por Carlos Aznárez
La derecha sabe armar escenarios, lo está haciendo en varios países del continente, y siempre encuentra mano de obra dispuesta a cubrir las tareas "sucias".
"Un linchamiento es la ejecución sin proceso legal por parte de una multitud, a un sospechoso o a un reo. Puede producirse, por motivos racistas, religiosos o políticos, causando o no la muerte de la víctima", dice cualquier diccionario que se consulte. Pero si hacemos historia, la palabra estremecedora, tan usual en estos días en Argentina, tiene origen estadounidense, ya que fue Charles Lynch, juez del estado estadounidense de Virginia , quien en 1780 ordenó la ejecución de una banda de lealistas sin dar lugar a juicio. A partir de ese momento, distintos poderes y personas exaltadas y con notorias tendencias criminales generaron episodios similares a lo largo de los años. Así fue como 3.446 afroamericanos y 1.297 blancos fueron linchados en EEUU entre 1882 y 1968. Muchos de estos crímenes fueron cometidos por grupos ultraderechistas y racistas como el Ku Klux Klan, que en su furia asesina generaron grandes hogueras para introducir en ellas los cuerpos de aterrorizados pobladores afroamericanos a los que tipificaban de "demonios".
Sin capuchas blancas, sin la necesidad de levantar cruces llameantes pero con el mismo odio a los pobres, a los excluidos, hacia todas aquellas personas de piel morena que resulten "sospechosas" a sus blancos e impolutos pensamientos, turbas desencajadas y cobardes de "vecinos" han comenzado a imitar en Buenos Aires, en Rosario, en Santa Fé y otros rincones de la geografía argentina, al juez Lynch, aunque muy pocos sabrán de su pasada existencia.
Así, frente al accionar esporádico de pequeños descuidistas que arrebatan un reloj o una cartera a turistas o a cualquier desprevenido transeúnte urbano, surgen patotas de "buenos vecinos" que armados con cachiporras, palos, cadenas y en ciertos casos, armas de fuego, acorralan al ladrón (casi siempre jóvenes o casi niños) y los golpean hasta dejarlos convertidos en una masa informe. O como ocurriera en Rosario, directamente se complotan en un acto de histeria colectiva, y acorralan y asesinan a su "presa". La excusa, casi siempre proferida con gritos y comportamientos desencajados, es "que frente a la falta de seguridad, haremos justicia como sea". A este discurso se suman algunos funcionarios, como el Secretario de Seguridad, Sergio Berni (precisamente quien debería responsabilizarse de la situación y poner orden para que las calles no se conviertan en batallas entre pobres) que justifica la algarada "popular", señalando que “la gente ha reaccionado con cierto hartazgo” porque “la Justicia no puede o no quiere hacer su papel”. Si Berni dice eso, precisamente él, cuyo comportamiento habitual al frente de las "fuerzas de seguridad" le han dado fama de auténtico "Rambo", imaginemos el grado de impunidad que habrá sentido cualquiera de los desaforados sujetos, que golpearon sin cesar el cuerpo del pibe David Moreira días atrás en Rosario. David fue atacado por una jauría de lobos integrada por 50 asesinos (toda gente que seguramente se jacta de "pagar sus impuestos" y "cumplir con las normas") que lo confundieron con un ladrón. Entre todos patearon su cuerpo, lo escupieron y maldijeron, mientras se alegraban porque "este hijo de puta no robará más a nadie". Algunos, nostálgicos, dictaminaban: "hay que matar a todos estos negros de mierda. Hay que volver al 78", refiriéndose a aquella época de plomo, cuando los militares hacían el papel que ahora quieren "cumplir" estos vecinos "justicieros".
