Por Helena Smith
Es una imagen que simboliza la desesperación y el valor, dice The Guardian: la desesperación de los miles de africanos que se lanzan al mar, y el valor de las personas en las costas del sur de Europa que se apresuran a salvarlas cuando ocurre una tragedia.
La semana pasada en la Isla de Rodas, Eritrea estaba lejos de la mente del sargento del ejército Antonis Deligiorgis. El mundo habitado por Wegasi Nebiat, una eritrea de 24 años de edad, en la cabina de un yate de vela en dirección hacia la isla, estaba todavía muy lejos.
A las 8 de la mañana del lunes no había nada que indicara que los dos se encontrarían. Estacionado en Rodas, el fornido soldado acompañó a su esposa, Teodora, al trabajo. “Entonces pensamos que sería mejor detenernos para tomar un café”, dijo a The Observer en una entrevista exclusiva donde relata lo que pronto se produciría. “Nos detuvimos en un café en el paseo marítimo.”
Deligiorgis estaba de espaldas al mar cuando el barco que transportaba a Nebiat golpeó las rocas dentadas que los pescadores en Rodas tratan por todos los medios evitar. En cuestión de segundos el barco destartalado lleno de sirios y eritreos empezó a hundirse. La odisea que se había originado seis horas antes en el puerto turco de Marmaris – donde miles de inmigrantes con destino a Europa siguen esperando – estaba a punto de terminar en las fuertes corrientes fuera de la playa de Zefyros.
Para Nebiat, cuyo viaje a Europa comenzó a principios de marzo – sus padres pagaron 10 000 dólares para un viaje que le permitiera volar camino a la “libertad” -, el arrecife era su primer contacto con el continente por el que había rezado para llegar. De pronto ella estaba en el agua, aferrada a una boya de goma.
“El barco se desintegró en cuestión de minutos”, recordó Deligiorgis. “Fue como si estuviera hecho de papel. En el momento en que dejé el café, habían pasado diez minutos después de las 10:00 AM, un montón de gente se había lanzado a la escena. La guardia costera estaba allí, un Super Puma [helicóptero] estaba en el aire, las ambulancias habían llegado, los pescadores se habían reunido en la orilla. Sin realmente pensarlo un segundo, yo hice lo que tenía que hacer. A las 10:15 AM me había quitado la camisa y estaba en el agua”.
Deligiorgis llevó 20 de los 93 migrantes a la costa sin ayuda. “Al principio traía puestos mis zapatos, pero pronto tuvo que quitármelos”, dijo, hablando por teléfono desde Rodas. “El agua estaba llena de aceite del barco y las rocas estaban resbaladizas y filosas. Me corté bastante las manos y los pies, pero en lo único que podía pensar entonces era en cómo salvar a esa pobre gente. ”
Tras el caos del rescate, el hombre de 34 años de edad, no logra recordar si él salvó a tres o cuatro hombres, o tres o cuatro niños, o a cinco o seis mujeres: “Lo que recuerdo fue ver a un hombre como de 40 años muriendo. Él estaba agitándose, no podía respirar, se estaba ahogando, y aunque traté me resultó imposible llegar.”
Deligiorgis dice que lo ayudaron las habilidades y las técnicas de supervivencia aprendidas en el ejército: “Pero las olas eran tan grandes, tan implacables…” Él ya había estado unos 20 minutos en el agua cuando vio a Nebiat agarrada a la boya. “Ella estaba teniendo grandes problemas para respirar”, dijo. “Había algunos chicos de la guardia costera a mi alrededor que habían saltado con ropa y todo. Yo estaba teniendo problemas para sacarla fuera del mar. Me ayudaron a levantarla y luego, instintivamente, la puse encima de mis hombros”.
El viernes se supo que él también había rescatado a una mujer que dio a luz a un bebé sano en el hospital general de Rodas. En una muestra de su gratitud, la eritrea, que no quiso ser identificada, dijo a las enfermeras que llamaría a su hijo con el nombre Antonis. El heroísmo de este hombre ha levantado el ánimo de una nación que está lidiando con la peor crisis económica de los tiempos modernos, entre otras cosas porque él no es el único héroe.
Durante toda la semana ha habido historias con actos de bondad, grandes y pequeños, cuyos protagonistas han sido isleños que se apresuraron a ayudar a los emigrados. Una mujer despojó a su propio hijo para envolver a un bebé sirio, mientras cientos se apresuraron a donar alimentos y ropa.
“Son almas, al igual que nosotros”, dijo Babis Manias, un pescador, al recordar que él había salvado a un niño.
El incidente ha puesto de relieve el extraordinario sacrificio de muchas personas en Europa a contracorriente de las medidas anti-inmigrante de muchos gobiernos, mientras la catástrofe humanitaria frente a las costas del continente se hace cada vez más real. Solo en la última semana cerca de 2 000 emigrantes intentaron entrar a Grecia a través de las islas lejanas del Mar Egeo.
Al igual que otros pasajeros, Nebiat, que ha pasado la mayor parte de la semana en el hospital recibiendo tratamiento para la neumonía, no tiene ningún deseo de permanecer en Grecia. Suecia es su objetivo. Y el jueves subió a bordo de un ferry con destino a Pireo, para continuar un viaje que comenzó en la capital de Eritrea, Asmara, la llevó a Sudán y de ahí a Turquía, portando un pasaporte falso. “Tengo suerte”, dijo al reencontrarse con los que hicieron el viaje con ella. “Mucha suerte de estar viva.”
Deligiorgis calla ante la mención de heroísmo. No había nada valiente, dice, “cumplí un deber como ser humano, como hombre”. Pero al relatar el momento en que arrancó a la muchacha eritrea del mar, admite que es una escena que perdurará en su memoria. “Nunca olvidaré su cara”, dice. “Nunca”.
(Tomado de The Guardian. Versión Cubadebate)
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