Por Jose Carvajal
Creo que la mayoría del dominicano sufre de paranoia y de muy baja autoestima con respecto a la migración de haitianos en la isla Hispaniola, que comparten como un castigo divino.
El fallo del Tribunal Constitucional, que pretende despojar de la nacionalidad a dominicanos hijos de haitianos indocumentados, ha desatado una ira inexplicable y un nacionalismo extremista a todos los niveles.
Hay mucha paranoia en el lenguaje que utilizan los presuntos nacionalistas cuando se refieren a los dichosos vecinos del oeste y defensores de estos. Hablan de "seres inferiores", de invasión, de trama, de traidores a la patria, de amenazas, de necedad, de campaña internacional y hasta de plaga de haitianos.
Algunos han aprovechado el momento para crear organizaciones con el propósito de enfrentar al "enemigo" y defender la soberanía nacional en un campo de batalla que no existe. Muchos hacen recordar la prodigiosa imaginación de don Quijote cuando ve los molinos de vientos como oponentes a los que hay que combatir.
Un lector de un diario electrónico dijo por ahí que tenía una bala con mi nombre, mientras que otros intentan amedrentar a quienes pensamos de manera distinta con respecto al desatinado fallo del TC. Lo que no saben los extremistas de pacotilla es que los que ejercemos el periodismo "libre de sobornos" tenemos todo listo para nuestro funeral.
Es un oficio que viene sellado con las amenazas de fanáticos incontrolables y con la muerte a manos de sectores apaches de las sociedades modernas.
A mí la verdad me divierten los comentarios de lectores de diarios electrónicos. Muchos son cómicos, sandeces de gente ociosa, de vividores pagados por intereses oscuros para que combatan opiniones sensatas sobre temas que afectan la vida de seres humanos desvalidos, que nacieron con menos suerte que nosotros.
Esto último me lleva a recordar lo de "nada humano me es ajeno", aquel verso de Terencio que se popularizó en nuestro país por ser la cita que encabezaba la famosa columna Microscopio del asesinado periodista Orlando Martínez.
Si para Terencio nada humano era ajeno, para nosotros nada haitiano debiera serlo, a pesar de la historia y de los contrastes culturales que nos separan como pueblos y como habitantes del tercer mundo.A mí no me importa que me digan "traidor a la patria", ni haría el ridículo de recurrir a los tribunales para que se investigue de dónde sale el supuesto veredicto popular.
Yo asumo la responsabilidad de opinar, y cada día pienso que una palabra malinterpretada puede convertirse en mi sentencia de muerte. Ningún tribunal puede evitar la acción del fanatismo político, de la falta de cordura popular, del extremismo, del nacionalismo, ni de la paranoia milenaria que padecemos desde los tiempos de la colonización; Francia y España son los Poncio Pilato de nuestra historia.
A estas alturas deberíamos reconocer que los dominicanos y los haitianos nos parecemos tanto que no podemos ni vernos; el problema que nos separa es sumamente complejo y no se resolverá sin diálogo ni negociaciones que esclarezcan las partes más oscuras del pasado.
Debemos reinventar el presente para construir un futuro con menos odio, menos racismo, menos paranoia insular. De lo contrario estamos condenados a la discordia.
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