jueves, 9 de febrero de 2017

Trump tendrá como blancos a México, Cuba y China, además de musulmanes

La administración Trump lleva trece días pero su sentido ya quedó expuesto. Además de los discursos y los twitters del mandatario, valen los hechos. México, Cuba, China y países de mayoría musulmán son sus enemigos, comenzando por el primero.

Republican U.S. presidential candidate Donald Trump speaks during a campaign rally at the Treasure Island Hotel & Casino in Las Vegas, Nevada June 18, 2016.   REUTERS/David Becker/Files
Republican U.S. presidential candidate Donald Trump speaks during a campaign rally at the Treasure Island Hotel & Casino in Las Vegas, Nevada June 18, 2016. REUTERS/David Becker/Files
Aunque se crea que el pueblo estadounidense no tiene mucha conciencia política, el 20 y 21 de enero pasado ese cliché quedó desairado. El primer día por la poca gente que asistió al acto de investidura en Washington, inferior al de presidentes anteriores. Y el segundo, por los actos de protestas contra el que muchos ciudadanos no consideran su presidente. Tal oposición se había expresado desde que se conocieron los resultados electorales, pero recrudecieron luego de declaraciones del electo contra las mujeres, los inmigrantes, el periodismo, los musulmanes, México, etc.
No será la mayoría de la sociedad norteamericana, pero una cantidad apreciable desde el primer día “le marcó la cancha” al magnate ultraderechista. En otros países, incluso en Argentina, a veces les insume mayor tiempo a los afectados conocer a gobiernos de derecha, como ocurre con Mauricio Macri.
En el primer discurso como presidente, Trump fue bastante explícito sobre las políticas que comenzaría a implementar.
El envoltorio fue la demagogia nacionalista extrema, que en los países imperiales debe escribirse con zeta, asegurando que su objetivo es “Estados Unidos, Primero”. Además de demagogo, falsificador, porque nadie cree que esta potencia en decadencia sea un país de segundo orden. Lo que quiere el hombre de las Torres es volver a ponerla como una superpotencia que pueda dominar el mundo, algo que difícilmente podría lograr porque ese mundo ha cambiado, hay otros poderes y los problemas del viejo imperio son complejos.
La demagogia se completó con que venía a obligar al establishment de Washington a devolver el poder a los ciudadanos como si el voto de noviembre hubiera sido una revolución popular.
De todos modos, para los apologistas de ese imperio como una democracia perfecta, que obviamente no lo es, viene bien el retrato que hizo sobre la Nación que recibía: “Madres y sus hijos atrapados en la pobreza en nuestras ciudades; fábricas oxidadas repartidas como lápidas de tumbas por todo el paisaje de nuestra nación; un sistema educativo bien financiado, pero que deja a nuestros jóvenes y hermosos estudiantes privados de todo conocimiento; y la delincuencia y las pandillas y las drogas, que se han llevado demasiadas vidas”.
Esa descripción, cierta aunque unilateral y sesgada, podría tener dos formas de remedio, fuera de una revolución social por ahora imposible en USA. O se plantea una reforma democrática como la que encarnaba el progresista Bernie Sanders en las primarias demócratas. O una receta más bárbara e imperial como la que propuso Trump, que tuvo 3 millones de votos menos que Clinton pero igual ganó la presidencia gracias al obsoleto Colegio Electoral.
Limones argentinos
Aunque Argentina y en general Latinoamérica no contó mucho para la campaña de Trump -excepto sus brulotes contra México y Cuba-, vale la pena comenzar por allí.
Por estos lares algunos “pensadores” peronistas como Guillermo Moreno hicieron declaraciones de tono elogioso hacia el nuevo presidente norteamericano. Destacaron que su proteccionismo era muy parecido al que los gobiernos peronistas en Argentina. El ex secretario de Comercio perdió algunas cualidades que expuso en su enfrentamiento con el grupo Clarín, cuando la razón estaba de su parte. Ahora no es capaz de distinguir entre el proteccionismo de un imperio como el estadounidense, del proteccionismo de un país de Asia, África y América Latina. El primero, si es eficaz, no termina favoreciendo tanto a su población, aunque ésta pueda recibir algunas migajas de los beneficios, sino a sus grandes corporaciones que no son estrictamente “nacionales” sino trasnacionales. En cambio, el proteccionismo de un país en desarrollo, capitalista dependiente, como Argentina, sí sirve para proteger su mercado interno, el trabajo y la producción nacional, de la desventajosa competencia que le plantean economías más poderosas, con otras escalas, costos, beneficios y subsidios.
La respuesta a este interrogante llevó muy rápido porque una de las primeras medidas de Trump, fue suspender el ingreso de limones argentinos al mercado norteamericano, pese a que había una orden de sentido contrario de la administración Obama. Las carnes argentinas también deberán esperar para entrar a ese mercado.
