En EEUU está creciendo un potente movimiento antifascista en respuesta a la ultraderecha en auge con la elección de Donald Trump. Publicamos un esclarecedor artículo aparecido en el NYT.
OAKLAND, California — Hace unos días, cuando se hizo la marcha “Unamos a la derecha” en Charlottesville, Virginia, un mensajero de 27 años se acercó a los manifestantes preparado para el combate. Se unió a una cadena humana frente al Parque de la Emancipación para impedir que olas de supremacistas blancos —algunos de ellos vestidos con el uniforme nazi— pudieran proseguir su marcha.
“Tan pronto como se acercaron”, dijo el joven —quien se negó a dar su nombre y pidió que lo llamáramos Frank Sabaté en honor al famoso anarquista español—, “comenzaron a enseñar palos, escudos y los puños. No me avergüenza decir que no titubeamos en defendernos”.
Sabaté es miembro de un polémico movimiento de izquierda conocido como antifa. El término, un acortamiento de la palabra “antifascista”, describe a los numerosos activistas radicales que han aparecido en distintos eventos a lo largo del país durante los últimos meses, y que se han enfrentado abiertamente contra los supremacistas blancos, extremistas de derecha y, en algunos casos, simpatizantes del presidente Donald Trump. Animados en parte por la elección de Trump, han peleado con sus opositores conservadores en marchas políticas y mítines en universidades, argumentando que una forma crucial de combatir a la extrema derecha es enfrentarse a sus seguidores en las calles.
A diferencia de la mayoría de los contramanifestantes en Charlottesville y en cualquier otra parte, los miembros de antifa no tienen ningún recelo en usar los puños, palos o latas de gas pimienta para enfrentarse al despliegue de militantes de derecha a los que definen como una amenaza fascista para la democracia estadounidense. Una decena de miembros de este movimiento explican que la nueva derecha del país exige una respuesta física.
“La gente está empezando a entender que a los neonazis no les importa si eres tranquilo o pacífico”, comentó Emily Rose Nauert, una chica de 20 años que es integrante de antifa y se convirtió en un símbolo del movimiento en abril, cuando un líder nacionalista blanco le propinó un puñetazo en la cara durante una aglomeración cerca de la Universidad de California, en Berkeley.
“Necesitas violencia para proteger la no violencia”, añadió Nauert. “Obviamente eso es muy necesario en este momento. Es la guerra frontal, básicamente”.
Otras personas de izquierda están en desacuerdo, ya que opinan que los métodos de antifa dañan la lucha contra el extremismo de derecha y le han permitido a Trump argumentar que hay dos bandos que están a la par. Los críticos de antifa apuntan al poder de la desobediencia pacífica durante la era de los derechos civiles, cuando las marchas multitudinarias y los protestas contra la segregación en los restaurantes en el Sur acabaron por erosionar la consagración legal de la discriminación.
“Estamos en contra de la violencia, de eso no hay duda”, dijo Heidi Beirich, directora del Proyecto de Inteligencia del Southern Poverty Law Center, que monitorea a los grupos de odio. “Si quieres protestar contra racistas y antisemitistas, debes hacerlo pacíficamente y de preferencia lejos de donde estos grupos se manifiestan”.
Los seguidores de antifa —algunos armados con palos y con la cara cubierta— participaron en las batallas campales en las calles de Charlottesville, pero es imposible saber cuántas personas pertenecen al movimiento. Sus seguidores reconocen que es secreto, no tiene líderes oficiales y se organiza en células locales autónomas. Es uno más de los grupos que pertenecen a la constelación de activistas que se han reunido en las últimas semanas en la lucha contra la extrema derecha.
Motivados por un gran abanico de pasiones políticas —entre ellas el anticapitalismo, el ambientalismo, los derechos de diversidad sexual y de los pueblos indígenas— el movimiento reúne a comunistas, socialistas y anarquistas que han encontrado una causa común en el enfrentamiento a los extremistas de derecha y los supremacistas blancos.
En la lucha contra la extrema derecha, el movimiento antifa se ha aliado con el clero local, los miembros del movimiento Black Lives Matter y los activistas de justicia social. También ha apoyado a grupos de nicho como los combatientes del Bloque Negro, que se enfrentaron a fuerzas de derecha en Berkeley este año, y By Any Means Necessary, una coalición formada hace más de dos décadas para protestar contra la prohibición de California a la acción afirmativa en las universidades.
George Ciccariello-Maher, catedrático de la Universidad Drexel en Filadelfia y que se reconoce como seguidor y estudioso de antifa, dijo que no tenían un origen único. El grupo tiene antecedentes en Europa, en particular en Alemania e Italia, donde sus primeros adeptos intercambiaron disparos con los nazis en la década de 1930 y lucharon contra los Camisas Negras de Benito Mussolini. Su historia más reciente tiene sus raíces en la escena musical del punk rock, las protestas en contra de la globalización de los noventa y el movimiento Occupy Wall Street.
