martes, 28 de febrero de 2017

El gobierno de Juan Bosch y la conspiración para derrocarlo

"Desde la década del 40 del pasado siglo Bosch era reconocido como uno de los grandes escritores de la región”.
“Desde la década del 40 del pasado siglo Bosch era reconocido como uno de los grandes escritores de la región”.
Hassan Pérez Casabona⃰
El 27 de febrero de 1963, hace exactamente 54 años, Juan Emilio Bosch Gaviño asumió como presidente de la República Dominicana. De esa manera el reconocido intelectual –quien para la fecha poseía una vasta obra literaria, principalmente en el campo de la cuentística- encarnó la decisión de la mayoría de su pueblo, que lo escogió el 20 de diciembre de 1962 como el primer presidente democráticamente electo en ese país, luego de tres décadas de feroz dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.
Como candidato del Partido Revolucionario Dominicano prácticamente arrasó en esos comicios, propiciando además que su agrupación alcanzara 22 de los 31 escaños del Senado y 49 de los 74 puestos de la Cámara.
La llegada de Juan Bosch a la más alta responsabilidad estatal —luego de permanecer casi 25 años en el exilio, 19 de los cuales transcurrieron en Cuba— abrió un camino de esperanza para la sufrida nación quisqueyana. Ese sendero no cristalizó, desafortunadamente, a partir de la oposición de los sectores más retrógrados de la oligarquía, en contubernio con la cúpula militar y la alta jerarquía de la iglesia católica, quienes conspiraron aún antes de su investidura para impedir que se desarrollaran las transformaciones propuestas por él durante la campaña electoral.
Apenas siete meses después, el 25 de septiembre, dichas fuerzas, en complicidad con la embajada yanqui —tal como ha sucedido en infinidad de ocasiones— mostraron su verdadero rostro y lograron sacar del poder a Bosch, cercenando así la posibilidad de consolidar un programa de carácter nacionalista y democrático, cimentado desde una amplia participación popular. [1]
En realidad la asonada golpista fue una de las fases de una operación mucho más abarcadora contra la figura del insigne intelectual. La primera consistió en impedir por todos los medios que éste se impusiera en los sufragios convocados. En ella desempeñó un papel preponderante una parte de la jefatura clerical, la cual formuló múltiples acusaciones en su contra.
La segunda etapa, encaminada a que Bosch no asumiera la presidencia, no se materializó por diversos motivos, dando paso a la tercera la cual tuvo como aspiración cardinal imposibilitar que el destacado intelectual concluyera su mandato. La cuarta, epílogo del tenebroso plan, se concibió en dos partes: eliminar en lo inmediato las conquistas sociales alcanzadas por el pueblo en aquellos meses, incluyendo la Constitución promulgada, y garantizar, valiéndose de cualquier medio, que su líder no retornara al gobierno. [2]
Aquí se insertó la invasión estadounidense de 1965 para abortar la Revolución de Abril, movimiento encabezado por un grupo de militares dignos, entre ellos el coronel Francisco Caamaño, que enarboló como uno de sus propósitos cimeros restablecer a Bosch en el mandato otorgado antes por el pueblo.  [3]
A partir de ese momento el lúcido pensador se consagró por entero a una profunda labor pedagógica y social, asentada en la investigación y divulgación histórica, enfocada en el crecimiento de sus conciudadanos y orientada hacia la lucha política.
Por tales razones, prácticamente abandonó desde ese instante su producción literaria previa. Lo distintivo en su caso es que dicha labor la emprendió desde un arduo proceso de investigación y profundización en nuestras raíces históricas, económicas y políticas.
En esas pesquisas, en las que se interrelacionan numerosos saberes, el conocimiento histórico es la piedra angular que le da forma y sentido a sus análisis, a través de los cuales adquiere toda su magnitud la lucha de los pueblos caribeños ante las apetencias imperialistas.  Acrisoló, en otras palabras, una visión profunda de la historia, en la que concepciones como el Gran Caribe, el imperialismo,  y el Caribe como frontera imperial, poseen enorme significación y vigencia. En esta línea sus libros De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial El Pentagonismo sustituto del  imperialismo constituyen obras clásicas, las cuales son permanentemente revisitadas por estudiosos de toda la región.
 “No basta tener ideas; hay que hacerlas realidad en lo grande y en lo minúsculo.” Juan Bosch
La vida azarosa de Juan Emilio Bosch Gaviño es digna, como la del resto de los patriotas continentales, de una novela o de ser llevada al celuloide. Hijo del catalán José Bosch Subirats y de la puertorriqueña Ángela Gaviño, vino al mundo en predios de La Vega, en la República Dominicana, el 30 de junio de 1909. Fue un niño inquieto, con marcada inclinación por la lectura si bien, como el resto de los infantes de la pequeña comunidad rural de Río Verde, donde vivió durante la infancia, estaba en contacto con la naturaleza y participaba de los juegos predominantes en la época.
Impresiona saber que alguien de su estatura intelectual solo pudiera culminar el tercer nivel de bachillerato. Sin duda que en el desarrollo de su fértil imaginación mucho tuvieron que ver los múltiples recorridos que realizó por las más variadas latitudes. Ese sería un rasgo, el de viajero impenitente, que lo marcaría, aún sin saberlo, desde que en 1924 se trasladara hacia la capital dominicana, como preámbulo de su primer acercamiento, cinco años después, a tierras españolas, venezolanas y de otras islas de las Antillas Menores.[4]
Al regreso a Santo Domingo, en agosto de 1931, encontró que su patria comenzaba a ser maniatada por el sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, amordazamiento que se prolongaría hasta el 30 de mayo de 1961 en que un comando ajusticiara al dictador. [5] Cada día transcurrido desde entonces encontró a Bosch enhiesto, desde diversas trincheras, en el combate contra el energúmeno que sometió a su pueblo a la más terrible represión.
