Por muy democrático que pretenda mostrarse el nuevo gobierno, si sigue con las recetas neoliberales que han llevado a Túnez al desastre, la situación se perpetuará.
Wilhelm Liebknecht
La lucha de clases se recrudece en Túnez
Ya es oficial. El mar Mediterráneo se encuentra en pie de guerra ante sus opresores, y su combatividad está derrocando todas las fronteras, regímenes y muros que años atrás se creían inquebrantables. No se trata de una guerra preventiva ni de una guerra justa, como gustan llamar los grandes capitalistas a sus sangrientos conflictos provocados por sus intereses económicos. Se trata de otro tipo de contienda, con otro tipo de protagonistas, otra óptica de clase. Es la conflagración de los trabajadores contra las clases dominantes, en su lucha por unas condiciones de vida dignas. En estos mismos momentos, la prueba palpable es el estado de emergencia que se ha declarado en Túnez.
Tras la inmolación de Mohammed Bouazizi ante un edicio gubernamental en la ciudad de Sidi Bouzid, en protesta por la situación límite a la que había llegado tras no poder conseguir trabajo y habérsele confiscado las verduras que vendía de forma ilegal, la bomba social explotó en Túnez. De nada sirvió que Ben Alí, dictador vitalicio del país, avisara de que no se presentaría a las próximas elecciones y visitara al joven en el hospital días antes de morir debido a sus quemaduras. La subida del precio de los alimentos básicos, unido a un paro alrededor del 15% con especial repercusión en la juventud, supuso el inicio de unos disturbios sin precedentes en el territorio.
Túnez había sido todos estos años un país clásicamente sumiso a los intereses occidentales, que habían construido en el país un oasis turístico artificial con playas paradisíacas, detrás de los muros de las cuales se encontraba una población oprimida bajo un yugo dictatorial, con un alto porcentaje de desempleo, inflación y corrupción política. La comparsa democrática apoyada por Europa y Estados Unidos consistía en un partido de oposición legalizado, pero controlado por el ejecutivo de Ben Alí. Contrariamente a lo sucedido en Irán, en este caso las protestas populares no han gozado del apoyo abierto de la comunidad internacional, y su única respuesta está siendo el silencio absoluto, pese a haber honrosas excepciones como Gran Bretaña, que se ha unido a las críticas de Gaddafi por la excesivaviolencia de los insurrectos.
El suicidio de Bouazizi ha sido el detonante final de protestas nunca antes vividas, que se han expandido rápidamente tanto en el propio país, como en algunos territorios de la región como Algeria o Líbia en forma de disturbios. La naturaleza de clase de las movilizaciones es innegable, especialmente en Túnez, donde una generación de jóvenes proletarizados viviendo en condiciones precarias ha liderado una revuelta de masas, con la principal demanda del precio justo de los alimentos y el fin de la dictadura. Las expropiaciones de alimentos a los supermercados y las grandes superfícies han sido constantes, hecho bastante comprensible debido a la situación crítica del momento, pese a que la prensa mundial no ha dudado en acusar de saqueadores y ladrones a los protestantes. En estos momentos, la clase trabajadora de Túnez está tomando conciencia de su propio poder, tanto mediante las expropiaciones como mediante los comités de defensa de los barrios que han creado para defenderse de los episodios violentos llevados a cabo por las fuerzas aún favorables al régimen de Ben Alí.
Sin embargo, no se puede realizar un análisis de clase centrándonos únicamente en los acontecimientos sin tener en cuenta su repercusión real, ni olvidándonos de tener un carácter crítico en nuestro estudio. Los estudiantes y desempleados han integrado la mayor parte de las manifestaciones, disturbios y bloqueos, y han contribuido así a recrudecer la lucha de clases, pero sus protestas únicamente pueden llegar a unas consecuencias reales con el apoyo de la gran mayoría de trabajadores. La huelga de masas es el instrumento que debe usar la clase trabajadora, tanto la de Túnez como la del resto del mundo, y es un medio por el cual el interés común de los trabajadores proletarizados puede transformarse en una adquisición del poder mediante la expropiación de los medios para producir riqueza, es la única forma de lograr una ruptura real con las clases opresoras, y de garantizar los alimentos y necesidades básicas a la población. La dirección y la magnitud de la insurrección probablemente será determinada por el grado en que se extienda la huelga a través de la economía. Por el momento, no se trata de una revolución social en la que los trabajadores se han impuesto a las clases opresoras, a la burguesía local, si no que solamente es una revuelta en el más puro sentido político, con un gobierno de clase reemplazando otro, pues el yugo del capital sigue vigente y la balanza de poder entre clases sigue descompensada, más aún cuando el propio partido de Ben Alí, el Reagrupamiento Constitucional Democrático, se encuentra en estos momentos negociando con una oposición meramente formal una operación de estética a su régimen para hacer olvidar al mundo lo sucedido en estos últimos días, todo ello adornado con una capital militarizada y tomada por los agentes de la autoridad, que reprimen diariamente los atisbos revolucionarios mediante gases lacrimógenos y cargas indiscriminadas.
Los trabajadores deben interiorizar las experiencias de lo todo sucedido en las últimas semanas, y llegar a conceptualizar hasta qué nivel puede proyectarse el poder del pueblo trabajador si éste lucha unido. Las cuestiones fundamentales que supusieron la insurrección más importante de la historia de Túnez, como son el desempleo o los precios altos de los alimentos no pueden ser solventados mágicamente por un decreto de un gobierno restaurado, por muy democrático que pretenda mostrarse, y menos con la política económica neoliberal que ha llevado al país al desastre. Esta situación crítica se mantendrá, y la revolución social se tornará inevitable, tanto en Túnez, como en el resto del mundo. La dictadura ha caído. La lucha sigue.
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