Por Iñigo Sáenz de Ugarte
El asesinato de un segundo periodista por el Estado Islámico, y el anuncio de que un tercer secuestrado correrá el mismo destino han dejado horrorizados y también perplejos a muchos periodistas.
¿Es el Estado Islámico un grupo dirigido por psicópatas que aspiran a matar al máximo número de personas antes de acabar ellos mismos muertos? ¿Es una fuerza irracional que se mueve a ritmo de impulsos homicidas? ¿Por qué matar a sangre fría a periodistas occidentales cuando eso puede forzar una intervención militar directa por parte de gobiernos hasta ahora reticentes a dar ese paso?
¿Irracional? La estrategia del Estado Islámico no pasa por adoptar un perfil bajo en Iraq o Siria. No declaras un “califato” islámico para luego pasar desapercibido. Su yihad abarca supuestamente todo el mundo islámico y eso le exige más tarde o más temprano enfrentarse a EEUU. Otra opción deseable es forzar la colaboración de Washington con los gobiernos sirio e iraní, lo que le permite presentarse ante todos los suníes como su único defensor.
Muchos medios de comunicación han definido al Estado Islámico como “los bárbaros a las puertas de Europa”, además de las comparaciones de costumbre con los nazis. Supone magnificar el poder del grupo yihadista, que es algo que ellos pretenden conseguir con sólo 10.000 combatientes, quizá hasta 20.000. Presentarse como el gran enemigo de Occidente puede serles de utilidad para aumentar su capacidad de reclutar partidarios en toda la zona y recibir donaciones de millonarios del Golfo Pérsico, sobre todo saudíes y qataríes.
Las declaraciones altisonantes de los gobernantes norteamericanos, algunas hasta ridículas (“les perseguiremos hasta las puertas del infierno”, ha dicho Joe Biden, aunque su jefe también ha dicho que aún no saben cómo) contribuyen precisamente a destacar ese papel.
Muchas portadas, en especial de periódicos populares o sensacionalistas, contribuyen a resaltar el protagonismo del Estado Islámico, y por la misma razón describen al Gobierno de Obama como débil o sin iniciativa. Nada les gustaría más a los que ordenaron la decapitación de los periodistas que respondiéramos a estas atrocidades con otras atrocidades. Para los partidarios de un combatiente en una guerra, los crímenes del enemigo son siempre execrables, mientras que los propios son excepciones obra de manzanas podridas o perturbados.
Las atroces imágenes de un encapuchado vestido de negro iniciando la decapitación de un rehén nos espantan a nosotros, pero no a aquellos que creen estar inmersos en una guerra santa contra los infieles. Las atrocidades de Al Qaeda en Iraq, cuando la dirigía Zarqaui, también aparecían reflejadas en los DVD que se vendían en los mercados. Es el terror como forma salvaje de marketing.
Los asesinatos de Foley y Sotloff son además un macabro incentivo para los demás países con rehenes en Siria. David Cameron ha reclamado que se llegue a un acuerdo que impida que nadie pague rescates en caso de secuestros, como hacen Londres y Washington. El Estado Islámico obtiene decenas de millones de euros al año por este concepto gracias a que algunos países europeos han pagado grandes cantidades de dinero por sus nacionales.
La escenografía (si se puede emplear una palabra como esta) es otro factor que el Estado Islámico utiliza en su favor. Básicamente, por colocar a los rehenes un mono de color naranja similar al uniforme que llevaban los presos de Guantánamo. Para los ciudadanos occidentales, hay una diferencia entre asesinar a sangre fría a alguien y encarcelarlo, aunque sea sin derecho a juicio, pero para los yihadistas es una excelente forma de cuestionar la credibilidad norteamericana al denunciar sus crímenes de guerra.
En definitiva, decapitar a un hombre indefenso es una forma evidente de terror. Esa es una técnica que el Estado Islámico ha utilizado desde el primer momento, y hay que reconocer que le ha sido muy útil. Hasta ahora.
(Tomado de Guerra eterna)
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