Con apenas veinticuatro años publicó el libro de cuentos Camino Real[6] Nunca, en lo adelante, dejaría de compartir con sus semejantes vivencias y reflexiones sobre los más inverosímiles acontecimientos históricos, políticos y culturales en los que se vio inmerso. Al extremo que más de cincuenta obras emergieron de su pluma, evidenciando la incorporación de nuevos conceptos que brotaban a la letra impresa con madurez acrecentada. Bosch, en ese como en otros muchos aspectos, es heredero de la definición martiana de que la educación comienza en la cuna y termina en la tumba.
Uno de los rasgos que caracterizó su la vida, sobre todo hasta la elección como presidente, fue la capacidad de simultanear las más variopintas profesiones con su vocación incalificable por la escritura. Mientras permaneció en Cuba, hasta que se marchó por la persecución a la que lo sometió la no menos sanguinaria dictadura batistiana, laboró como vendedor de productos farmacéuticos, buscador de anuncios para la prestigiosa revista Bohemia y editor de libros y periódicos.
Ganó además concursos literarios y participó en la elaboración de la Constitución de 1940, una de la más progresistas del continente. [7] Pocos conocen asimismo que Bosch escribió el guión de dos programas para la antigua emisora CMQ: Forjadores de América Memoria de una dama cubana. Al igual que decenas de creadores estaba obligado a vender personalmente los libros que redactaba. [8]
En nuestro país encontró hospitalidad y cariño hasta que la represión desatada contra él lo obligó a marcharse en 1958. [9] Llama la atención como los complejos de personalidad de ambos dictadores, Trujillo y Batista, unido a viejas contradicciones, hicieron que sátrapas de exacta calaña, pese a las apariencias, se mantuvieran con recelos insalvables. [10]
Desde el prisma de organizador de agrupaciones políticas fundó en La Habana en 1939 el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), esencialmente concebido para derrocar a Trujillo y —al igual que hiciera su antecesor cubano creado por Martí, el 10 de abril de 1892 con la intención de obtener la independencia de Puerto Rico— pelear en esta oportunidad por la desaparición de todos los regímenes de oprobio impuestos violentamente en el Caribe. Esta organización llegó a disponer de varias células en la región, incluyendo los Estados Unidos. Fue precisamente mediante ellas que llevaron adelante la frustrada expedición de Cayo Confites.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] Durante el gobierno de Bosch, John Bartlow Martin se desempeñó como embajador de Estados Unidos en Santo Domingo. Años más tarde escribió un libro de 790 páginas (Overtaken by Events, Dubleday & Company, Inc., Graden City, New York, 1966) plagado de falsedades sobre múltiples acontecimientos. Una de ellas fue la de asegurarle entonces al presidente dominicano que las tropas que en 1963 atacaron territorio haitiano procedían de Venezuela, cuando en realidad lo hicieron desde suelo dominicano. Fue en ese país que la Misión Militar estadounidense organizó un campamento de enemigos del presidente Duvalier, que era abastecido con personal y armamentos que llegaban desde la base Romey, enclavada en Puerto Rico. Sobre este hecho escribió décadas después Bosch. “Debo decir incidentalmente que el descubrimiento casual por parte mía de que los ataques a Haití salían de la República Dominicana, y no de Venezuela como decía el embajador Martin, fue lo que provocó el golpe de Estado de septiembre de 1963, pues al saber que yo conocía la verdad la Misión Militar norteamericana les ordenó a los jefes militares dominicanos el derrocamiento del gobierno. Eso también lo supo el embajador Martin, pero no tuvo el valor de decirlo en su libro”. Juan Bosch: “La incapacidad y las mentiras de Míster Enders”, publicado originalmente en Vanguardia del Pueblo, 9 de marzo de 1983. Ver en: Juan Bosch: Temas Internacionales (Ensayos y artículos), Fundación Juan Bosch, Santo Domingo, 2006, pp. 239-240.
[2] “Esa constitución, muy avanzada para la época, presentaba ´garantías de las libertades democráticas, democratización de la enseñanza, participación de los trabajadores en los beneficios de las empresas, limitación de la propiedad privada por causa de interés social; prohibición de los latifundios y minifundios y se consagraba el derecho de la familia campesina a poseer tierras y recibir ayuda técnica y crediticia del Estado. Se  estableció, además, que solo los dominicanos podían poseer tierras y que los extranjeros solo podían obtenerlas con autorización del Congreso Nacional´”. Farid Kury: Juan Bosch. Entre el exilio y el Golpe de Estado, Cocolo Editorial, Santo Domingo, 2000, p. 185.
[3] Uno de los estudiosos que devela la intríngulis de la conspiración que se urdió contra Bosch es Víctor Manuel de la Cruz, quien posee varios libros sobre el tema. Se destaca en ese sentido Juan Bosch, capítulos ocultos del golpe de Estado, publicado por la Editorial Búho en 1999 en Santo Domingo.
[4] Su coterráneo, el destacado investigador Diómedes Núñez Polanco, recuerda algunos de sus recorridos internacionales: “En diciembre de 1955 termina su fructífero periplo chileno. Regresó a La Habana, con escalas en Argentina y Brasil. En 1956 se destaca su participación en el Congreso del Transporte, en Viena (Austria), en compañía de los exiliados dominicanos Ángel Miolán Y Nicolás Silfa, con el objeto de denunciar la situación de terror que se vivía en la República Dominicana y solicitar, a la vez, el bloqueo contra Trujillo. (…) Visitó Roma y Madrid, y viajó a Israel en busca de documentación para escribir su David, biógrafo de un rey. ` ¿Cómo puede explicarse nadie que el biógrafo de David se quedara sin conocer la patria de su personaje?´, le escribió, desde Jerusalén, a su amigo Sergio Pérez, el 15 de noviembre de 1956”. Ver: “Juan Bosch, un caribeño universal”, en: El pentagonismo sustituto del imperialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 151-152.
