por Nuria Varela
Ese Papa Francisco, elegido hombre del año por la revista Time, ese Papa tan revolucionario en sus gestos y declaraciones, acaba de perder dos oportunidades únicas para hacernos creer a quienes no compartimos su fe ni su iglesia que iba en serio.
La semana pasada aseguró, en sendos discursos, que “le despierta horror que haya niños que jamás podrán ver la luz, víctimas del aborto”. No contento con la frase, comparó cigotos, embriones y fetos con los niños utilizados como soldados, violentados, asesinados en las guerras o convertidos en objetos de mercado en una “tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos”.
Reconozco que como periodista estoy embelesada con la capacidad de este Papa para ocupar las portadas de los medios y hacer viral cualquier foto o declaración, pero todavía más, con su destreza para hacer creer que cambiando las formas y los discursos se modifica la sustancia. Su habilidad es aún mayor a la hora de usar un lenguaje no sexista y, sin embargo, que al mismo tiempo sea excluyente con las mujeres. ¡Mira que es difícil! Él lo consigue. Habla de seres humanos continuamente pero sólo se refiere a los hombres -ni una palabra de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, por ejemplo-; arremete contra la violencia sin mencionar la que sufren las mujeres víctimas de sus maridos -católicos en millones de casos-; critica duramente las condiciones de lo inmigración y la pobreza, eludiendo que ésta se está feminizando y el peso que en estas situaciones tienen las maternidades no deseadas y, en su mejor pirueta dialéctica, habla de la libertad del ser humano eliminando de esta idea la libertad de las mujeres con su propio cuerpo, su sexualidad y su capacidad reproductora.
La semana pasada consiguió superarse a sí mismo: dictó todo un discurso centrado en “la paz para el mundo”ligándola a la importancia de la familia, arremetiendo al mismo tiempo contra el aborto -una violación de esa paz-, y pidiendo a los países que desarrollen políticas apropiadas que la sostengan, favorezcan y consoliden. Es decir, “la paz” se asienta en la familia tradicional católica y todas las demás formas de familia, así como los derechos sexuales y reproductivos atentan contra ella. Por lo visto, es la ruptura de la familia católica lo que lleva el peso por encima de la lucha entre los jerarcas de las distintas religiones, la economía depredadora, el ansia de poder de determinados dirigentes o el desarrollo de los ejércitos, por poner cuatro ejemplos obvios. Inaudito.
Como le dijo Mary Wollstonecraft al radical y revolucionario filósofo: “Si Rousseau se cree el resto de sus ideas, no tiene legitimidad teórica para mantener la desigualdad entre los sexos”. Pues eso. Si este Papa se cree el resto de sus ideas, sobre la pobreza, la emigración, la paz, la justicia… no tiene legitimidad teórica ni moral para excluir a las mujeres y colocar los derechos sexuales y reproductivos, incluido el aborto, en el eje del mal.
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