lunes, 2 de abril de 2018

Las redes no son gratis, las pagas con tus datos


A pesar de que Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram y otras redes más pequeñas como Snapchat sean las encargadas de recopilar los datos, el estudio y la sistematización de los mismos se hace en empresas que normalmente operan fuera del radar de la mayoría de los usuarios.
Toda interacción con Internet crea datos que en su mayoría son resguardados en un lugar que desconocemos. Al colocar una foto de perfil en cualquier red social, ese archivo se guarda efectivamente en un servidor privado bajo unos esquemas de privacidad que no son auditables por el usuario. Así como pasa con las fotos también sucede con las conversaciones, los correos, los archivos e información de uso: como el tiempo que se pasa en una página, el contenido de las búsquedas, los historiales de compras en Internet, datos geográficos, preferencias musicales, grupo etario y más.
Las operaciones de mercadeo que suelen derivar de la información tan detallada que cada usuario publica en Internet fueron sólo el comienzo. En un principio se supo de empresas privadas que modificaban sus estrategias de mercado teniendo en cuenta las opiniones que las personas tenían de la marca en redes sociales, pero para obtener esos datos no revisaron perfil por perfil, sino que compraban a la red social de turno toda la información que necesitaban, fuese privada o pública; mensajes directos, descripciones de fotografías o comentarios.
Más recientemente esa información ha servido para crear perfiles electorales, de forma que puedan ser utilizados para vender ya no una marca, sino un candidato a presidente o una propuesta en especial. Vale acotar que estos perfiles individuales no paran de crecer, cada vez son más detallados y completos, incluyendo actualmente el reconocimiento facial y las rutas transitadas, elementos clave para el control social.
A pesar de que Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram y otras redes más pequeñas como Snapchat sean las encargadas de recopilar los datos, el estudio y la sistematización de los mismos se hace en empresas que normalmente operan fuera del radar de la mayoría de los usuarios, como Cambridge Analytica y detrás de ésta el SCL Group, quienes describen sus actividades de la siguiente forma:
“SCL Group proporciona datos, análisis y estrategias a gobiernos y organizaciones militares de todo el mundo. Durante más de 25 años, hemos llevado a cabo programas de cambio de comportamiento en más de 60 países y hemos sido reconocidos formalmente por nuestro trabajo en defensa y cambio social”.

El escándalo

Estas empresas ya no están más en las sombras, desde el escándalo mediático que se armó cuando un antiguo miembro fundador de Cambridge Analytica declaró que Facebook había entregado datos de 50 millones de perfiles para ser explotados con fines electorales por parte del comando de campaña de Donald Trump en las más recientes elecciones presidenciales de los EEUU.
Por un lado estos señalamientos generaron una caída importante de las acciones de Facebook, así como también sirvió para mermar aún más la confianza en las instituciones tradicionales del Estado-nación, ahora tachadas de manipuladoras y corruptas, con bastantes razones.
Cambridge Analytica es sólo un chivo expiatorio, el golpe real es contra la política tradicional
Se infiere a través de las miles de noticias que se han generado que sin esta “ayuda” adicional de Cambridge Analytica, los triunfos electorales del Brexit y de Donald Trump no hubiesen sido posibles, pero no se detienen allí, sino que algunos bodrios desinformativos como Televisa e Infobae también se atreven a relacionar a Rusia con el escándalo, aun cuando públicamente Facebook declarase que no están involucrados en absoluto.

¿Qué hay detrás de esta escaramuza controlada?

Las operaciones psicológicas no fueron inventadas hace dos años, son una herramienta más dentro del esquema de guerra generalizada en todo el planeta. A pesar de que el término Big Data se pusiera de moda luego del triunfo electoral de Trump, el uso de esta herramienta para estudiar y posteriormente manipular conductas colectivas se remonta a la guerra de Estados Unidos contra Vietnam.
Entonces el problema no parece estar en las herramientas sino para qué se las usa, ya que desde todos lados han comenzado a aparecer nexos de Cambridge Analytica con instituciones colombianas, mexicanas, argentinas y otras más, pero en ningún caso se ha hecho tanto alboroto como con el Brexit o la presidencia de Trump, dejando implícito que justo esos dos acontecimientos fueron especialmente incómodos para los que hoy patrocinan tantas acciones legales y mediáticas para demeritarlos, al punto de reducir al electorado a un puño de “zombies manipulados” y destruir la credibilidad de Cambridge Analytica en el proceso, como si esa fuese la única empresa que realiza ese tipo de asesoría. Aquí cabe recordar el caso de la empresa consultora de JJ Rendón como un ejemplo cercano y reciente de este tipo de iniciativa.
Adicionalmente, este tipo de linchamiento mediático tiene muchos parecidos con los Panamá Papers y la trama de Odebrecht, como se dijo antes, en tanto sirven para engrosar el expediente de la crisis institucional del Estado-nación. Cabe preguntarse de dónde viene el señalamiento y cuáles son las motivaciones, porque generalmente estos escándalos son distribuidos desde generadores de opinión auspiciados por los más interesados en debilitar aún más las capacidades de los Estados para que las corporaciones y los grandes capitales privados no tengan trabas geográficas, políticas, arancelarias o jurídicas en su accionar.
Diluir los Estados es una operación multidimensional de largo aliento. Actualmente Cambridge Analytica es sólo un chivo expiatorio, el golpe real es contra la política tradicional, aunque en este caso también se puede notar un fenómeno descrito por el historiador e intelectual ruso Andrei Fursov en una entrevista, en la que afirma que los grandes capitales amasados recientemente por sujetos como Mark Zuckerberg, Steve Ballmer o Bill Gates, serían expropiados de una manera u otra, siempre bajo una razón moralmente justificable por la opinión pública y dejando implícita la idea de que se está haciendo justicia.
Este golpe económico y mediático que recibió Facebook hace evidente que ese periodo descrito por Fursov ha comenzado. Eso no quiere decir que Facebook vaya a desaparecer, pero sí habla de un hecho real y palpable: Facebook no se manda solo, en el momento que se contradiga los intereses de los dueños del mundo, sin importar qué tan grande sea la empresa o el personaje, va a recibir su oportuno correctivo.

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