[5] Este siniestro personaje fue el cuarto de los once hijos de un pequeño comerciante y funcionario postal del poblado de San Cristóbal, llamado José Trujillo Valdez. Aprovechando la demanda de nativos que sirvieran a los intereses yanqui –que ocupaban el país desde 1916 y que prolongarían la intervención hasta 1924-, Rafael solicitó, con veintisiete años,  ingresar como oficial. A partir de su ascenso como teniente segundo, en enero de 1919, tuvo una proyección meteórica dentro de los cuerpos armados. En septiembre de 1924 ya era mayor mientras que, doce meses después, apenas con treinta y tres años, lo elevaban al grado de coronel, asignándole además la jefatura de la policía nacional. Resultado de una de sus triquiñuelas esa institución fue convertida, mediante la aprobación de la ley correspondiente en 1927, en ejército. Con bombos y platillos su peculiar mandamás se erigió al frente de la nueva estructura, ahora con los galones de general. Para que se tenga una idea de la manera en que operó en todas las esferas, solo añadiré que había previsto que lo sucediera su primogénito Ramfis. Sin embargo esto no es lo curioso sino el hecho de que a sus treinta y un años, el que muchos consideraban un playboy en los cabarets parisinos, superaba la velocidad del padre en la obtención de distinciones. Me explico: a los cuatro años fue bautizado como coronel para, dos años más tarde, trepar hasta el generalato. Luego llegó a Jefe del Estado Mayor y actuó como Embajador, todo esto por su elección como “mejor estudiante” de una universidad a la que casi no asistió. Ese era el sistema mezquino creado por su padre en despecho del pueblo dominicano.
[6] Con la aparición de este libro, en su pueblo natal de La Vega, se inaugura en Hispanoamérica, según el criterio de la mayoría de los entendidos, la corriente literaria socio-realista. La obra despertó elogios de la crítica nacional y extranjera. Debemos señalar que dos años antes Bosch comenzó sus estudios de bachillerato, que luego abandonó en el tercer curso para dedicarse por entero a la carrera literaria. Fue en ese momento que recibió la asesoría del eminente humanista Pedro Henríquez Ureña, quien le recomendó eliminar la E de Juan E. Bosch (en alusión a Emilio, su segundo nombre), y la lectura de los cuentos de Quiroga y Maupassant. A partir de ese momento perfiló su estilo narrativo hasta que, en la opinión de diversos analistas, adquiere totalmente el dominio de la escritura del cuento con “El río y su enemigo”, publicado el 12 de agosto de 1942.
[7] Una muestra de esa permanente alternancia la tenemos  en 1955, cuando  publicó Cuba, la isla fascinante. El intelectual quisqueyano, cuya vida de lucha ininterrumpida en aras de la integración latinoamericana es insuficientemente conocida fuera de su país, dio a conocer el texto mientras permanecía en el exilio chileno, uno de los tantos a los que se vio forzado durante la dictadura trujillista. En la nación austral, donde trabó amistad con Salvador Allende, vieron la luz igualmente sus obras Judas Iscariote, el calumniado y La muchacha de la Guaira. En la tierra de Neruda organizó, como vía de manutención, una pequeña fábrica de baterías para automóviles.  Antes, entre 1929 y 1931, trabajó en Caracas como descargador de camiones en el mercado de San Jacinto y anunciador de un Parque de Diversiones, con el cual visitó Valencia, Puerto Cabello, Curazao, Trinidad y Martinica. Era tal su capacidad para adaptarse a los cambios que imponía la cruenta realidad económica que, en momentos en que el citado parque debía cerrarse por la carencia de visitantes, realizaba otras labores.  En Valencia, por ejemplo, realizó anuncios para un cine, en Curazao fue obrero de la construcción y en Trinidad se dedicó a hornear pan. Indiscutiblemente la destreza para ejercer las más inauditas profesiones, desde la condición de intelectual, como complemento a su inveterada manía de escribir sobre todo lo que le circundara, es otra de las facetas de su prolífica vida que impresiona.
[8] Nicolás Guillén, Poeta Nacional y Presidente fundador de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), confesó al cumplir lo ochenta años de vida: “Los jóvenes tienen que estudiar como si fueran viejos. Es sorprendente (por lo menos me sorprende a mí) ver que en los días en que andamos hay escritores jóvenes que, a pesar de tener resuelto básicamente sus problemas inmediatos, trabajan menos de lo que se podría esperar de ellos. En mis tiempos (y no voy a hacer como hacen los viejos gruñones) costaba Dios y ayuda publicar un libro de poemas o de lo que fuera. Yo tuve que ganar la lotería para que la imprenta de Ucar me imprimiera el Sóngoro cosongo; los Motivos de Son me los regaló, en un cuadrillo minúsculo hecho en tiras de papel de prueba, el impresor gallego Bouza; el West Indies, Ltd., se me quedó en casa del impresor porque no pude retirarlo; solo a mi llegada a México, añade el Premio Lenin de la Paz de 1954, me fue dado imprimir mi cuarto libro con un editor, un señor Guzmán, que afrontó esos gastos y me dio algún dinero. La portada fue hecha por el gran pintor mejicano Chávez Morado”.  El  crítico, diplomático y literato José Antonio Portuondo, que entre otras responsabilidades ejerció como vicepresidente de la UNEAC, Rector de la Universidad de Oriente, embajador en México y ante la Santa Sede, y director del Instituto de Literatura y Lingüística, vivió experiencias similares: “La gente ahora tiene la posibilidad de ver publicadas sus obras. Tú te imaginas que el último libro que publiqué, en la etapa prerrevolucionaria, fue un libro que se llama La Historia y las Generaciones, un libro donde se discute la teoría literaria, publicado en un colección que inventé en Santiago de Cuba, que se llamaba la editorial Manigua. (…) Publicamos unos seis libros. Figúrese, el libro mío fue el número cincuenta y ocho, y la editora lo devolvió. De ese libro, yo hice unos 500 ejemplares, de los que no se vendió ninguno y los repartí entre gente de Cuba y el extranjero que se dedicaban a los problemas de las teorías literarias”. Luis Báez: Amigos queya no están, Editora Abril, La Habana, pp. 13 y 30-31.
