No se nace odiando, se aprende: Efraín Rodríguez. Homofobia es hija de la misoginia. Capitalismo reprime toda sexualidad no reproductiva
Zapateando
No se nace odiando, se aprende: Efraín Rodríguez
Homofobia es hija de la misoginia
Estrategia normalizadora del sistema sexo- género
Capitalismo reprime toda sexualidad no reproductiva
Javier Hernández Alpízar.– Crímenes de odio por homofobia, los otros asesinatos de Ciudad Juárez, escrito por Efraín Rodríguez Ortiz, investigador radicado en aquella ciudad fronteriza y con una maestría en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, es el libro que presentaron, además del autor, Miguel Ángel de Alba Cristales y Silvia Susana Jiménez Galicia.
El libro Crímenes de odio por homofobia, los otros asesinatos de Ciudad Juárez es producto de una investigación realizada entre 2000 y 2007, y demuestra que los crímenes por homofobia han sido silenciados e invisibilizados por las autoridades de Juárez, los familiares de las víctimas y los medios de comunicación.
Al comentar el libro, expresó Miguel Ángel de Alba Cristales que tanto los crímenes homofóbicos como los misóginos tienen un sentido sacrificial se trata de hacer expiar a la víctima su “culpa” por el uso libertario que hacen de su cuerpo. Y recordó algunos de los crímenes de odio que se han cometido contra los luchadores por los derechos de los homosexuales.
Con las palabras que suelen usarse contra los gays se marca, se castiga, se etiqueta y agrede, y forman la base socialmente aceptada de la que aprendemos, de manera velada, la homofobia. Narró el caso de un padre que castigó a su hijo poniéndole ropa de mujer y obligándolo a caminar por su pueblo mientras se burlaba, sumando homofobia y misoginia.
Por su parte, Silvia Susana Jiménez Galicia comentó que si bien en los años noventa nos enteramos de la violencia misógina que los medios estereotiparon con el equívoco “muertas de Juárez”, faltaba que supiéramos de esta otra violencia que se vive a diario en Ciudad Juárez contra los homosexuales, con especificidades que la hacen distinta de los feminicidios y de los homicidios perpetrados en la ola de violencia relacionada con el crimen organizado, que creció a partir de 2007.
Hay una crueldad especial en los crímenes de odio, suelen usarse armas blancas, en un crimen, un cuerpo tenía 300 puñaladas, y casi no se usan armas de fuego, pero cuando se usan es a quemarropa, porque la intención no es sólo matar, sino hacerlo con el mayor daño físico y crueldad posibles.
Había sido una violencia invisible, al lado de las otras violencias, por el temor mismo de los familiares a denunciarlo, para que no se sepa la orientación sexual de su pariente.
Hay en ella un odio irracional hacia quienes se atreven a mostrar su orientación sexual. Y en ese sentido, Juárez es apenas un botón de muestra de lo que ocurre en el país. De hecho el autor señala que los crímenes de odio, cualitativamente, son iguales en cualquier parte.
Es un problema que a fuerza de ser escondido sigue creciendo en la oscuridad sin que el Estado haga nada por combatirlo.
El libro es un documento que nos libera, porque muestra que no bastan las leyes si no tenemos claro que el problema no es la homosexualidad, sino la homofobia.
El autor, Efraín Rodríguez Ortiz, expresó que la homofobia es hija de la misoginia y ambas son hijas de un sistema hetero centrado, el sistema sexo- género.
Tenemos que reconocer que la sexualidad es absolutamente diversa y que la homofobia es la estrategia para normalizar a las personas.
Desde 1971 se definió la homofobia como la dificultad para estar cerca de una persona homosexual. Pero la homofobia no solamente afecta a los homosexuales sino a toda la sociedad, y no está ausente en los homosexuales.
Lo que pasa es que todos somos homófobos en distinta medida. Y lo mejor ante ello es reconocer que la sexualidad es diversa: No hay una homosexualidad sino muchas, asimismo no hay una sola masculinidad o feminidad. Ningún hombre representa la masculinidad al 100% y ninguna mujer la feminidad al 100%.
Es a los ojos de la persona homófoba que un hombre es “afeminado” o una mujer “masculina”.
Muchos hombres han tenido alguna vez relaciones homosexuales sin ser homosexuales.
