viernes, 21 de junio de 2013

La venas rotas de mi ciudad esperando al gallo del alba

"Mientras la ciudad aún a las cuatro esté encendida y haya un lugar que te distraiga por ahí, un humilde lugar, un pequeño lugar..."
 
Silvio Rodríguez - Canción de la columna juvenil del centenario
 
Una anciana en las calles de mi ciudad con maletas y un trocito de papel que dice, “Tengo hambre”. A los pocos metros tirado en el sucio suelo, un señor mayor, de unos 80 años, con un perro de mirada triste, junto a un cartel de las fiestas de San Juan, sucio, temblando de frio, rodeado de bolsas con todas sus pertenencias, como si aquel rincón de una capital embravecida de consumo, especulación y políticos ladrones fuera su hogar. Una residencia en la tierra miserable, desahuciada, al borde del solsticio de un abismo inminente, cruel y provocado por los que ostentan el poder corrupto, los mismos delincuentes que nos quieren hacer creer que vivimos en una democracia, que no es más que un nido de mafiosos entre el glamur, la encrucijada de un municipio devastado, al que promocionan como ciudad Europea de la ultra periferia.
 
Esa lúgubre urbe isleña, colonial, parte de un estado que debería garantizar el bienestar y la libertad de la ciudadanía, pero que sin embargo expropia, expulsa de sus casas a familias enteras, condena al desempleo a más de 6 millones de personas, obliga a los jóvenes a partir de su tierra, a exiliarse en el camino de la explotación a manos de los mercaderes de la Europa de la troika y el Facio.
 
La perspectiva insular de un régimen del sobre que conduce al suicidio por razones económicas a miles de almas desgarradas, seres inocentes sin esperanza que cada día se cuelgan de una pérfida soga, se tiran de un puente siniestro o se cortan las venas mirando al infinito, como si eligieran la salida menos dolorosa a una situación social insostenible, mientras ven como sus hijos pasan hambre y desconsuelo, machacados por un estado de las cosas insufrible de pobreza, hambre y miseria.
 
Otros camorristas de la Cosa Nostra de guante blanco, destruyen una sanidad que cada día, por ley, regalan a su propia mafia familiar, arrasando por una educación pública cercenada, destruida, para que cuatro curas pederastas se adueñen del futuro y la mente limpia de millones de niños y niñas de corazón puro.
 
Los diarios y las nauseabundas televisiones hablan de un Fiscal General del Estado que brama, que exige indignado a un juez que excarcele de forma inmediata a un banquero, un tipejo que se apropio de millones de euros, que robó los ahorros de cientos de miles de ciudadanos, que negocio con la gusanera mafiosa de Miami a precio de oro, que compró, que malgastó el dinero de todos para enriquecerse.
 
Un delincuente financiero más de los muchos que ya forman parte de nuestra asquerosa cotidianeidad, muy amigo de un ex presidente con las manos manchadas de sangre, fiel defensor de las invasiones y genocidios del imperio, respaldado por el partido del gobierno y otros esquineros de los prostíbulos del poder. Un personaje de bigote hitleriano que movió los hilos, el cielo y la tierra, para sacar del trullo a su colega de andanzas y latrocinios.
 
Dejo de pensar por un instante mientras recorro las calles desoladas, me veo reflejado en las miradas de buenas personas desesperadas que pasan a mi lado, sin trabajo, sin futuro, sin nada. Que esperan sin saber lo que vendrá, que contemplan atónitos a donde nos lleva la casta ladrona que ostenta el poder, que nos arrastra al sendero de la inminente esclavitud, a unas cadenas que ya nos están colocando en nuestros cuellos, como hicieron los negreros del violento pasado, solo que ahora van disfrazados de buenas intenciones, recortes, reformas y destrucción de los derechos que tantos años nos costaron conquistar.
 
La ciudad resiste a pesar de todo la insolencia de los mafiosos del coche oficial, los abusos de poder, los robos y las prebendas.
 
Por instantes parece que sigue siendo patrimonio del pueblo y de las esquinas a veces estalla, aparece sin más, en la soledad de la tarde, una brizna de esperanza.
 
Seguiremos sin entregar nuestros corazones.
 

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