El tema es sencillo. Y explica por qué la mayoría de los países latinoamericanos, menos México que es miembro del NAFTA con EE UU y Canadá, no aceptaron ser parte del ALCA en 2005. Y por qué el Mercosur tiene demorado desde 2004 la firma de un acuerdo con la Unión Europea, negociación que se retomó en 2010 y aún hoy no pudo concretarse. Europa no baja sus subsidios agrícolas y barreras proteccionistas, y a su vez pretende una liberalización amplia del mercado de servicios y finanzas de los socios del sur.
¿Lo habrá podido entender la cerrada mente de Moreno, el mismo que criticó de “ignorante” a Horacio Verbitsky?
Pinche gringo
Un lugar común es “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de EE UU”, potencia al que la banda Molotov se refiere como “pinche gringo puñetero”. Esa canción tiene que ver con los muros fronterizos, que ya existen, a las patrullas que matan tanto como el hambre y la sed de las travesías de los inmigrantes, así como las balas de los rancheros vestidos de paramilitares, sin olvidar a las bandas de traficantes de personas.
Ya en campaña Trump había agitado que levantaría un muro con México y lo haría pagar al vecino. A poco de asumir firmó una orden, mostrándola sonriente a las cámaras. Y volvió sobre el particular en declaraciones a ABC Noticias, en el primer reportaje televisivo. Como el presidente de México, Enrique Peña Nieto, criticó esa decisión y lamentó que se levanten más divisorias entre los dos países, el yanqui le levantó la cita entre ambos, prevista para el 31 de enero. Incluso ya estaba en EE UU el canciller azteca, Luis Videgaray, hombre del palo republicano al punto que había tramitado en agosto pasado, cuando fungía como ministro de Hacienda, una visita de Trump a la presidencial residencia de Los Pinos, donde lo recibió Peña Nieto.
Los dos países tienen una frontera de más de 3.100 kilómetros de largo y al menos una tercera parte ya tiene sus respectivos muros y vallas. La idea es completarlo en toda su extensión, a un costo de 8.000 millones de dólares que Trump piensa amortizar con un impuesto a los productos mexicanos e incautando parte de las remesas de mexicanos que viven en USA y mandan dinero a sus familias. Su obsesión de mega millonario es quedarse con la plata de otros, para financiar sus proyectos.
En campaña dijo querer echar a todos los inmigrantes indocumentados, que son más de 11 millones; luego habló de expulsar a 3 millones, que según él son los que habrían cometido delitos, aunque los que tienen esos problemas legales son muchos menos. La idea fija es marcar a los inmigrantes como delincuentes, como blanco de la seguridad estadounidense y los malos de la película. En Buenos Aires también hay émulos de Trump que siguen ese guión profundamente inhumano. Ellos también se merecen un tema tan crítico como el de Molotov.
Aunque estos ataques al país vecino tienen una alta cuota de xenofobia, por parte de un magnate de abuelos inmigrantes y esposas también extranjeras, ese racismo no lo es todo. Apenas explica una parte del ataque. La otra parte es económica y comercial: Washington quiere rediscutir los términos del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, con México y Canadá.
El objetivo evidente de esa renegociación es disminuir los supuestos beneficios comerciales y de inversiones de esos dos socios y agrandar los propios. ¿Quién dijo que entre bueyes no hay cornadas?
Todo lo dicho y actuado por el presidente yanqui respecto a México dan náuseas, por el maltrato actual y porque el mal vecino ya le sacó en el siglo XIX unos 2.5 millones de km2, robándole Texas, California y Nuevo México. Y lejos de devolverle la mitad de su territorio, o indemnizarlo y pedirle disculpas, lo pone hoy como blanco y causa de los problemas norteamericanos, queriéndolo demonizar con un frontón.
Tres comentarios finales sobre los muros.
Uno, que no resultó extraño que un fascista como Benjamin Netanyahu, el premier israelí, justificara lo de Trump. El tiene uno en Cisjordania levantado contra los palestinos.
Dos, llama la atención la distinta vara para medir los muros. Cuando Alemania Democrática levantó el de Berlín en 1961 para protegerse de ataques e incursiones de norteamericanos y atlantistas, los yanquis lo consideraron casi un crimen contra la humanidad. Ahora el magnate y una parte de los norteamericanos creen muy bueno emplazar uno contra México.
Tres, la oposición al divisorio por parte de Peña Nieto, Videgaray y Carlos Slim (octavo bimillonario del mundo según Forbes y Oxfam) son apenas palabras amables; México necesita una dirección mucho más nacional para resolver la gravísima ofensiva de Trump.
La historia del muro es nefasta, pero como toda cosa mala puede tener algo bueno, que planteó Evo Morales: México debe mirar menos al Norte y más al Sur. Acá están sus hermanos, dijo el aymara. Tiene razón, manito.
Emilio MarinEl Ciudadano

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