por Reverendo José M. Tirado
Fascismo es una palabra real y tiene un significado real. El fenómeno que la palabra describe se manifiesta de forma similar, sin que importe dónde surja y qué formas particulares adopte.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hay un fantasma que recorre Europa.
Y va haciéndose visible de forma sigilosa en España, Albania, Rusia, Polonia, Francia, Inglaterra y de forma más inmediata en Grecia. Medra entre las sombras; en los lugares más oscuros de nuestro interior, en el temor y la inseguridad, para después deslizarse por la superficie, ofreciendo una luminiscencia inevitablemente cruel. No obstante, se mueve lentamente, confiando en el poder de su absoluta insidia. Hace tratos: acepta nuestras condiciones, declara que juntos podemos salir adelante. Que podemos triunfar sobre la oscuridad que nos rodea y crear un nuevo mañana. Que podemos superar las dudas y sustituirlas con certezas. Que podemos borrar la debilidad y hacernos fuertes, eso dice. Que podemos sustituir la ansiedad y confiar de nuevo. Únanse a nosotros, suplica, y podremos ayudarles a que se sientan fuertes de nuevo, y así, juntos y unidos en una nueva familia, restableceremos el Bien.
Para nosotros, para “nuestro” pueblo.
Hemos escuchado ya esas promesas. Echan mano de la atracción barata de la pureza cultural y el orgullo nacionalista, de la ideología racial, del concepto religioso de los elegidos y, de alguna manera, cuando sobrevienen las lluvias de la incertidumbre social y económica, todos los demás, cualquiera que se encuentre fuera de ese selecto grupo, se convierten en sospechosos. O en algo peor.
Tomemos Grecia, por ejemplo. Según un video sobre Grecia presentado por Human Rights Watch, “estamos viendo cómo se ataca a los emigrantes y a los solicitantes de asilo con aterradora regularidad” [1]. Su descripción de Grecia es inquietante: “La violencia xenófoba ha alcanzado proporciones alarmantes con bandas atacando regularmente a los emigrantes y solicitantes de asilo. Casi nunca se llevan a cabo arrestos y la norma es la inacción policial. El acceso a los procedimientos de asilo es difícil y la proporción de reconocimiento del estatus de refugiados sigue siendo una de los más bajas de Europa…” [2]. La violencia racista está creciendo, las mujeres están convirtiéndose ahora en las víctimas y hay denuncias de tortura bajo custodia policial; la negación temporal de los derechos humanos, las amenazas y la intimidación van en aumento.
El Instituto Athena, que vigila la violencia de los extremistas desde sus oficinas en Hungría, declara: “Las diferencias entre los tipos de víctimas hacen de Grecia el país más conflictivo de Europa, con la tercera cifra más alta en el número de víctimas y la segunda más alta en la ratio víctima/muerte: hasta 2010, más de la mitad de las víctimas de los incidentes más graves murió en ese país, incluso antes de que la actual crisis alcanzara un momento álgido” [3]. Y las cosas van a peor.
Amanecer Dorado pueden parecer los únicos nacionalistas camisas-negras demasiado entusiastas que se ponen nerviosos con mucha facilidad, pero deberíamos estar atentos y no prescindir de las lecciones del pasado creyendo que hemos llegado a un estadio de la historia donde esas lecciones han quedado superados y es suficiente con tener buenas intenciones.
Bien, no es suficiente. Para la mayoría de la gente, la palabra “fascismo” es simplemente un epíteto enojado que lanzamos contra alguna persona o idea que uno encuentra moralmente repugnante o que ha superado ciertos límites. Se lanzó sin ironía por quienes mantenían sentimientos fascistas bona fide en el colectivo Obama, como si fueran unos liberales blandos ante las inanidades de las políticas de la era Bush cuyos paralelismos se niegan a ver en su sucesor. En tal entorno, se ha convertido en un término casi sin sentido, casi siempre utilizado de forma incorrecta.
Pero tenemos la historia. Fascismo es una palabra real y tiene un significado real. El fenómeno que la palabra describe se manifiesta de forma similar, sin que importe dónde surja y qué formas particulares adopte.
Se alimenta de las inseguridades en torno a la disminución de los “valores tradicionales” (que siempre parecen incluir el hecho de impedir que las mujeres controlen su propio cuerpo) y alrededor de los temores masculinos de ser desplazados por las mujeres que hacen valer sus derechos o trabajan fuera del hogar.
Engrandece asimismo lo masculino de otras formas, pero lo retuerce en posturas de hiper-macho, persiguiendo homosexuales y a aquellos que perciben como afeminados con el ridículo, el ostracismo social y, finalmente, la violencia.
Corroe el espíritu de la solidaridad humana, transformándolo en un tribalismo étnico o cultural en el sentido más peyorativo de esa palabra.