[9] En 1954 Bosch salió de Cuba para residir en Costa Rica, Bolivia y Chile. Dos años más tarde retornó a nuestro país donde permaneció, descontando el período en que recorrió Israel para ambientarse en la redacción de David, biografía de un Rey, hasta su partida en 1958. Sobre este amplio período apuntó: “En 19 años conocí a Cuba de arriba abajo y a todo lo ancho no solo del país sino también del pueblo en todas sus clases y capas. En Cuba fui amigo muy cercano lo mismo de personas que vivieron en el Palacio Presidencial que de humildes vecinos de lo que allí se llamaban solares; fui amigo tanto de intelectuales de alta reputación, poetas, escritores, periodistas, como de obreros y hasta de un antiguo esclavo que había nacido en África, lo que en Cuba se decía un negro de nación; tanto de científicos, de médicos ilustres, de antropólogos famosos, muchos de los cuales tuve el gusto de ver reunidos en un agasajo que me hizo la Casa de las Américas en mi primera noche en Cuba, como fui amigo de empleados, señoras de su casa, comerciantes, boticarios, campesinos y jóvenes revolucionarios”. Juan Bosch: “El país que se fue adelante”, en: De México a Kampuchea, Editora Alfa & Omega, Tercera Edición, Santo Domingo, 2000, p. 36.
[10]  La psicología enferma de ambos sicarios no permite desentrañar las volátiles zonas por las que transitaron sus relaciones, lo que no quita que coincidieran en el objetivo estratégico de permanecer inamovibles en el poder. Dos destacados investigadores cubanos apuntan: “En octubre de ese año, con el propósito de hacer algo para evitarlo intentó un protagonismo decisivo. Citó al Palacio Nacional al coronel José A. Estévez Maymir, agregado militar en la embajada cubana, y le dijo casi en tono de orden: `Vaya hoy mismo a Cuba y dígale a su presidente que estoy en disposición de ayudarlo a contrarrestar a los rebeldes. Explíquele que puedo ordenar de inmediato el desembarco de tres batallones del ejército regular dominicano en Santa Clara, y otros tres en la Sierra Maestra. Son cuatro mil hombres, una fuerza considerable. Tropas frescas, bien entrenadas y equipadas. Puedo movilizarlas mañana mismo y enviarlas en aviones de transporte. ¡Hay que barrer a Castro!´. Estévez comunicó a sus superiores las características y el contenido de ese encuentro y al recibir instrucciones de cómo proceder se dispuso a salir de inmediato hacia La Habana”. Añadiendo asimismo: “No obstante la disposición del déspota dominicano, las relaciones entre Batista y Trujillo eran difíciles de evaluar por sus enredados antecedentes. (…) Cuando Rafael Leónidas Trujillo supo que el dictador cubano estaba en Ciudad Trujillo pidiendo refugiarse en su isla, hizo algunos airados comentarios: `Ese tipo le ha regalado el país a los fidelistas´, gritó furiosamente el déspota quisqueyano”. Batista, nacido en Banes el 16 de enero de 1901, —se vio obligado a pagarle a Trujillo un millón de dólares para que éste lo dejara marcharse del país hacia Portugal, donde Oliveira Salazar la asignó un bucólico retiro en las Islas Madeiras, en medio del océano Atlántico, antes de que el fascista de Franco le brindara la anuencia para que residiera en Madrid—, saqueó con tanta alevosía las riquezas cubanas que se calcula llegó a acumular una fortuna superior a los trescientos millones de dólares, cifra verdaderamente descomunal para la época. En la síntesis de la ficha más completa elaborada sobre sus felonías monetarias se señala: “Propietario en 9 centrales, 2 refinerías, 2 destilerías, 1 banco, 3 aerolíneas, 1 papelera, 1 contratista, 1 transportista por carretera, 1 productora de gas, 2 moteles, varias emisoras de radio, 1 televisora, periódicos, revistas, 1 fabrica de materiales de construcción, 1 naviera, 1 centro turístico, varios inmuebles urbanos y rurales, varias colonias, varias firmas norteamericanas y otros múltiples intereses”. Disfrutando plácidamente de ella murió de un infarto el 6 de agosto de 1973, mientras veraneaba en Marbella, en la costa mediterránea española. Ver en: José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt: Batista.Últimos días en el poder, Ediciones Unión, 2008, pp. 188 y 409.  Y Guillermo Jiménez: Los Propietarios de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p, 64.

El gobierno de Juan Bosch y la conspiración para derrocarlo

La obra historiográfica de Bosch es síntesis de un riguroso ejercicio investigativo, un desempeño teórico incuestionable y una labor pedagógica excepcional. Él no es un historiador “clásico” lo que le permite valerse, sin prejuicios, de múltiples recursos investigativos-narrativos, frecuentemente ignorados por académicos de la especialidad.
