Dos meses después de que los rebeldes tomaran su localidad, 3.000 mujeres y niños a los que insurgentes usaron como escudos humanos han sido rescatados esta semana por el Ejército sirio. Conozca de cerca cómo vivieron la experiencia algunas familias.
“Por fin estoy fuera de los disparos. Mi niña no para de llorar. Quiero salir, ir a otro lugar. Todos tenemos hambre. Mi niño tiene que comer”, contó Khalida al Ali a RT tras ser liberada.
Durante dos meses solo se alimentaron de aceitunas en conserva y de la esperanza de dormir sin el sonido de la guerra.
“Cuando me senté en el bus, ¡sentí tanta felicidad! No creí que pudiera llegar. En el camino, con mi hijo, no podíamos avanzar, la gente nos empujaba. A mitad de camino, dos hombres del Ejército tomaron a mi hijo. Pensé que lo llevarían a la cárcel. Pero lo trajeron hasta el autobús”, explica otra de las mujeres, Moamina Alshafi, a RT.
Tras ser rescatados de su largo cautiverio, cerca de 3.000 mujeres y niños de la localidad siria de Moahadamia viven ahora en un refugio donde reciben ayuda como asistencia sanitaria, alimentos y ropa. Sin embargo, aún son muchas las necesidades que quedan por satisfacer. Y no solo en lo material, ya que el trauma de la guerra marcó sus memorias. Por eso, los civiles liberados requieren con urgencia de apoyo psicológico, pues, aunque lejos de los combates, el sonido de las balas les acompaña.
“No tengo dinero, ni trabajo. Hemos venido aquí para encontrar una vida mejor, pero tenemos solo lo más mínimo. Tengo siete niños y mi única esperanza es que ellos tengan un trabajo, que hallen una mejor vida. Sin sangre, sin balas”, dijo Nisren Ahamad, otra liberada.
Junto a la mayoría de sus pertenencias, en Moahadamia se quedó parte de sus vidas, que a día de hoy luchan por recuperar.
“Llevo 80 años en Moahadamia. Los enfrentamientos empezaron hace seis meses y lo perdimos todo. Nuestro alimento, nuestra casa y nuestra paz. Pensábamos solo en la muerte. Pero ahora, aquí, con comida y un lugar donde dormir, me siento de nuevo como un ser humano y creo que puedo dejarles a mis nietos un mejor lugar donde vivir”, lamentó Jadiya Mohammad.
Según muchos de los refugiados, los más pequeños son quienes más preocupan. Muchos están enfermos y algunos incluso sufren desnutrición, por lo que requieren de atención médica. Los pequeños han cambiado sus juegos por la lucha por sobrevivir y por olvidar ese sonido de la muerte que durante meses ahogó la canción de la vida.
RT
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