Los linchamientos se están multiplicando, los medios de comunicación echan, como siempre, más gasolina al fuego, multiplicando los efectos de una docena de incidentes, graves pero no masivos como sugieren los títulos de las corporaciones de diarios, radios y televisoras. Mientras tanto, en los estamentos de poder, sus protagonsitas parecen autistas, ya que más allá de declaraciones formales, vacías o a veces hasta provocadoras, no saben como detener la campaña criminal. Como no podía ser de otra manera, en algunas provincias ya se habla de formar "autodefensas" al estilo Colombia o México, no precisamente para calmar los ánimos sino para organizar cacerías de pobres y sospechosos de serlo. A la vez, barrio por barrio, se computa el crecimiento del narcotráfico, casi siempre con relaciones carnales con los tan "reclamados" efectivos de las fuerzas de seguridad. En eso tampoco hay originalidad.
Con esta nueva ola linchadora, ha salido a relucir, como en otras oportunidades, lo peor de una clase media tilinga que se aterroriza viendo los sangrientos informativos televisivos, y a partir de ese momento define como enemigos a todos los que son diferentes a su entorno natural. Los nuevos cruzados sacan a relucir el enano fascista que llevan dentro, y salen a la calle a "terminar con la escoria". Buscan señales en el color de la piel de los que circulan a su alrededor, en como visten y como hablan. Qué decir si por casualidad ven a alguien joven y morocho, que por casualidad pase a la carrera. No preguntan si va detrás de un ómnibus o es un simple practicante de jogging. Por las dudas se ponen alertas, y si el tipo despierta sospechas, pasan a la acción. Se dan fuerza unos a otros y cuando logran armar un grupo de diez o veinte, se disponen a aplicar la consigna de que "el orden con sangre entra". Si es con cuchillos o barras de hierro, mejor que mejor.
No son diferentes a los barrabravas de los estadios, ni tampoco a las patotas policiales de ayer, de hoy y de siempre. Incluso, no es desatinado pensar, que estos energúmenos que hoy linchan por aquí y por allá, no dudarían en aplicar picana o hacerle la "bolsa" hasta asfixiarlo, a un ladronzuelo de poca monta, al que hayan capturado. ¿Lo dudan?
En efecto, el panorama entristece y genera impotencia. Es más, anuncia tiempos peores, porque quienes hoy quieren hacer justicia por mano propia, tienen su apoyatura natural en connotados políticos, como los aspirantes a presidente Sergio Massa o Daniel Scioli, auténticos adalides de la "mano dura", quienes suelen expresar pensamientos muy parecidos a los desaforados discípulos de Lynch.
En este marco, reconforta escuchar voces como las de algunos integrantes de organismos de derechos humanos que convocan a que desde el Estado se asuman las responsabilidades que le competen. De la misma forma, repudian los linchamientos y señalan que "toda persona tiene derecho a un juicio justo, sean víctimas o victimarios", como acaba de expresar el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel.
Sin embargo, partiendo del hecho de que a nadie le agrada que le roben, resulta más que sospechoso este estallido de violencia "justiciera", que no es distinto a lo que ocurrió hace pocos años en el parque Indoamericano, o a fines del 2013, en aras de la revuelta policial. La derecha sabe armar escenarios, lo está haciendo en varios países del continente, y siempre encuentra mano de obra dispuesta a cubrir las tareas "sucias". El tema no se soluciona con más y más policías, o como predican el Secretario Berni y el represor jefe del Ejército, César Milani, militarizando los barrios y gendarmerizando la sociedad. La solución pasa por más justicia social, trabajos y viviendas dignas, educación y salud pública que funcionen. En terminar con la exclusión social y distribuir las riquezas, que existen pero que van a parar casi siempre a los bolsillos de funcionarios corruptos. Esto significa, que hay que recuperar la pasión y la conciencia para seguir luchando por una sociedad muy diferente a la institucionalizada por el capitalismo brutal, verdadera matriz de aquellos que hoy linchan a sus semejantes. Por eso mismo, no hay que bajar los brazos y seguir luchando para alcanzarla.
Que no nos desanimen construyendo coartadas de violencia antipopular, racista, e indudablemente cómplice del injerencismo pro-imperialista que se nos viene encima país por país. Que no sigan tirando de la soga impunemente. El pueblo organizado también sabe, por historia y por práctica de años, generar sus propios anticuerpos.
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