En sus estudios la historia ejerce el papel preponderante, pues sus reflexiones parten invariablemente –adoptando formas nada ortodoxas- de la dimensión pasada de acontecimientos y fenómenos, para hallar el esclarecimiento de situaciones contemporáneas que lo inquietan. Más que fabular sobre determinados hechos, Bosch se dedica constantemente a la faena de interpretar-reinterpretar acontecimientos y procesos.
La mirada historiográfica de Bosch es absolutamente dialéctica, entendiendo la riqueza del conocimiento histórico, económico, político y social en su contradicción. Desde ese ángulo establece la relación de los hechos históricos con el entramado económico y social que los rodea. En su obra es palpable que no queda inmóvil ante la manipulación que se efectúa sobre figuras de honda significación para nuestros pueblos.
Para Bosch la historia “habla”, “dice”, “devela”, “cuenta”, “atestigua”, “prueba”, “enseña”. Ella nos es una bola de cristal para que alguien anuncie el futuro, pero sí constituye un sistema de herramientas que resulta imprescindible emplear de forma creadora, para aproximarnos a la esencia de lo que hoy palpamos. En su mente la historia (comprendida en su flujo incesante pasado-presente-futuro) no es evasión, escape, ni rehuir de una realidad concreta determinada. Es ante todo fuente de inspiración para la transformación social.
Entiende la historia desde una óptica coherente, lo que implica el conocimiento profundo, por ejemplo, de las tendencias, regularidades o rupturas, que un acontecimiento contiene. Ello hace que evalúe los procesos siguiendo esos derroteros, percatándose cuando alguna anomalía rompe dicha organicidad, o asegurando que algo se ha producido de una forma por que “la historia no perdona absurdos”.
Fue Trujillo la figura a la que dedicó Bosch mayor número de reflexiones. Además de las innumerables veces en que la analizó para diferentes publicaciones periódicas (Vanguardia del Pueblo y Política, Teoría y Acción, por ejemplo, entre muchas de todo el  continente) le dedicó íntegramente dos libros: Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo (1959) y La fortuna de Trujillo (1985), unido a amplios capítulos dentro de Póker de espanto en el Caribe, escrito en 1955 pero publicado por vez primera en 1988 y en Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana (1964).
En un primer momento matizaron esas evaluaciones los enfoques personológicos, sustentados desde la psicología, los cuales dieron paso a exámenes que se nos revelan como verdaderas evaluaciones integrales, donde convergen múltiples valoraciones que aparecen enhebradas desde la perspectiva clasista. Ello nos permite ver más allá de los rasgos físicos y la ejecutoria tenebrosa del dictador, a partir de entregarnos un cuadro profundo de la historia de la República Dominicana, el Caribe y Latinoamérica en general, en la misma medida en que afloran vicios y desvaríos del sátrapa. [1]
Desde esa óptica Bosch lo capta como un producto de su tiempo. No podemos soslayar que el intelectual caribeño, cuando emprende dicha tarea, es ya un profesional en el arte fotográfico, altamente capacitado para aportar obras de gran valor, erigidas en encuadres que, sin que pierdan el foco nítido sobre la figura principal, contienen al mismo tiempo impresionante `profundidad de campo´ o lo que es igual, el paisaje social que radica al centro de sus trabajos, en sí mismos portadores de sólidos elementos que garantizan acercarse a ellos con rigor.
La clave para ello está en que no la emprende contra Trujillo mediante una sarta de adjetivos que califiquen sus fechorías, sino que defiende la idea de que únicamente esclareciendo, como propone, en qué momento de la historia de su pueblo surgió, qué relaciones fue configurando en diferentes etapas, de qué manera operaron en su mente las frustraciones juveniles y otros aspectos, no solo obtendría una pieza más exacta, sino que aportaría luces en el camino de comprender que el tiempo histórico que `parió´ hombre de tan baja calaña no puede repetirse.
Los trabajos de Bosch sobre Trujillo constituyen uno de los ejemplos más completos de estudios biográficos abarcadores, muy por encima de las conocidas relaciones detalladas de la participación de las figuras en los hechos, pero vacías en cuanto a sondear la complejidad de la proyección de las mismas dentro y fuera de su ámbito.
Lo primero que resalta en su propuesta es la circunstancias que permitieron se formara “la atmósfera necesaria a la aparición de Trujillo como dictador”. [2]  Ello es un punto cardinal, que aplicará al resto de los asuntos que examina, porque significa que tanto una figura como un proceso van a encontrar espacio dentro de determinado contexto, visto ello también como la confluencia de numerosos factores que no están estáticos ni mucho menos, sino en pugna, y es precisamente en esa lid que se irá conformando la “atmósfera” consustancial a cada momento histórico.
Con independencia de la regularidad de la historia, así como nadie se baña dos veces en el mismo río, las situaciones son únicas e irrepetibles, por lo que no pueden clonarse o transportarse en el tiempo por voluntad de una persona.
Bosch defiende esto, desde la postura de que el algoritmo insustituible para saber el conglomerado que permitió el surgimiento de algo o alguien es escarbar todo lo posible en dicho período y en sus antecedentes.