Lo más cercano a un principio orientador que podría tener antifa es que no se puede razonar con las ideologías que identifica como fascistas o que están basadas en una creencia de inferioridad genética, y por lo tanto se les debe oponer una resistencia física. Sus adeptos desdeñan la política liberal tradicional y tienden a luchar contra la derecha con lo que llaman “acciones directas” en lugar de confiar en las autoridades gubernamentales.
“Ante esta amenaza seria y peligrosa, y la violencia que ya ha causado, ¿qué es más peligroso? ¿No hacer nada y tolerarla o confrontarla?”, preguntó Frank Sabaté. “Su existencia misma es violenta y peligrosa, así que no creo que usar la fuerza o la violencia para enfrentarla sea poco ético”.
Otra activista antifa llamada Asha, de 28 años, dijo que “la defensa del genocidio y la supremacía blanca es violencia”. Y añadió: “Si nos mantenemos al margen, les estamos permitiendo construir un movimiento cuyo objetivo final es el genocidio”.
En los días que siguieron a los sucesos violentos de Charlottesville, algunos miembros de antifa respondieron con un llamado enfurecido a tomar las armas, diciendo que no podían rendirse ante los que describieron como “agresores” de la derecha, incluso si eso significaba llegar a enfrentamientos armados.
“Espero que nunca lleguemos a eso”, dijo un anarquista californiano de 29 años que usa el seudónimo Tony Hooligan. “Pero estamos dispuestos a hacerlo”.
No todos los seguidores del movimiento antifa son tan beligerantes, ni solo recurren a tácticas violentas. Cuando no asiste a lo que llama “grandes movilizaciones” como la de Charlottesville, Frank Sabaté organiza actividades comunitarias, defiende la reforma carcelaria y distribuye literatura anarquista en conciertos de punk rock. Otros activistas dicen que hacen lo mismo en bastiones antifa como Filadelfia, el área de la bahía de California y la región del noroeste del Pacífico.
El campus de Berkeley ha sido un caldo de cultivo de actividad antifa, y los funcionarios de la universidad han criticado al grupo. En febrero, manifestantes vestidos de negro, algunos de los cuales se identificaron como antifa, rompieron ventanas, arrojaron bombas molotov y allanaron el edificio del campus, ocasionando daños por 100.000 dólares.
“La sola idea de refutar ideas y opiniones con violencia es opuesta a la ética que representa una universidad”, dijo el vocero Dan Mogulof.
Una de las principales funciones de antifa, según sus adeptos, es monitorear las páginas web de derecha y de supremacistas blancos como The Daily Stormer y exponer a los grupos extremistas en mensajes que se publican en sus propias páginas web, como ItsGoingDown.org. Según James Anderson, quien ayuda a dirigir el sitio, el interés en la web ha aumentado desde los acontecimientos de Charlottesville, ya que se han sumado más de 4000 seguidores a los más de 23.000 que tenían.
Sin embargo, antifa “no es algo nuevo que hay que hacer porque está de moda”, añadió Anderson. Algunos de los que se enfrentaron contra los de derecha en la asunción de Trump o en eventos más recientes en Nueva Orleans y Portland, señaló, eran veteranos de acciones en la Convención Nacional Republicana de Minneapolis en 2008, donde cientos de personas fueron arrestadas, y en campamentos del movimiento Occupy en ciudades de todo el país.
No obstante, dijo Anderson, el resurgimiento de la extrema derecha con Trump ha renovado un sentimiento de urgencia.
Uno de los ejemplos más vívidos de la violencia antifa tuvo lugar en enero en la toma de posesión de Trump, donde un miembro enmascarado del movimiento golpeó al conocido supremacista blanco Richard Spencer (a quien un activista antifa roció con gas pimienta en Charlottesville). Ese golpe dio inicio a un debate nacional sobre si podía justificarse moralmente el hecho de “golpear a un nazi”.
Spencer, un férreo enemigo de la izquierda, todavía distingue entre las diversas facciones de sus oponentes. “Es importante diferenciar a los antifa de los liberales”, aclaró. “No creo que sea una exageración decir que el movimiento antifa cree en usar todos los medios necesarios. Tienen una vena sádica”.
Otras figuras de derecha, como Gavin McInnes, fundador de Proud Boys, una fraternidad conservadora formada por chauvinistas occidentales, dijo que el movimiento antifa no se ha hecho ningún favor al asumir que sus enemigos comparten por igual las mismas opiniones. McInnes fue invitado a Charlottesville pero dijo que rechazó la invitación por la presencia de supremacistas blancos como Spencer.
Al igual que muchos de sus opositores, algunos antifas insisten en que solo reaccionan a una agresión preexistente. “La esencia de su mensaje es la violencia”, dijo Jed, un organizador del movimiento en Nueva York que pidió que no se mencionara su nombre. “El otro lado —el suyo— solo responde”.
Sin embargo, Nauert comentó que creía que, ahora más que nunca, la “confrontación física” sería necesaria. “Al final”, concluyó, “eso es lo que hay que hacer, porque los nazis y los supremacistas blancos no están aquí para hablar”.
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