Es frecuentemente apoyado por las autoridades religiosas, cualquiera que sea su fe.
Engrandece lo militar y adopta para su causa uniformes, símbolos y lenguajes marciales.
Se apodera de las quejas de las clases trabajadoras y expropia su lenguaje, ocultando las verdaderas causas de su miseria y, en cambio, centra su atención en otra parte, culpando de las situaciones a los elementos más vulnerables de la sociedad: además de las mujeres y los homosexuales indicados antes, a los inmigrantes y minorías en primer lugar, para pasar pronto a culpar a los sindicatos y a otros activistas de la izquierda que se esfuerzan en resistir.
Está vinculado con la clase capitalista y con los financieros de la industria, o recibe su apoyo.
Se adhiere de forma antitética, enfrentando el “nosotros” contra el “ellos”, con la categoría de “ellos” creciendo cada vez más y ampliando el alcance de los remedios para proteger-“nos” de “ellos” hasta incluir la expulsión y el asesinato.
Absorbe la vida de las comunidades, enfrentando a los recién llegados contra las resentidas fuerzas del cómodo statu quo.
Roba a los jóvenes impresionables el entusiasmo por la vida, enfrentados como están a la servidumbre de las deudas o el desempleo, convirtiéndoles en amargos y fáciles objetivos para los demagogos en el período anterior a la edad adulta.
Y en el interregno de su despliegue, el fascismo se apropia de ese espíritu juvenil de revuelta fraternal contra la autoridad, pervirtiéndolo para que se revuelva contra los valores de la Ilustración, del pensamiento crítico, de la tolerancia ante otras ideas y de la protección de las minorías ante los excesos de las acciones de las turbas.
En lugar de eso se convierte en un impulso autoritario y patriarcal contra cualquier fuerza societaria considerada débil, como la democracia. Se transforma finalmente en una rabia xenófoba que ataca a los inmigrantes, refugiados y homosexuales, a los que son de diferente color y a los que tienen otros puntos de vista, religiones o culturas diferentes y, por último, a cualquiera que no sea como “nosotros”.
Así pues, ¿qué podemos hacer? No estoy muy seguro, pero hace 75 años, cuando el mundo tuvo que enfrentarse a otro movimiento fascista creciente, muchos respondieron con prontitud.
Volviendo a entonces, sin Internet ni correo ni siquiera máquinas de fax, hombres de todo el mundo supieron que había que parar a las fuerzas fascistas y reunieron tropas internacionales para viajar a España e intentar detenerlas. Sin el apoyo de sus respectivos gobiernos, se unieron y lucharon contra las fuerzas del fascismo español (falangismo) heroicamente. Aquellas Brigadas Internacionales estaban integradas por hombres de todas las clases (alrededor de 35.000 procedentes de 52 países) que eran conscientes de la inminente oscuridad que acechaba a España, que también estaba profundizándose en Italia y Alemania. Reunidos en varios batallones, el Batallón George Washington y el Batallón Abraham Lincoln se erigieron en las contribuciones más conocidas de los Estados Unidos, totalizando 2.800 voluntarios, convirtiéndose en el símbolo emblemático de esta resistencia en defensa de la cultura popular (a los que se alude de forma incorrecta como la “Brigada Abraham Lincoln”).
Ningún reclutamiento les sacó de sus estudios para viajar a miles de kilómetros para “defender su país”. Ni se les asignaron determinadas tareas mientras esperaban en alguna frontera lejana. No necesitaron que el aparato del Estado les dijera que la democracia, y muy posiblemente la civilización misma, estaban en la cuerda floja en ese período anterior a la II Guerra Mundial, y que había que luchar por ellas. Pero, lamentablemente para todos nosotros, fracasaron. Las fuerzas de Alemania e Italia, con el apoyo material y militar de los capitalistas de todas partes, incluidos los EEUU, ayudaron a los falangistas de España ahogando una noble resistencia que, de haber triunfado, podría haber supuesto un cambio radical en los años siguientes. Pero nunca lo sabremos. Y España se hundió en una oscuridad de la que solo recientemente, y de forma incompleta, se recuperó.