Un ejemplo de esa apreciación lo encontramos en el examen que realizó sobre José Martí, señalando que su extraordinaria proyección es el resultado de una serie de factores que encontraron su punto de ebullición en la Cuba de la medianía del siglo XIX. No tiene dudas, siguiendo su método de interpretación integral sobre los hechos y los seres humanos, que el Héroe Nacional cubano solo podía irrumpir en ese momento en la Mayor de las Antillas y no en otra de las colonias hispánicas. [3]
En tal postulado coincide con lo explicado en muchas ocasiones por Fidel, acerca de las relaciones existentes entre las personalidades y su tiempo concreto determinado. [4]
Volviendo al escrutinio sobre Trujillo, el analista resalta igualmente que su aparición tiene lugar justo cuando: “La expansión imperialista de los Estados Unidos se hallaba en su apogeo y el Caribe era la zona natural de esa expansión” en una sociedad donde prevalecían determinados males, desde los días iniciales de la etapa colonial, entre ellos aquel que establecía la división de la familia nacional en castas. [5]
Desarrolla con rigor está idea porque considera que la paradoja que implicaba entender esa división como algo superficial, a la vez que profunda, también actuó como caldo de cultivo para el ascenso de un hombre como Trujillo con “complicada alma llena de abismos”.
Tuvo tanto peso que no alberga dudas que Trujillo nunca le perdonó a su pueblo que él no naciera como alguien “de primera”. Es interesante, al mismo tiempo, la conclusión a la que arriba de que la psicología de Trujillo, idónea para ser transformada por los complejos, encontró un medio social adecuado, precisamente porque “chismes” e intrigas “se producían como fruto natural del ambiente” y Trujillo era, desde su etapa de mozalbete, gran exponente de la intriga, don que Bosch afirma vino con él al mundo.
De igual manera reconoce que ello, unido a dotes innegables de mando y condiciones para el trabajo y la organización, acabaron garantizándole su ascensión dentro de la Guardia Nacional —cuerpo que sirvió simultáneamente como policía rural y ejército emanado de la intervención yanqui de 1916— hasta alcanzar en un quinquenio (ingresó en 1919 como cadete) el segundo puesto de mando en ella.
Entiende asimismo que el Trujillo dictatorial vino a confirmar que el caudillo es la encarnación de la división de nuestras masas, así como el reflejo y la consecuencia de su escasa evolución política. Visto de esa manera no tiene dudas de que fue: “el producto de las deformaciones del medio social en que nació y creció; políticamente el hijo legítimo de una larga crisis nacional que tuvo su punto culminante en la ocupación militar norteamericana”.
Comprendiendo que no basta con identificar aquellos factores que actúan como ingredientes en la conformación de una situación o personalidad específica, se pregunta cómo se unieron y mediante qué poderosas fuerzas entraron en acción. De inmediato emerge ante sus ojos que la propia aparición y desarrollo de la economía capitalista en una nación, que en esa tarea histórica se hallaba a la zaga, dotó a la ejecutoria tiránica emprendida por Trujillo de: “un impulso interior de poder avasallador”.
Mediante el examen de las experiencias sobre la explotación capitalista en Haití, Cuba y Puerto Rico, demuestra que un país como la República Dominicana no podía continuar permaneciendo al margen de dicha corriente (hasta la segunda década del siglo XX solo se encontraban en algunos esferas determinados atisbos de dicho modo de producción) entre otras razones porque: “La Historia no perdona esos absurdos”.
Este es un concepto medular que implica sumir la relación indiscutible entre el tiempo y los hombres que lo pueblan, en tanto se comprende que la historia como coherencia no tolera absurdos ni aberraciones, llamada a resolverse mediante disímiles salidas, unas veces como estallido revolucionario social y otras como irrupción violenta de actores que capitalizaron hacia sus figuras cuotas desmedidas de poder.
En el caso particular de Trujillo, el ilustre pensador dominicano cree que desde su más temprana juventud careció de escrúpulos y de sentido del límite, “porque es un psicópata”. No se trata de pintar a todo costo una personalidad demoníaca, sino de aportar elementos que permitan acercarse a la raíz de un fenómeno del que `Chapita´ fue rostro visible.
En la larga noche de más de 30 años que vivió el pueblo dominicano bajo su bota, confluyeron situaciones particulares que igualmente deben ser evaluadas, como el hecho de que Trujillo, al tiempo que oprimía a sus compatriotas como dictador, los explotaba desde su posición empresarial inigualable. Llama la atención sobre la necesidad de comprender ese carácter dual que encarnó Trujillo como requisito sine qua non, para digerir lo que aconteció en su país desde los años 20, y fundamentalmente, como ello influyó en que familias, grupos sociales y personas en general se vieran compelidas a acatar las disposiciones del siniestro personaje.
Aplicando con rigor el dominio sobre los nexos entre los componentes económicos y sociales dentro de los procesos históricos, expone con precisión que: “El empresario Trujillo y el dictador Trujillo no entran en contradicción; tienen los mismo intereses; son una misma y sola persona” y ello, en buena medida, condiciona que en sus predios no se produjera una separación entre los poseedores de determinada riqueza y los acreedores de poder político, la cual habría resultado indispensable para dar inicio a una agrupación social que echara por tierra a tan nefasta figura.
Trujillo —en un sendero  extensivo a Batista, Somoza y Pérez Jiménez, si bien el de la tierra del merengue desbordó ciertas pautas que tuvieron que acatar sus congéneres del mal— no fue animado nunca por aspiraciones de fomentar el desarrollo cultural e integral de sus ciudadanos, sino que únicamente alentó proyectos de beneficio popular, aunque de alguna forma (expuesto ya que era prácticamente amo y señor de todo) una parte de ellos tocaran a determinados sectores sociales.