Hay cientos de formas de ser homo, bi o heterosexual. Es la complejidad que no permite e intenta normar el sistema sexo- género.
Uno de sus instrumentos de normalización es la homofobia. Además, el odio se aprende. Nadie nace odiando. Es aprendida la homofobia como es aprendida la misoginia o el antisemitismo. La reproducen no solamente la iglesia católica y otras iglesias sino los grupos políticos, la escuela, la familia. En México, como decía un poeta, hay para ser homosexual hay que ser muy hombre.
La homofobia comienza en el chiste, el personaje de burla de la televisión. Ahí se empieza a sembrar la semilla del odio. La gente aprende a ser homofóbica.
A esto hay que sumarle los conflictos de la gente con sus propios deseos. Al respecto, el autor explicó que somos seres sexuados las 24 horas del día, y eso no quiere decir que todos los deseos terminen en la cama.
Pero los deseos están muy normados, por una permanente estrategia de normalización del sistema sexo- género. Así que el hecho de que todos tenemos deseos homosexuales no significa que todos somos gays de clóset, tampoco el que todos tengamos en mayor o menor grado homofobia significa que todos seamos potenciales criminales de odio homófobo.
Hay una parte del sistema social y económico que favorece este odio, pues así como el esclavista, el señor feudal o el capitalista mata al toro que no quiere montar a la vaca sino a un novillo, así hace con el homosexual; porque se niega a generar hijas e hijos, que tienen una finalidad económica, porque son mano de obra y son fieles para las iglesias.
Además, mediante la represión de la sexualidad no reproductiva la persona está todo el tiempo culpabilizándose y no viendo críticamente a quienes les gobiernan.
Por ello, los crímenes homófobos, como todos los crímenes de odio, por ejemplo los misóginos y los antisemitas, buscan no sólo acabar con la vida del otros, sino acabar simbólicamente con todo lo que significa el otro. Muchos son en secreto, por ejemplo, en la casa de la víctima, y tratan de destruir también lo que los represente, como sus fotos y ropas.
Entonces, si es aprendido, también se puede no aprender a odiar, lo cual buscan organizaciones como Padres y Madres por la Diversidad.
Cine debate: Padres por partida doble (2 volte genitori, dirigida por Claudio Cipelleti) es el título de la película que proyectarán este viernes 1 de julio a las 19:00 horas en el auditorio de Radio Universidad Veracruzana, sito en Clavijero 24, Centro.
El tema es padres y madres hablando a sus hijos e hijas gays y lesbianas. Estará presente para un debate posterior a la película el presidente de la Asociación Internacional de Padres por la Diversidad Sexual, Albert Arcarons.
Entrada libre. Invitan las organizaciones Salud y Género AC y Ruta Equidad, Colectivo de Estudios Sociales y Humanitarios, AC.
Cuando el odio mata
Silvia Susana Jiménez Galicia
Todavía no hace muchos años, hablar de Ciudad Juárez era hablar de una tierra de oportunidades, en donde las maquiladoras ofrecerían empleos a granel y el dinamismo económico que aquello provocaría se reflejaría, necesariamente, en una mejor calidad de vida para los y las habitantes de esas tierras fronterizas.
Muy pronto vino la desilusión. Y en los años noventa escuchamos, con terror, la nueva realidad que escondía aquella urbe tan lejana. Las llamadas “muertas de Juárez” nos despertaban a un México donde se asomaba la violencia. Un término, por cierto, que se quedaba corto, porque muertas puede haber en todas partes, lo grave era la forma en que morían aquellas mujeres: asesinadas y con una indignante impunidad hacia sus agresores.
En los años recientes ya no sólo son mujeres las víctimas de homicidios en Juárez. La delincuencia organizada no distinguía géneros, edades ni condición social. Hace apenas unos días –el pasado 15 de junio- la agencia Notimex daba cuenta que se había rebasado la cifra de mil asesinatos en la urbe fronteriza, tan sólo en lo que va del año.
Juárez, entonces, se ha convertido en referente emblemático cuando se habla de feminicidios y de crímenes de la delincuencia organizada. Tan es así que son numerosos los documentales y largometrajes que intentan explicar la ola de feminicidios, y que hace apenas unos días la ciudad fue el destino final de una caravana organizada por el poeta Javier Sicilia para exigir que cese la violencia en nuestro país.
