A la larga lista de ‘resentidos’ como Gandhi, Sandino, Luther King, Allende, Mandela, anotémonos todos, pues la Historia nos lo demanda, tal cual Chile impetra una nueva Constitución Política y Asamblea Constituyente
NUESTRA DEPENDENCIA ECONÓMICA se incrementó severamente a mediados del siglo XIX, cuando la dupla Montt-Varas (Manuel y Antonio) hizo esfuerzos totalitarios para meter al país en el saco del viejo mercantilismo que el propio Adam Smith rechazaba, pero que, a contrario sensu, era alentado por la poderosa Inglaterra colonialista.
Bien sabemos cuánto influyó esa isla en nuestro mal habido crecimiento y desarrollo, ya que no basta mirar el viejo casco histórico de Valparaíso para constatar en sus construcciones la presencia británico sino, Dios perdone a algunos de nuestros antiguos gobernantes, la oración de dependencia puede completarse conociendo las verdaderas razones que desencadenaron la Guerra del Pacífico, y la instalación de un ‘estado dentro del estado’ cuando el inglés John North obtuvo el apoyo de gobiernos chilenos para apoderarse del salitre y de gran parte del norte grande, así como se le permitió intervenir en la política interna, lo que a la postre concluyó en la guerra civil de 1891, en el suicidio del presidente José Manuel Balmaceda y en la instalación de gobiernos conservadores que sólo trajeron hambrunas, desolación y miseria.
Uno de esos gobiernos, el de Pedro Montt, fue responsable de la mayor masacre de obreros que registra nuestra Historia: el asesinato, en 1907, a sangre fría –por parte de un regimiento movilizado desde Coquimbo bajo el mando del general Silva Renard- de tres mil trabajadores salitreros, incluyendo mujeres y niños, reunidos en la escuela Santa María, en Iquique.
Algunos de aquellos gobiernos conservadores fueron tan mínimos e indignos que llegaron a ser dependientes no ya de una nación extranjera, sino de un solo empresario, John North. Esos tristes episodios constituyen tal vez nuestras mayores vergüenzas como nación ‘soberana’, equiparada décadas más tarde por el genocidio llevado a cabo por militares desquiciados cuyos verdaderos jefes se encontraban protegidos y a buen recaudo bajo los pendones partidistas de una derecha enloquecida. No crea usted, amigo lector, que tales ‘patroncitos’ se mandaban solos… eran a su vez simples cipayos de empresarios y políticos norteamericanos comandados por dos asesinos cuyos nombres provocan rechazo incluso en su propio país: Richard Nixon y Henry Kissinger.
El grado de dependencia de nuestra élite empresarial y política alcanza niveles insospechados, ya que la carencia de libertad en sus decisiones no puede ser negada, pues bien saben los derechistas que sin el apoyo norteamericano sus tiendas partidistas se ahogarían en la inanición política, tanto como igualmente sucedería con esas instituciones que les sirven de empleados ante las emergencias socioeconómicas: las fuerzas armadas. Todos ellos tienen perfecta claridad respecto de ser simples ‘suches’ del imperio del norte, el que en reiteradas ocasiones ha demostrado el poder de su mando con aquello de “lo que Washington da, Washington quita”. Augusto Pinochet sufrió tal verdad en carne propia, viviendo el abandono –y repudio- al que fue sometido por las fuerzas del Pentágono y la Casa Blanca en 1988, pero sus nostálgicos vástagos se niegan a aquilatar el aprendizaje optando por continuar sirviendo de alfombra a la bota norteamericana.
Hay experiencias que no dejan huella, y al parecer la anterior es una de esas cuya impronta resulta débil pues se difumina al primer soplo, ya que algunos antiguos ‘progresistas’ y socialistas decidieron bajar la cerviz ante el aroma del capital uniéndose a los vástagos mencionados para servirles en calidad de mayordomos. Nadie puede servir a dos amos; el capital o el pueblo. Se debe elegir. Quienes no lo hicieron, hoy pagan costos traducidos en aislamiento y rechazo. Optaron por depender de quienes ya eran dependientes, pues inclinarse ante la derecha política y económica importa doblar el tronco y besar la tierra frente al imperio norteamericano que siempre confía en contar con débiles mentales en países tercermundistas, los que le facilitan conquistar y depredar el territorio sin necesidad de disparar una piedra.
En un rápido ejercicio de recorrido histórico se puede asegurar que nuestro país siempre ha sido, en una u otra medida, dependiente de fuerzas extranjeras. Lo fue del Imperio Inca hasta el año 1535 cuando Diego de Almagro se aventuró cruzando cordillera y desierto. Luego se produjo el dominio monárquico español que se prolongó hasta comienzos del siglo XIX, específicamente hasta 1818, fecha en la que otro imperio, el inglés, sentó sus reales en este territorio, abandonándolo sólo al momento del nacimiento bestial de una nueva gran fuerza alzada también en el hemisferio norte y cuya capital es Washington D.C.
En cada una de esas etapas, el ‘establishment’ hubo de enfrentar cierta oposición… a veces poderosa y a veces tenue. El imperio hispánico de Fernando VII encontró una férrea resistencia en todas sus colonias americanas y tildó de “traidores y criminales” a quienes llegarían a ser héroes de los respectivos procesos de independencia, como Bolívar, San Martín, Artigas, O’Higgins, etc.
Hoy sucede algo similar. Para las élites dominantes (numéricamente minoritarias), quienes luchan por liberar a sus países del yugo globalizador manejado por el empresariado transnacional y el Fondo Monetario son simplemente “terroristas” o “resentidos sociales”, y contra ellos dictan leyes draconianas a objeto de sofocar cualquier acto o pensamiento disidente del interés económico de los dueños de la férula, ya que esforzarse en exigir justicia social constituye un “pecado de lesa humanidad” a ojos de esos predadores.
Extrañamente, quienes tuvieron la magnífica oportunidad de transformarse en héroes luego de haber sido ‘disidentes’ o ‘resentidos’, fueron convencidos por el aroma del dinero patronal y traicionaron no solamente a quienes los eligieron sino también a sus propias convicciones. Esos tránsfugas son quienes, hoy día, cual auténticos predadores del territorio que les vio nacer, se esmeran en poner atajo a las demandas populares calificándolas de ‘ridículas’ e ‘imposibles’, vistiéndose con el ropaje que el fundamentalismo neoliberal les ha alquilado, y profieren mofas contra las mayorías ciudadanas que desean estructurar andamiajes políticos y económicos más acordes con la justicia social.
A la larga lista de ‘resentidos’ como Gandhi, Sandino, Luther King, Allende, Mandela, anotémonos todos, pues la Historia nos lo demanda, así como Chile y su gente impetran un cambio profundo asentado en una nueva Constitución Política y una Asamblea Constituyente que recupere de una buena vez el verdadero sistema democrático institucional, sacudiéndonos de aquellos pelmazos que han creído poder estar por sobre el pueblo y su soberanía. Más temprano que tarde, esos escasos predadores (incluidos los traicioneros que abandonaron las trincheras populares por interés económico particular) serán aventados del Poder Legislativo por los millones de libertarios que se niegan a seguir siendo colonia de imperios, bancos o petimetres 'pelajeanos', como fueron calificados por Diego Portales quien, pese a haber sido amante del totalitarismo, fue también el primer chileno que alertó al país respecto de las intenciones expansionistas e imperialistas de los Estados Unidos de Norteamérica.
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