Los hombres que se unieron a las Brigadas Internacionales sabían lo que estaba por venir, y cuando así ocurrió durante la II Guerra Mundial, en cifras tan horrendas que apenas nuestras mentes pueden hacerse a la idea, desde Moscú a las costas atlánticas de Gran Bretaña y España, desde el Norte de África a China, desde Birmania a Okinawa, todo cambió. Nuestro mundo sufrió un paroxismo de violencia tan extendido que incluso los jefes de estado, comprometidos por lo demás con el imperio, sintieron la necesidad de crear un mecanismo que evitara futuras guerras, las Naciones Unidas. Algunos incluso intentaron prohibirla por completo. Pero ahora sabemos en que se convirtió aquella noble idea: en un ente dominado por las “Grandes” Potencias que impide cualquier decisión que pueda amenazar a los Dueños del mundo. Los bancos y quienes manipulan la moneda, con el apoyo de los gobiernos y bajo el disfraz de una Europa unida, han causado ahora la crisis más amenazadora para Europa –y posiblemente para el mundo- desde la II Guerra Mundial. La única opción que nos han dejado, eso nos cuentan, incluye la modificación del sistema, imponer mayor austeridad, seguir rescatando a los grandes bancos con fondos públicos y mayor globalización neoliberal, que servirá para empobrecer cada vez más a millones de seres por todo el mundo. Sin embargo, muchos estudiosos de la historia, de todo el planeta, se sienten asqueados. Reconocemos un modelo, una amplia confederación de tendencias en alza y, en esta ocasión, tenemos precedentes que nos sirven de guía. Si no paramos el fascismo en Grecia, los Balcanes enteros pueden sucumbir a los males del nacionalismo patrocinado desde las iglesias, a las expulsiones racistas, a las restricciones a la democracia y al gobierno de los matones. Sabemos hacia donde va todo esto porque lo hemos vivido antes.
Nadie puede predecir con certeza si Grecia se convertirá en el “punto de inflexión” que engendrará un resurgimiento del fascismo en Europa. Y, posiblemente, estos llamamientos a la acción sean prematuros. Después de todo, Grecia no está aún inmersa en una guerra civil, luchando en la calle por la supervivencia misma de su democracia. Todavía debe hacerse algo, porque la situación está derrumbándose. Con cada nueva exigencia de austeridad por parte de la UE, con cada nuevo impulso para castigar a las clases trabajadoras griegas por los pecados de la clase criminal que les ha esquilmado, con cada aprobación (o, al menos, ausencia de reproches) que todos esos matones fascistas reciben de la policía o de la iglesia, veremos cómo la gente se une bajo el paraguas más nocivo cuya sombra haya descansado nunca sobre Europa, y que llevó a la ruina a cientos de millones de seres durante el anterior siglo.
O nos ponemos ya al lado del pueblo de Grecia para resistir esos perniciosos impulsos, o podemos ver, primero allí, y después en España y Portugal, en Italia y Francia, y en otras sociedades azotadas por los crueles efectos de la austeridad neoliberal, similares llamamientos a una engañosa y peligrosa “unidad”. “Unidad” para liquidar los derechos de los inmigrantes, “unidad” para reclamar algún estilo de vida mítico y tradicional que fortalece a los ricos (como siempre), relega a los pobres a la sumisión y refuerza un anatema chauvinista étnico frente a los valores progresistas en todas partes. Es una unidad, en efecto, pero una unidad de matones y tiranos. Los camisas pardas de Alemania eran solo eso y ellos fueron una vez también rechazados por “serios” comentaristas que apoyaban el statu quo. Los camisas negras de Amanecer Dorado en la Grecia de hoy puede que cuenten ahora con el apoyo de solo el 10% de la población, pero hay que tomar muy en serio su crecimiento agresivo y su veloz trayectoria. Muy en serio, de verdad.
Ninguno de nosotros vive solo, nuestro mundo nos relaciona en formas tanto demasiado burdas como demasiado sutiles para que pensemos que no estamos estrechamente ligados unos con otros. Y las tendencias que están desencadenando atrocidades y resistencia, reacción y violencia en Europa en estos momentos son tendencias de las que tampoco vamos a escapar. No se vive solo ningún momento. Cada uno tiene un contexto histórico que informa y alimenta lo que está ocurriendo hoy. En Alemania, España e Italia (y en más lugares) en los primeros años de la década de 1930, durante aquellos tiempos complicados, el desempleo era alto, las alternativas de la izquierda eran débiles, el resentimiento contra los otros rezumaba por las calles y una terrible inseguridad empujaba teóricamente a la buena gente, a las clases medias, a apoyar a las fuerzas del odio y del fervor nacionalista. En nuestra época actual, esas tendencias han vuelto a reavivarse y así nos vemos enfrentando lo que el asesino masivo noruego Anders Breitvik llama, en su correspondencia con el prisionero neonazi alemán Beate Zschäpe (a quien él considera un alma gemela “nacionalista militante”), “la primera lluvia recogida que indica que hay una tormenta masiva purificadora aproximándose a Europa” [4].
Podremos resistir esa tormenta, pero solo si nos ponemos a luchar ya.
Antes de que sea demasiado tarde.
El reverendo José M. Tirado es poeta, sacerdote y escritor que cursa el doctorado en psicología mientras vive en Islandia.
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