Había sido alcanzado por tres disparos con balas envenenadas al salir de la fábrica de Michelson, el 30 de agosto de 1918, donde hablaba a los obreros. Las narraciones de su reacción ante las graves heridas muestran, en boca de los testigos del hecho, médicos y familiares, la entereza y fortaleza con la cual se mantuvo firme, sin abandonar sus labores de dirección durante meses, hasta fallecer a la edad de 54 años.
El atentado no fue un hecho aislado, sino parte de un plan desatado por la reacción, pues ese mismo día asesinaron a Moisés Uritsky, comisario del Pueblo del Interior en la región norte, pero Lenin no aceptó las recomendaciones de abstenerse de asistir a su encuentro con los trabajadores.
Aún herido, siempre de pie, Lenin exhortó la tranquilidad a los obreros que lo rodeaban pues sangraba profusamente y al llegar al edificio del Krenlim subió por las escaleras hasta el tercer piso donde fue atendido por los médicos, señalan los relatos.
Sobrevivió al atentado, pero su salud se resintió demasiado. El XI Congreso del Partido comenzó sus labores el 27 de marzo de 1922. El líder abrió el encuentro y pronunció el informe político del Comité Central, en el último Congreso del Partido al que asistió. Su estado se agravó, pero se restableció en breve y volvió al trabajo.
El 5 de noviembre de ese mismo año, inició sus sesiones el IV Congreso de la Internacional Comunista, en el que Lenin rindió su informe “Perspectivas de la revolución mundial a los cinco años de la revolución rusa”.
El 20 de noviembre habló en el Pleno del Soviet de Moscú. El 30 de diciembre se celebró el I Congreso de los Soviets de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que creó la URSS. Enfermo nuevamente, no pudo asistir, pero todo el trabajo del Congreso, la Declaración y el Tratado sobre la formación de la Unión Soviética, estuvieron inspirados en sus indicaciones.
A principios de marzo de 1923, la salud de Lenin empeoró bruscamente. En mayo, volvió a trasladarse a la aldea de Gorki, a 35 kilómetros al sudeste de Moscú, y a mediados de verano se apreció cierto mejoramiento.
El 19 de octubre, llegó a Moscú, al Kremlin. Los que estuvieron con él cuentan cómo pasó aquel día. Se fue de su apartamento, estuvo en la sala de sesiones del Consejo de Comisarios del Pueblo, situada al lado de su vivienda, y permaneció allí un rato, miró alrededor, entró en su despacho, tomó unos libros de la biblioteca y bajó al patio del Kremlin.
Subió al automóvil, recorrió las calles céntricas de Moscú y visitó la Exposición Agrícola de toda Rusia. El recorrido duró dos horas, se diría que Vladimir Ilich se despedía de Moscú.
A principios de noviembre en 1923, lo visitó en Gorki una delegación de obreros de la fábrica de Glújovo. Uno de ellos, ya sexagenario, Kuznetsov, con lágrimas en los ojos, repetía sin cesar: «Soy obrero forjador, Vladimir Ilich. Forjaremos todo lo que has concebido». ¡Fue esta la última entrevista de Lenin con los obreros!
Tampoco pudo asistir al XII Congreso del Partido, pero los delegados tomaron en cuenta, en sus resoluciones, las indicaciones hechas por él en sus últimos artículos y cartas. Luego de una aparente mejoría, a fines de 1923 sobreviene un recrudecimiento de su enfermedad.
El 21 de enero de 1924, al anochecer, a las 6:50, falleció de un derrame cerebral. Por la noche se reunió el Pleno del Comité Central del Partido, y dirigió un llamamiento al pueblo: «Ha muerto el hombre bajo cuya dirección combativa nuestro partido, envuelto en el humo de la pólvora, enarboló con mano recia la bandera roja de octubre en todo el país, barrió la resistencia de los enemigos y consolidó firmemente el dominio de los trabajadores en la Rusia zarista. Ha muerto el fundador de la Internacional Comunista (…) el amor y el orgullo del proletariado internacional, la bandera del Oriente oprimido, el dirigente de la clase obrera rusa».
La dolorosa noticia se propagó rápidamente por el país y por el mundo entero. El 22 de enero M. Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central, la anunció a los delegados al XI Congreso de los Soviets de toda Rusia.
El día 23 de ese mismo mes, fue trasladado de Gorki a Moscú el féretro con el cadáver de Lenin y colocado en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos. Por espacio de cuatro días, a pesar de las rigurosas heladas, centenares de miles de obreros y campesinos, soldados rojos y empleados, delegaciones de trabajadores de todos los confines de la Unión Soviética, adultos y niños pasaron, día y noche, por la Sala de las Columnas para rendir el último homenaje al gran Lenin.
El 26 de enero se celebró en el teatro Bolshoi una sesión del II Congreso de los Soviets de la URSS consagrada a su memoria.
En el Congreso hablaron la esposa de Lenin, N. Kruspskaya, así como J. Stalin, Clara Zetkin y N. Narimanov. En nombre de la fábrica Krasni Putílovets habló A. Serguéev; de los campesinos sin partido, A. Krayushkin; del Ejército Rojo, K. Voroshílov; de la juventud, P. Smorodin, y de los hombres de ciencia, el académico S. Oldenburg.
El Congreso adoptó el acuerdo de perpetuar el recuerdo de Lenin y dirigió un mensaje a la humanidad trabajadora. Subrayó que el mejor monumento a él sería la propagación masiva de sus ideas. En 1965 se concluyó la publicación de sus Obras Completas en 55 tomos, con cerca de 9.000 documentos suyos y que después se publicaron en 120 países.
A petición de los obreros de Petrogrado, el Congreso aprobó la decisión de dar el nombre de Leningrado a esa ciudad.
El pueblo soviético se despidió de su guía lleno de profundo dolor. El proletariado internacional suspendió todos los trabajos durante cinco minutos. Se detuvieron los automóviles y los trenes, se interrumpió el trabajo en las fábricas y de esa manera solemne los trabajadores del mundo entero se despedían de Vladimir Ilich.
El 27 de enero, a las cuatro de la tarde, se realizó el entierro de Lenin. El ataúd fue depositado en el mausoleo construido especialmente con ese fin en la Plaza Roja.
Vladimir Ilich Ulianov, dejó como legado un cuerpo de ideas revolucionarias que no pierden vigencia sino que por el contrario se ratifican hoy a la luz de la profunda crisis del capitalismo internacional.
Uno de los más grandes Leninistas de nuestros tiempos, el comandante Fidel Castro Ruz, en una ocasión expresó:
“Lenin es de esos casos humanos realmente excepcionales. La simple lectura de su vida, de su historia y de su obra, el análisis más objetivo de la forma en que se desenvolvió su pensamiento y su actividad a lo largo de su vida, lo hacen en realidad ante los ojos de todos los humanos un hombre verdaderamente, repito, excepcional”.
“Llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el homenaje de todos los pueblos, llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el homenaje de todos los Estados, llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el homenaje de toda la humanidad. De eso nosotros no tenemos la menor duda”.
En su gran poema a Lenin el poeta Bertolt Brecht, escribió: “Al morir Lenin, un soldado de la guardia, según se cuenta, dijo a sus camaradas: Yo no quería creerlo. Fui donde él estaba y le grité al oído: “Ilich, ahí vienen los explotadores.” No se movió. Ahora estoy seguro que ha muerto”.
Radio del Sur
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