Bosch no quiere que haya aquí dilema alguno, porque “Ahora bien, Santo Domingo ha progresado como propiedad privada, no como país; como una hacienda del dictador, no como un pueblo”. [6]
“A LA PATRIA NO SE LE USA, SE LE SIRVE”. Juan Bosch
A continuación del golpe de estado y de la ocupación “Made in USA”, de 1965 interiorizó con mayor elocuencia que resultaba impostergable ahondar los conocimientos políticos. Meditando en ello fue que decidió emprender dicha batalla, de innegables dimensiones ideológicas.
Alejado de su país físicamente, nunca perdió el hilo que lo conectaba a la realidad quisqueyana, ni en el contenido ni en la formas consustanciales a la esencia de los habitantes de esa nación. En Europa reflexionó sobre las urgencias que planteaban  los tiempos modernos, en cuanto a las infraestructuras de organización política y la participación ciudadana en el ejercicio del poder.
A sus 64 años, sin amilanarse en modo alguno, optó por renunciar a su condición de Presidente y miembro del PRD. Era el 18 de noviembre de 1973. Con el ímpetu de un imberbe que debuta ilusionado a la política en los predios universitarios, treinta y dos jornadas después, exactamente el 15 de diciembre, procreó el nuevo aparato de combate: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Lo hizo mediante un evento de parto al que denominó Congreso Constitutivo Juan Pablo Duarte. Inspirado en la rica historia de su pueblo  exhortó a la criatura política naciente a edificar la gesta emancipadora iniciada por el prócer en 1844.
Con esta maquinaria se enroló, cual nueva expedición para salvaguardar los objetivos prístinos de los libertadores decimonónicos, esta vez desde las posibilidades asociadas al sufragio de los ciudadanos, en un quinteto de procesos electorales, entre 1978 y 1994. Los mecanismos de propaganda neoliberales, perfectamente sincronizados para lanzar matrices de opinión que atemoricen a los votantes, cuando se trata de contrarrestar el empuje de candidatos genuinamente independientes en sus formulaciones, impidieron que obtuviera la victoria en las urnas. Inclusive en 1990, en que todos los observadores foráneos reconocieron al PLD como el partido más votado, le escamotearon el triunfo en una justa a todas luces amañada.
Pese a tales contratiempos el recio pensador, ya con la cabellera completamente de blanco, no se retiró a lamentarse ni se resignó a abandonar las batallas que le correspondían Así, reguardado con la coraza infranqueable que proporciona la honestidad, prestó su verbo y pluma a causas internas y extrafronteras con el entusiasmo acostumbrado.
Se le vio, por ejemplo, en las sesiones del Tribunal Russell II, acusando a quienes mediante la concertación Cóndor y otros engendros, arrancaron la vida a miles de compatriotas de la patria grande. En Quito, la cuna del inmenso Eloy Alfaro, se recuerda su participación en las audiencias solemnes del Tribunal Antiimperialista de Nuestra América (TANA), espacio de participación encabezado por el también combatiente imprescindible Guillermo Torriello. Dieciocho meses más tarde, en agosto de 1985,  anduvo por los salones del Palacio de Convenciones, en el oeste habanero, acompañando a Fidel en su justísimo reclamo de que la deuda externa de América Latina y el Caribe, había sido pagada con creces por nuestros esquilmados habitantes.
Ninguna injusticia dejó de recibir su condena militante. Uno de los casos en que más brilló su ejemplo fue cuando se intensificaron las agresiones contra la Nicaragua sandinista, con la llegada al Salón Oval de Ronald Reagan. Desde la Managua libre rojinegra del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Bosch propuso el surgimiento del Batallón “Simón Bolívar” para proteger la inédita experiencia independentista centroamericana. La peculiar iniciativa estaba destinada a atraer a científicos, educadores, artistas, poetas, pintores, cineastas, y trabajadores en general de todo el orbe, impidiendo que las garras norteñas, a través del empleo de la “contra” que pertrechaban, se cebaran en los parajes del “General de Hombres Libres”, Augusto César Sandino.
Por su trayectoria ejemplar recibió numerosas condecoraciones nacionales e internacionales. El sábado 11 de junio de 1988 el Comandante en Jefe colocó sobre su pecho la Orden José Martí.  Antes el Consejo de Estado le otorgó también la Orden Félix Varela. Venezuela le confirió la Orden Simón Bolívar, mientras que Francia le entregó la Legión de Honor.
El Comandante en Jefe seis años atrás, por último, ofreció un hermoso testimonio que refleja, en toda su dimensión, el aprecio por el insigne luchador.
