: “Estaba siendo un día tan lindo…”
Entiendo cómo se siente. Entiendo cómo algo como esto puede convertirse en algo tan difícil de explicar mediante palabras.  Frente a la puerta de su casa jamás había ocurrido algo así.
Ahora quisiera cambiar de tema, y hablar de otro lindo día, en un lugar ligeramente diferente del mundo: la provincia rural de Uruzgan, en Afganistán, a unos 160 kilómetros al noreste de Kandahar. El sol salió, al igual que en Boston, pero como ocho y media horas antes. En lugar de que hubiera un maratón qué correr, habría una boda entre dos bellas personas, quienes celebrarían esta unión en compañía de sus extensas familias. Para estas dos personas, no podía haber existido un día más hermoso en la vida. Sin embargo, lo que pasó después me hace sentir incómodo, disgustado y avergonzado, pero lo tengo que escribir: aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos bombardearon la fiesta de bodas, matando a 30 personas e hiriendo a más de cien. Uno de los habitantes del pueblo manifestó a la cadena británica BBC: “No hay talibanes, gente de Al Qaeda ni árabes aquí. Estas personas eran civiles, mujeres y niños”. Al parecer, para mostrar el júbilo inmediatamente posterior a la ceremonia de boda, algunos de los invitados habían disparado sus armas al aire. El Pentágono, que confundió el ruido con fuego de artillería antiaérea, admitió que “hubo al menos una bomba errante. No sabemos donde cayó”.
¿Por qué hago una yuxtaposición de estos dos hechos? ¿Es porque ocurrieron el mismo día? No exactamente. En realidad no fue así. El ataque a esta boda sucedió en julio de 2002. Después del estallamiento de las bombas en Boston, un artículo del Daily Mail de Reino Unido sobre el ataque a la boda comenzó a circular en las redes sociales, con la insinuación de que habían sucedido el mismo día. El encabezado de este artículo fue modificado a fin de que destacara la fecha del suceso, pero al no mencionarlo previamente se llamaba a engaño al lector, como me ocurrió a mí, que momentáneamente caí.
La verdad es que sí, esto realmente sucedió, sólo que hace 11 años. ¿Eso lo hace más aceptable? En un momento en el que nos sentimos heridos como nación, la publicación de una vieja historia disfrazada de algo nuevo tiene el poder para impresionar a la gente y llevarla a hacer la conexión que es necesario hacer: es decir, entre la violencia con la que “visitamos” a la gente en tierras extranjeras, y la violencia que regresa a visitarnos a casa. La violencia engendra violencia, como enseñó Martin Luther King en la década de los cincuenta. O, en palabras de Isaac Newton: toda acción tiene una reacción igual y opuesta. En una era en que las noticias importantes a menudo se pierden en medio de los embarazos de las celebridades y de insensateces partidistas, me pareció bastante refrescante ser víctima de semejante engaño en Internet, en realidad menor. Esto me produjo un cierto grado de incredulidad, pues creí recordar algo similar que ocurrió en los primeros días de la guerra, así como también en 2008. Pero yo no puedo sentirme tan ofendido por una historia que milagrosamente está teniendo en el interés periodístico una segunda vida.
Según los últimos hechos en Boston, tres personas murieron y más de cien resultaron heridas  (a algunas de ellas, el ataque les voló las extremidades). Al igual que mi madre, no tengo palabras para expresar mi tristeza, ni lo mucho que mi corazón está con todos los que han sido afectados por esto. Todavía es demasiado pronto para saber quién es el responsable, pero eso se sabrá con el tiempo. Podría haber sido el trabajo de un grupo con motivaciones políticas, o podría haber sido algún loco desquiciado, como el tipo que mató a 27 personas en Sandy Hook o a 12 en Aurora, Colorado. Pero lo que sí sabemos con certeza es quién mató a esas 30 personas en Afganistán. Y al entender plenamente mi complicidad en las acciones de mi gobierno, mi corazón está con todos los que también fueron afectados por ello.
La pregunta que nos debemos hacer ahora es si vamos a caer o no en la misma trampa en la que caímos después del 11 de septiembre. ¿Vamos a continuar con el ciclo de violencia en una equivocada búsqueda de la justicia? O vamos a ser lo suficientemente inteligentes como para decir: está bien, ahora ya lo entendemos. Vivir en un lugar donde las bombas se apagan en público es el infierno. Lo sentimos, Kabul. Lo sentimos, Karachi. Lo sentimos, Bagdad (más de 30 personas fueron asesinadas en un día en diversas ciudades de Irak). Lo que está pasando en su casa es culpa nuestra en gran parte, y nos comprometemos a hacer todo lo posible para que la situación mejore. Si ustedes consideran que ayuda, financiaremos los esfuerzos de reconstrucción para fortalecer a la sociedad civil y para volver a poner en marcha los servicios sociales que cortan el apoyo local a las organizaciones terroristas. Hagamos lo que hagamos, sin embargo, definitivamente dejaremos de bombardearlos, de sobrevolar nuestros aviones por encima de sus cabezas, aterrorizando a su pueblo y desestabilizando a su sociedad. No porque sea malo -que ciertamente lo es-, y no porque socava nuestros propios objetivos -sin duda lo hace, convirtiendo a nuestro país en más propenso a ser atacado-, sino porque ahora, después de Boston, tenemos una idea de lo que significa.
Publicado el 22 de abril de 2013

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