Cinco años después de los bombardeos iniciados en abril de 2011 por la coalición encabezada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña y a un lustro del asesinato del líder de la Revolución Libia, coronel Muamar el Gaddafi, “la nueva era” prometida por Occidente no se ha cumplido y por el contrario en esa nación del norte africano solo predomina el caos, la inseguridad y la crisis socioeconómica.
En ese país rico en petróleo, decenas de milicias luchan por controlar el territorio y los recursos naturales; se convirtió en tierra de nadie, y no se observa una solución inmediata ni duradera y según varias agencias humanitarias, “todas las partes han cometido crímenes de guerra y abusos contra los civiles”.
Los años han demostrado que lo planteado en un principio por Occidente fueron ofertas engañosas para quienes no seguían al Gobierno de Muamar el Gaddafi, pues desde aquel 20 de octubre se han registrado innumerables acciones de carácter terrorista, perjudiciales para la economía y la vida de su pueblo.
Aquel tristemente 20 de agosto, el coronel fue capturado con vida, torturado y vejado hasta morir, como mostraron varios vídeos que salieron a la luz pública días después de su ejecución.
Ahora Libia es un país roto, desgajado y desangrado por la guerra que nunca acaba; está considerado como un feudo del denominado Estado Islámico en el norte de África y un lugar favorable para la proliferación de mafias, traficantes de personas, armas y drogas por la fragilidad de sus fronteras y la ausencia de una autoridad que ejerza el control.
La punta de lanza militar y de espionaje estadounidense en el continente, denominado Comando para África (Africom) calcula que en el terreno actúan aproximadamente 6 000 miembros del grupo Estado Islámico, mientras que desde sus puertos se embarcan miles de refugiados procedentes de Oriente Medio y de África subsahariana, que se juegan la vida para intentar alcanzar las costas de Europa
En la actualidad mal funcionan en el país dos parlamentos rivales y tres gobiernos (dos en Trípoli y uno en Tobruk): el último se formó tras unas conversaciones auspiciadas por Naciones Unidas en diciembre de 2015 con la intención de remplazar a los otros dos. Pero éste aún está en proceso de formación debido a que el nuevo gobierno ha sido impuesto por las potencias occidentales.
La producción de petróleo casi se ha paralizado, y las extracciones que se realizan están bajo control de compañías occidentales extranjeras o de facciones armadas; los bancos carecen de liquidez y los hospitales se están quedando sin medicinas.+
Datos ofrecidos por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) revelan que más del 70 % de la población padece hambre, vive con miedo y más de 600 000 personas han sido desplazadas debido a los conflictos.
Libia, contaba en 2011 con casi siete millones de habitantes, y sus grandes recursos naturales como los hidrocarburos, unido a una política socio-económica a favor de los ciudadanos, le permitieron que el desarrollo humano en esa nación fuera relativamente elevado.
Antes de los ataques de la coalición, la economía Libia era una de las más fuertes de África con la esperanza de vida más elevada de todo el continente.
El Producto Interno Bruto (nominal) per cápita constituía el más alto de toda África, y el segundo lugar por el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo, además del primero en Índice de Desarrollo Humano de la región.
La atención sanitaria y la educación eran gratuita lo cual elevó la calidad de vida y educacional de su población.+
Para comprender un poco el porqué de los hechos actuales, recordemos que Gaddafi llegó al poder en 1969 tras derrocar al rey Idris, con un proyecto nacionalista que afectó directamente a Estados Unidos e Inglaterra; rompió lazos con Occidente y sacó las bases militares extranjeras asentadas en el país.
A partir de ese momento fue considerado un “enemigo desagradable” de Occidente, pero cuando en 1992 abrió nuevamente los campos petrolíferos a las transnacionales, pasó a ser un “aliado molesto” para las naciones capitalistas.
En las décadas del 70 y 80 del pasado siglo el desarrollo económico y social se puso a disposición de las grandes masas desfavorecidas. Fueron construidas carreteras, hospitales y escuelas por todo el país.
A partir de 1992 Gaddafi se acerca a Europa y a Estados Unidos, entran numerosas compañías petroleras extranjeras, y en 2006 Washington decide sacarla de la lista de países terroristas, pero de todas formas, su política de altas y bajas no era segura para los intereses occidentales.
La táctica imperial consistía que con el derrocamiento de Gaddafi, Washington, Londres y Paris, controlarían esa importante nación del norte de África que junto a Egipto (aliado de Occidente desde hacía 40 años) les darían seguridad marítima plena sobre el Canal de Suez y del mar Mediterráneo, ruta fundamental para el traslado del crudo desde el mar Rojo.
Otro importante factor era el enorme potencial de agua potable que posee ese país, recurso cada vez más escasa en el orbe.
En su subsuelo existe un enorme caudal acuífero que se estima en 35 000 kilómetros cúbicos (la capacidad que tiene el río Nilo en 300 años) ubicado en la zona sur de su territorio y que el país árabe comenzó a utilizar a partir de 1984 cuando inició la construcción del llamado Río de la Vida, que lleva el líquido por enormes canales subterráneos hasta las principales ciudades del norte.
Pero lo que acabó de llenar la copa de las fuerzas de poder Occidental fue la proposición de Gaddafi de no realizar transacciones mercantiles en dólares o euros, emplear el dinar de oro en el comercio internacional y crear un único estado africano con espacio económico común.
El planteamiento fue apoyado por varias naciones africanas y árabes pero provocó una álgida respuesta por parte de Estados Unidos y la Unión Europa. El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy (había recibido millones de dólares por parte de Libia para su campaña electoral) declaró públicamente: “Libia amenaza la estabilidad financiera de la humanidad”.
Estados Unidos que no estaba dispuesto a ceder el estatus hegemónico que el dólar ha mantenido por décadas, le marcó otro punto negativo a Gaddafi.
Todos estos aspectos, unido a las ansias por controlar las fuentes del oro negro en el mundo y de yacimientos acuíferos, fueron las causas para que las potencias occidentales se lanzaran como aves de rapiña a atacar a este país soberano y tercermundista.
Hoy la debacle se regodea en la nación africana y ni los que provocaron los sangrientos hechos se atreven a augurar cuándo cesarán el caos, el desorden y las penurias para ese pueblo.
Hedelberto López Blanch
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