En ese contexto, se pierde la dimensión de otro drama que se vive a diario en Ciudad Juárez y que tiene que ver con otro sector de la población que sufre en carne propia otro tipo de violencia, que si bien el origen pudiera compartir ciertas semejanzas con los feminicidios, no tiene nada que ver con la violencia del crimen organizado. Hace algunas semanas yo le preguntaba al autor si los homicidios perpetrados contra varones homosexuales no serían parte de la ola de violencia generalizada en aquella ciudad y me dio dos datos muy puntuales. El primero, que la investigación que él llevó a cabo abarcó del 2000 al 2007, y es justo en el 2007, tras la llegada del nuevo gobierno federal y del cambio de estrategia en el combate al crimen organizado, cuando se dispararon los homicidios. En segundo lugar están las características de los crímenes de odio por homofobia que las más de las veces son cometidos con arma blanca por golpes o por asfixia. Rara vez se utilizan armas de fuego; y cuando eso ocurre los tiros son a quemarropa, lo que refleja no solamente la intención de matar a la víctima, sino de ensañarse con una crueldad que rebasa todos los límites. Me decía, por ejemplo, que se han encontrado cuerpos con hasta 300 puñaladas, la gran mayoría de ellas cuando la víctima ya estaba muerta.
¿Qué es -me pregunto- lo que lleva a matar a alguien de una manera tan cruel, con tanto odio, con tanta desesperación?
Efraín Rodríguez intenta responder esta pregunta a lo largo de su investigación que representa, sin duda, un valioso referente para entender la homofobia.
Y es que más allá de los datos duros –que los hay- y de las circunstancias inmediatas que llevan a perpetrar semejantes crímenes, el autor intenta llegar al fondo de las cosas y nos lleva a reflexionar en torno a la construcción social de la homofobia y a revisar los actores que de una u otra manera la van construyendo y perpetrando.
Y mientras leía las páginas de su libro me acordaba, por ejemplo, del gobernador de Jalisco cuando afirmaba que no se podía quitar el asquito al pensar en las personas homosexuales; o la pregunta que hacía el cardenal Sandoval Íñiguez a los reporteros que le preguntaban sobre la adopción por parte de parejas homosexuales y él reviraba cuestionándolos si les gustaría que los adoptara una pareja de maricones o de lesbianas. O, más recientemente –apenas la semana pasada- lo que un diputado panista de Querétaro afirmó en el sentido de que “la sociedad queretana no está preparada para tener un candidato de la diversidad sexual, pues esta condición atenta contra la naturaleza humana”.
Con su texto, Efraín Rodríguez pone el dedo en la llaga y hace visible lo invisible; pone en la agenda pública la discusión de un tema que, a diferencia de los feminicidios y de los crímenes de la delincuencia organizada, la sociedad no ha querido abordar. Y es que, afirma, muchas veces ni las mismas familias denuncian los homicidios por el temor de que salga a la luz la orientación sexual de su pariente y, desde luego, por el manejo amarillista y alejado de todo profesionalismo que suelen hacer los medios de comunicación ante este tipo de noticias.
Para contextualizar su trabajo, el autor nos presenta visiones de muy reconocidos investigadores, como Marina Castañeda, Patricia Ponce, Guillermo Núñez o Xavier Lizarraga. Y con opiniones tomadas de aquí y de allá va urdiendo un tejido que nos permite entender de manera muy clara la irracionalidad de la homofobia pero, al mismo tiempo, el enorme peso que tiene no solamente en quienes se declaran heterosexuales, sino en quienes intuyen que no lo son pero se niegan a reconocerlo ante el terror del castigo social que les espera una vez que quede al descubierto su orientación sexual. Y viven con un enorme odio hacia sí mismos y hacia quienes sí se atreven a hacer pública su orientación.
Asimismo, habla con familiares de las víctimas, con militantes y activistas por los derechos humanos, con reporteros de la fuente policiaca y hasta con hombres sentenciados por homicidio. Los testimonios son más que elocuentes.
Un trabajador social que trabaja en prevención de infecciones y adicciones comentó, en relación con los agresores: “Y todos niegan que hayan tenido relaciones sexuales (con la víctima) o muchos lo niegan, ¿verdad?, pero a mí me da la impresión que sí las tuvieron y las disfrutaron mucho, y ese placer les desencadenó el ataque homofóbico”.