“Estando en la isla, un día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos, Juan Bosch. Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo a mí me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó. Lo recuerdo como un hombre mayor. Cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 ó 37 años. Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, al igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles; transmitía todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás, estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorpora a la acción, llegada la hora de la lucha – un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de nuestra propia guerra-. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado. Muchas veces nos íbamos para el extremo de la isla y conversábamos; sus palabras me marcaron mucho. Así nos hicimos amigos. La amistad tiene un mérito por su parte, él ya era una personalidad y yo era un estudiante joven que no significaba nada entre tantos jefes, coroneles… Yo era un teniente y mandaba un pelotón. Sin embargo, Bosch me trató con mucha deferencia y consideración”. [7]
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] El conspicuo profesor Piero Gleijeses, académico sobre política exterior de los Estados Unidos y asuntos latinoamericanos, de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la prestigiosa Universidad Johns Hopkins – autor igualmente de uno de los análisis más encumbrados sobre la presencia militar cubana en África-, escribió un voluminoso libro sobre los acontecimientos vinculados a la invasión yanqui a Santo Domingo. En la obra presenta diferentes valoraciones sobre el sanguinario “Jefe”. En una de ellas expresa: “Trujillo convirtió al gobierno en un circo de marionetas y payasos, que brincaban y giraban a indicación del látigo del maestro de ceremonias. `El Jefe es justo hasta cuando castiga´. (Respondió un Secretario de Estado al ser humillado por el déspota) Y Trujillo castigaba sin piedad; nadie podía olvidar que él era el amo. Quebró toda resistencia mediante el terror sistemático; la República Dominicana se transformó en un vasto campo de concentración, supervisado por una policía secreta que, con sus informantes y sus micrófonos ocultos, parecía estar en todas partes. Prevalecía una atmósfera de desconfianza, incluso entre miembros de una misma familia; el terror y el oportunismo llevaban a la traición y a la delación. El miedo iba de la mano con el adoctrinamiento. En las escuelas, en la Universidad, en la vida `intelectual´, el culto a Trujillo era lo principal. La dignidad se convirtió en una virtud rara y costosa. Nadie podía permanecer neutral; la indiferencia con respecto al régimen se consideraba oposición a él. La adulación abyecta pasó a ser una virtud cívica, de la que el Congreso daba ejemplo. Por una Ley de 1936 el nombre de la capital –la más antigua ciudad española del Nuevo Mundo- fue cambiado de Santo Domingo de Guzmán a Ciudad Trujillo. Después de este cambio, un chaparrón de decretos esparció el nombre del dictador y su familia sobre las ciudades y provincias del país. Al mismo tiempo, la prensa, las asociaciones profesionales y ciudadanos privados competían entre sí, en un frenesí de adulación. Trujillo fue proclamado primer médico, primer abogado, primer ingeniero, primer intelectual. Se le comparó a Napoleón, a César, a los más grandes personajes del pasado y del presente. `Dios y Trujillo´ se convirtió en expresión corriente. Habría sido más adecuado decir `Trujillo y Dios´. Trujillo correspondió a la adulación sin límites de sus súbditos con la humillación constante de los ciudadanos más prominentes. La arrogante gente de primera –la antigua élite- optó por someterse, uniéndose al coro de alabanzas y aceptando los insultos y las humillaciones de parte del amo”. La Esperanza Desgarrada. La rebelión dominicana de 1965 y la invasión norteamericana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011, pp. 48-49.
[2] Juan Bosch: “Problemas de la democracia en Nuestra América”, escrito originalmente en Madrid en enero de 1957, publicado en Política: Teoría y Acción, Año 11, No. 122, mayo de 1990, en: Juan Bosch: Temas Internacionales… Ob. Cit., p.  571.
[3] Sobre Martí escribió: “José Martí y Máximo Gómez; el primero porque no se limitó a ser un agitador anticolonialista sino que hizo algo desconocido en las luchas por la independencia de nuestros pueblos, que fue crear, organizar y dirigir un partido al cual le tocaría, a su vez, organizar y dirigir la guerra contra España, a lo que hay que agregar su condición de intelectual y artista extraordinario de la palabra hablada y escrita, actividad en la que no lo ha superado nadie en los países de lengua española, sin excluir a España”, añadiendo en otro momento “ Por ejemplo, un José Martí no podía haberse dado un siglo antes en ninguno de los países que hicieron la guerra de liberación contra España en el primer tercio del siglo XIX porque la formación intelectual de Martí requería el tipo de ambiente económico, social, y cultural que había en Cuba cuando iba creciendo el futuro Apóstol, como le llamó y le llama su pueblo, y ese ambiente, el de la década de 1851 a 1860, no se hallaba en ningún país de Hispanoamérica en los tiempos en que Bolívar, San Martín o Hidalgo eran niños. Cuba tuvo ferrocarriles antes que España y que cualquiera de las que habían sido colonias americanas de España, y el símbolo de la modernización que era el ferrocarril conllevaba muchos otros valores que iban a contribuir en la formación intelectual y emocional de José Martí y de varias personalidades cubanas”. Juan Bosch: “Vidas paralelas”, publicado originalmente en Política: Teoría y Acción, Año 8, No. 89, agosto de 1987, en: Ibídem, pp. 459-460.
[4] En las palabras que pronunció en la clausura de la Conferencia Internacional “Por el Equilibrio del Mundo”, en homenaje al 150 aniversario del natalicio de nuestro Héroe Nacional, Fidel expresó: “A lo largo de la historia ha quedado demostrado que de las grandes crisis han salido las grandes soluciones, y en ellas y de ellas han surgido los líderes. Nadie crea que los individuos hacen la historia. Los factores subjetivos influyen, aceleran con sus aciertos o retrasan con sus insuficiencias y errores los procesos históricos, pero no determinan el resultado final. Ni siquiera un hombre tan genial como Martí –podría decirse igualmente de Bolívar, Sucre, Juárez, Lincoln y otros muchos hombres admirables como ellos- habría sido conocido por la historia de haber nacido, por ejemplo, treinta años antes o después. En el caso de Cuba, de haber nacido nuestro Héroe Nacional en 1823 y cumplido 30 años en 1853, en medio de una sociedad esclavista y anexionista dueña de plantaciones y enormes masas de esclavos, y sin existir todavía el poderoso sentimiento nacional y patriótico forjado por los gloriosos precursores que iniciaron en 1868 nuestra primera guerra de independencia, no habría sido posible entonces el inmenso papel que desempeñó en la historia de nuestra Patria”. Fidel Castro Ruz: La fuerza de las ideas, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2008, p. 10.
[5] Juan Bosch: “Problemas de la democracia en Nuestra América”… Ob. Cit., p.  574.
[6] Ibídem, pp. 576-581.
[7] Katiuska Blanco Castiñeira: Fidel Castro Ruz. Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, Primera Parte, Tomo I, Casa Editora Abril, 2011, pp. 382-383.
* El autor es Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.

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