El viernes pasado un francotirador disparó y mató a Ibrahim Abu Thuraya, un joven de Gaza con las dos piernas amputadas, mientras protestaba en su silla de ruedas cerca de la frontera israelí.
El francotirador del ejército israelí no pudo apuntar a la parte inferior del cuerpo de su víctima porque Ibrahim Abu Thuraya no la tenía. El joven de 29 años, que trabajaba lavando autos y vivía en el campo de refugiados Shati de la ciudad de Gaza, perdió ambas piernas desde las caderas en un ataque aéreo israelí durante la Operación Plomo Fundido en 2008. Usaba una silla de ruedas para desplazarse. El viernes el ejército terminó el trabajo: un francotirador apuntó a la cabeza y lo mató de un disparo.
Las imágenes son horribles: Abu Thuraya en su silla de ruedas, empujado por amigos, convocando a protestas contra la declaración de los Estados Unidos que reconoce Jerusalén como la capital de Israel, Abu Thuraya en el suelo, arrastrándose hacia la cerca detrás de la cual está encerrada la Franja de Gaza, Abu Thuraya ondeando una bandera palestina, Abu Thuraya levantando los brazos con el signo de la victoria, Abu Thuraya llevado por sus amigos, desangrándose hasta la muerte, el cadáver de Abu Thuraya presentado en una camilla: el fin.
El viernes el francotirador del ejército no pudo apuntar a la parte inferior del cuerpo de su víctima, por lo que le disparó en la cabeza y lo mató.
Se puede suponer que el soldado se dio cuenta de que estaba disparando a una persona en una silla de ruedas, a menos que disparara indiscriminadamente contra la multitud de manifestantes.
Abu Thuraya no representaba ningún peligro para nadie: ¿cuánto peligro podía representar una persona doblemente amputada, en una silla de ruedas, aprisionada tras una valla? ¿Cuánta maldad e insensibilidad se necesita para disparar a una persona que va en una silla de ruedas? Abu Thuraya no fue el primero ni el último palestino con discapacidad que ha sido asesinado por soldados del ejército de Israel, los soldados más morales del mundo, o no.
El asesinato del joven discapacitado pasó casi sin mención en Israel. Fue uno de los tres manifestantes asesinados el viernes, solo otro día aburrido. Uno puede imaginar fácilmente lo que sucedería si los palestinos hubieran matado a un israelí que iba en silla de ruedas. Qué furor habría estallado, con tinta interminable derramada sobre su crueldad y barbarie. Cuántas detenciones habrían resultado, cuánta sangre habría fluido en represalia. Pero cuando los soldados se comportan de forma bárbara Israel guarda silencio y no muestra interés. Sin impacto, sin vergüenza, sin piedad. Una disculpa, una expresión de arrepentimiento o remordimiento es pura fantasía. La idea de acusar a los responsables de este asesinato criminal también es ilusoria. Abu Thuraya era un hombre muerto una vez que se atrevió a tomar parte en la protesta de su pueblo y su asesinato no interesa a nadie, porque era palestino.
La Franja de Gaza ha estado cerrada a periodistas israelíes durante 11 años, por lo que uno solo puede imaginar la vida del lavador de autos de Shati antes de su muerte, cómo se recuperó de sus heridas en ausencia de servicios de rehabilitación decentes en la Franja sitiada, donde no hay posibilidad de obtener prótesis de piernas; cómo rodaba en una vieja silla de ruedas, no eléctrica, en los callejones arenosos de su campamento; cómo continuó lavando automóviles a pesar de su discapacidad, ya que no hay otras opciones en Shati, incluso para personas con discapacidades. Y cómo continuó luchando con sus amigos, a pesar de su discapacidad.
Ningún israelí podría imaginar la vida en esa jaula, la más grande del mundo, que se llama la Franja de Gaza. Es parte de un experimento masivo sin fin sobre seres humanos.
Uno debería ver a los desesperados jóvenes que se acercaron a la valla en la manifestación del viernes, armados con piedras que no podían llegar a ninguna parte, arrojándolas a través de las grietas en los barrotes detrás de los cuales están atrapados.
Estos jóvenes no tienen esperanza en sus vidas, incluso cuando tienen dos piernas para caminar. Abu Thuraya tenía aún menos esperanza.
Hay algo patético pero digno en la foto de él levantando la bandera palestina, dado su doble confinamiento, en su silla de ruedas y en su país sitiado.
La historia de Abu Thuraya es un reflejo preciso de las circunstancias de su pueblo. Poco después de las fotos su atormentada vida llegó a su fin. Cuando la gente grita todas las semanas: “Netanyahu a Maasiyahu [prisión]” alguien finalmente debería también comenzar a hablar sobre La Haya.
(Tomado de Rebelión)
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