Me vino a la mente la imagen de una película mexicana “El lugar sin límites”, inspirada en la novela del mismo nombre, de José Donoso. En la obra, Pancho se siente atraído por la Manuela, personaje travesti que trabaja en el bar del pueblo y, en un momento de debilidad, Pancho besa en la boca sin percatarse que su amigo los había visto. Al sentirse descubierto, emprende todo su odio contra la Manuela. Rodríguez Ortiz reproduce un fragmento de la novela de José Donoso: “… buscando quién es el culpable, castigándolo, castigándola, castigándose deleitándose hasta el fondo de la confusión dolorosa, el cuerpo endeble de la Manuela ya no resiste, se quiebra bajo el peso, ya no puede ni aullar de dolor, hasta que ya no queda nada y la Manuela apenas ve, apenas oye, apenas siente, y Pancho y su amigo se escabullen a través de la mora y queda ella sola junto al río…”
La explicación de Efraín Rodríguez es clarísima: “Cuando se inicia la agresión –afirma- todo lo vivido por el victimario en forma de miedo, frustración, odio hacia su propio deseo homosexual y emociones que se le agolpan, se descargan violentamente en el cuerpo de la víctima, que es despedazada literalmente en un intento por hacer desaparecer simbólicamente de sí mismo todo cuanto aborrece”.
Y entiendo, entonces, por qué las 300 puñaladas. El propósito del agresor es terminar con la vida de la víctima, sí, pero eso no es lo más importante. El propósito del agresor es matar de una vez y para siempre su propio deseo no permitido, aborrecido. Y entonces descarga cinco, diez o quince puñaladas para matar a la víctima, y otras 290 para matar su deseo. Pero ni 300 ni 500 ni mil puñaladas lograrán matar ese deseo y entonces la violencia se seguirá perpetuando.
Casi al final de su libro, el autor retoma el caso de los feminicidios en Juárez y lamenta toda la sangre que ha corrido para despertar una tímida conciencia de la gravedad del fenómeno. ¿Los asesinatos de odio por homofobia también deben pagar un alto costo en sangre para que puedan ser visibilizados?, se pregunta.
El asunto, y lo sabemos, es que Juárez es apenas un botón de muestra de lo que pasa en todo el país. No hace mucho supimos por los medios de comunicación de la muerte de Quetzalcóatl Leija Herrera, dirigente y activista homosexual ultimado en el estado de Guerrero; apenas tres o cuatro días después de que apareciera el cuerpo de Bárbara Lezama, mujer transexual asesinada por asfixia con el cable de una lámpara en el estado de Puebla.
El libro de Efraín Rodríguez Ortiz aparece en un momento muy oportuno. Documenta de manera clara y evidente uno de los mayores males de nuestra sociedad: el crimen de odio por homofobia. Un problema que a fuerza de ser silenciado, de ser escondido y de ser invisibilizado por parte de familiares, autoridades y medios de comunicación, sigue creciendo en la oscuridad sin que el Estado mexicano haga nada para combatirlo; alentado por la propia homofobia de líderes religiosos y funcionarios públicos que creen que resulta muy gracioso hacer mofa de las orientaciones sexuales diversas y que callan cuando se comete un crimen por odio.
El libro, decía, aparece en un momento muy oportuno, justo cuando la Organización de las Naciones Unidas ha emitido una declaración que condena cualquier tipo de discriminación o violencia por motivos de orientación sexual e identidad de género, y ha pedido a los países miembros que actúen para poner fin a estos abusos. Cabe subrayar, por cierto, que México fue uno de los estados que la firmó.
Para finalizar, quisiera decir que este es un libro que documenta hechos pero, sobre todo, es un documento que de hecho nos libera. Es, además, un paso muy importante y marca el sendero que, como país, deberemos seguir para erradicar los crímenes de odio. Y es que no basta con firmar acuerdos internacionales ni con impulsar leyes que protejan los derechos humanos si, como sociedad, no tenemos claro que es importante erradicar el sistema heterosexista que condena toda orientación sexual que no se ajuste a los esquemas establecidos; y que el problema no es la homosexualidad, sino la homofobia y todos los mecanismos que la reproducen. Gracias, Efraín, por documentarlo y por poner en la mesa este tema que, por desgracia, sigue cobrando numerosas vidas humanas. Muchas gracias.
Xalapa, 29 de junio 2011
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